Laila (libro 1. Serie Renacer)

Parte II. Una Nueva Vida.

III.

Unos días después, durante una clase, el profesor Grimm llamó a Laila a su escritorio; él era el sustituto de su profesora de Psicología, ya que ésta estaba en una conferencia y tuvo que ausentarse por unos días; este era un hombre muy alto, de piel blanca y pálida que mostraba las señales inequívocas de un rápido envejecimiento, pero eso no le impedía clavar sus ojos oscuros y seniles en sus jóvenes alumnas. Laila sentía un profundo rechazo hacia él, aunque el hombre parecía no notarlo, o si lo hacía, simplemente elegía ignorarlo y seguir adelante con sus empalagosas intenciones.

—Señorita Daniels, venga un momento, por favor. —La llamó con voz suave y moviendo sus dedos artríticos, que parecían garras, intentando atraparla.

—¿Todo está bien, profesor? —Ella lo miró, mordiendo nerviosamente el interior de su mejilla.

—Sí, todo perfecto. Te llamé porque quería conversar contigo sobre tu ensayo; me has impresionado de una buena manera, no pensé que una jovencita como tú pudiera con un análisis tan maduro y exacto sobre los comportamientos humanos en las situaciones como el rechazo o el acoso escolar y en la vida diaria… ¿Te enfocaste en alguna experiencia propia?

—Sí bueno, durante la secundaria tuve varias, pero supongo que en alguna medida es algo normal. —Dijo cambiando su peso de un pie al otro.— Ehm… ¿Me puedo retirar? Ya es un poco tarde y debo regresar sola a casa.

—Ah ¿Entonces eres del tipo de estudiante que no se queda a vivir en los dormitorios durante el semestre? —El hombre preguntó, con mucho interés y colocó su mano sana sobre el hombro de ella, causándole un desagradable escalofrío.

—No lo considero necesario. —Intentó alejarse.—Porque tengo familiares en la ciudad.

—Permíteme llevarte, por favor.—Le pidió, con una sonrisa que alguna vez debió ser encantadora, pero ahora lo hacía lucir como un depredador al acecho.

—No creo que sea lo correcto, profesor Grimm. —Ella lo miró directamente, incómoda ya por su actitud.

— Eso va contra las reglas de la universidad.

—No te estoy proponiendo nada malo. —Su mirada se volvió compasiva por un instante—sólo pienso que no deberías estar sola ahí afuera, a estas horas y en una ciudad desconocida.

—Puedo decirle a mi tío que venga por mí. —Laila se sentía más y más agitada.

—¿Hacer que tu tío conduzca desde la 5ta Avenida hasta acá, luego de pasar todo el día trabajando? Eso es agotador ¿No lo crees? —Una de sus pobladas cejas se levantó, dándole un aire maquiavélico.

—Profesor... ¿Cómo es que sabe dónde vivo? —Ella preguntó, sintiendo una punzada de ansiedad en su estómago, cada fibra de su cuerpo le gritaba ahora que debía alejarse.

—Esa información está en tus registros de inscripción, querida. —Le sonrió.

De inmediato, Laila supo que había una doble intención detrás de esa mueca torcida que casi se volvió macabra, por lo que sin dudar, tomó la hoja de ensayo de las manos de su profesor, llegando a rasgar un extremo debido al fuerte agarre del hombre frente a ella; un momento después, salió del salón, corrió por el pasillo y bajó las escaleras como alma que lleva el diablo, queriendo dejar atrás esa presencia masculina tan negativa y amenazante, además de repulsiva. Una vez fuera del edificio, saludó vagamente a algunos de sus compañeros que habían elegido quedarse en los dormitorios y sacó su celular, donde discó la tecla de llamado rápido para el número de su tía.

—Laila, ¿Dónde estás, cielo? Esperaba que ya hubieses llegado a casa. —Su tía Claire contestó, preocupada.

—Podrías… ¿Podrías decirle al tío Hanz que venga a buscarme? No me siento bien. —Su corazón martillaba de manera dolorosa en su pecho y su cabeza.

—Claro que sí, cariño, ahora mismo iremos por ti, no te muevas de dónde estás.

—No lo haría, aún si pudiera… —Murmuró y colgó.

Mientras esperaba, miró hacia el segundo piso del edificio principal, donde sintió la pesada mirada del profesor Grimm sobre ella, y al llevar su mano derecha a su pecho, se dio cuenta de que su loto de plata no estaba ahí, eso la hizo sentirse todavía más ansiosa y asustada, así que comenzó a buscarlo de forma casi frenética en su bolso, lo había usado por los últimos tres años desde que Luzen se lo regaló antes de irse, y era lo único que la hacía sentir cercana a él después de su dolorosa separación. Cuando estaba a punto de romper a llorar, un joven alto y rubio se acercó a ella; quien había encontrado la preciada joya y se acercó a devolvérsela, aun cuando él no era muy bueno para iniciar una conversación.

—Disculpa, ¿Buscabas esto? —Lo levantó un poco, sobre el hombro de ella, y el pequeño dije brilló, como saludándola.

—Oh dios ¡Sí! Estaba enloqueciendo al no poder encontrarlo, muchas gracias. —Le sonrió con dulzura y lo tomó con cuidado—soy Laila, recién me he matriculado en la universidad el mes pasado.

—Mi nombre es Damian, y también llegué hace poco. —Dijo en tono un poco esquivo, moviendo sus ojos de ella a varios metros a su alrededor, como buscando instintivamente alguna señal de peligro.

—Oh vaya. —Laila murmuró embelesada.— Tus ojos son… realmente hermosos. —Dijo de forma casual, y sintió una calidez reconfortante  por todo su cuerpo, efecto que sólo Luzen había causado en ella.




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