Lamperi

• INTRODUCCIÓN •

 

Desolada y aterrada, corría por medio de todos los árboles huyendo de su látigo que resonaba con cada golpe lanzado en el aire para asustarme, me asustaba la simple idea de caer y no poder huir nunca más de ese lugar tan horrendo.

Estaba muerta, mi hermana estaba muerta, la pequeña con días de nacida yacía en mis brazos quedándose  en silencio mientras huía de nuestra pesadilla para no ser agarradas y lograr escapar de ese feo lugar al que nunca debimos llegar.

Por suerte llegaría a la capital, por suerte puedo estar en la gobernación antes de que decida matarnos por huir, puedo llamar al derecho de asesinato de mi hermana.

Solo necesito perderlos.

La pequeña en mis brazos me mira con sus ojos bien abiertos, pestañea y bosteza, pero se mantiene en silencio así como si supiera que es necesario no llamar la atención de los que nos siguen, no puedo creer que apenas la vestí a lo apurada antes de huir.

— ¡Saria! — el grito resuena por los árboles, el viento se lo lleva tan rápido como llegó, pero no me detengo ni siquiera cuando se lo escuchaba cerca.

El miedo y la bebé en mis brazos me hacían querer huir con más rapidez en la oscura noche con niebla, todo era temeroso, había las bestias acechándome, pero no daban tanto miedo como ese quien me pisa los talones.

Si me detengo nos mata.

A lo lejos escucho un sollozo de alguna mujer, un pequeño llanto infantil la acompaña, siento que paso por su costado cuando la niebla se hace más espesa y rozó con su brazo, no la miro, pero la siento correr en dirección opuesta a la mía, quiero gritarle que cuidado con los viejos que me siguen, pero es tarde la niña en mis brazos llora alto cuando el crujir y murmullos de alguien llama mi atención asustandonos más.

El vestido desgastado se eleva por el viento y es mala señal, las bestias nos olerán y vendrán con más rapidez.

Una luz proviene desde las pajas y me detengo junto a mi corazón, se nos acerca desde adelante y…

Un hombre con capa dorada se deja ver con su antorcha en mano y una espada en la otra me roza la barbilla tras que lo levanta, siento como mi sangre corre por todo mi sistema a velocidad acelerada que ganaría cualquier carrera.

— Por favor… — ruego al dueño de la espada que me amenaza, la bebé en mis brazos llora y la luz de la luna se intensifica a su máximo esplendor iluminando el bosque oscuro y peligroso.

Al menos moriremos en manos de alguien extraño.

Eso es no es lo mejor

Perdóname, hermana.

— ¿Señorita? — es cuando nos miramos a los ojos y parpadeo adaptándome a su rostro que alcanzó a ver. Tiemblo al reconocer quien es.

Es el mismo hombre que vi en los puertos desde hace varias lunas pasadas, es quien he estado observando desde la distancia, es de la nobleza, su vestimenta y su forma de hablar con los comerciantes me hizo darme cuenta hace días de que no es como los demás comerciantes que vienen a nuestro pueblo, era tan claro como el agua aunque él quería ocultarlo.

Mis ojos se llenan de lágrimas al ver como transmite en sus ojos oscuros la curiosidad de todos, pero a la vez hay la pizca de reconocimiento, como si me hubiera visto antes, tal vez me ha descubierto.

— Ayúdanos por favor— el grito del ebrio de mi cuñado me hace saltar del miedo, pero olvidó por completo que había algo en mi barbilla amenazando mi cuello, ante mi descuido eso no me lastima como esperaba tras darme cuenta de mi error, ya la había bajado antes de mi susto.

— Ven — me tiende la mano y no dudo en tomarla, es cálida y suave, no está ni cerca de lo que imaginaba antes. Es de la realeza, estoy segura de ello, pero antes de preguntar de donde es, la bebé en mis brazos se remueve y solloza a lo más bajo audible, pero se calma cuando me acerca a él protegiéndonos cuando la horda de hombres se acerca a nosotros amenazantes.

Él tiene una espada, puede hacer más daño que esos látigos.

Quedamos ambas atrapadas en el cuerpo de aquel noble quien no tiembla ante las palabrotas de los familiares de mi cuñado que nos cazaban como bestias salvajes.

Huimos porque era necesario, no dejaría a la bebé con esa familia.

—  Saria ven aquí ahora — me limito a temblar en mi atrape con el noble que si quisiera me entregaría para no causar problemas, pero no, no lo hace.

Un sonido de golpe me hace saltar cuando alguien intenta tomar mi brazo con la bebé, soy alejada de ello mientras él murmura:

— ¿Tratas de tomar a la mujer del príncipe Derk? — tiemblo ante la pronunciación de ello y quiero moverme para ver porque dice ello ¿Acaso hay alguien mas que no veo?. Pero no nos suelta, nos aprisiona.

Príncipe, dijo príncipe.

¿Mujer?

— ¿Quién eres tú? — suelta un escupitajo asqueroso — Es mi cuñada, debe de estar en mi casa maldito…— de pronto lo escucho jadear de sorpresa y es cuando el sonido de los látigos cayendo al suelo me hace zafarme de sus brazos, me deja alejarme, dejando ver lo que ahora sostiene el dije de zafiro con forma de la cabeza un Dramonxin.




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