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La noticia de la desaparición de Cassie Sheppard se extendió rápidamente por toda la pequeña ciudad de Misthaven, y aún así, la policía no empezó a buscar hasta pasadas 48 horas desde que la madre reportó que la chica no llegó a casa. La señora Sheppard estaba desesperada, los oficiales seguían repitiendo la posibilidad de que su hija huyera, pues a la edad de 15 años y en plenos cambios emocionales por la pubertad, los chicos suelen sentir que cualquier discusión con un padre es el fin del mundo; Ellen empezaba a cansarse de repetir tantas veces que Cassie no era esa clase de chica, que era dulce, amable y obediente, su relación madre e hija era más fuerte que nunca desde que se mudaron a Misthaven.
—¿Ha intentado llamar a su ex esposo? Pudiera ser que Cassie escapó para estar con él -dijo un oficial—. En la mayoría de casos de familias disfuncionales, el niño resulta estar con el otro padre.
—¿Familia disfuncional? No estamos separados. Mi esposo está muerto.
La voz de Ellen era áspera de tan fuerte que hablaba, no estaba gritando, ya le habían advertido tres veces que se calmara y los oficiales no avisarían una cuarta vez; su garganta estaba seca pues no había bebido ni una gota de agua desde que empezó a hacerse tarde la noche anterior, y la angustia crecía con cada minuto que no veía a Cassie entrar por la puerta. Ni siquiera había dado un solo sorbo a la limonada ya tibia guardada en un termo para conservarla fría, habían pasado horas y el recipiente ya no pudo mantener la temperatura que prometía. Ellen estaba guardando esa limonada para cuando Cassie apareciera.
—Bien —habló el policía al mando—. Si la hace sentir más tranquila, organizaremos una búsqueda en la tarde, y enviaré a unos hombres a hablar con sus amigos en la escuela. ¿Eso le parece bien?
Ellen lo pensó un segundo, para entonces ya habrían pasado 24 horas desde que Cassie no aparecía y, aunque creía que estaban perdiendo el tiempo, esperar 24 horas era mejor que esperar 48. Le explicaron que si hija no estaba oficialmente desaparecida hasta que se cumplieran las cuarenta y ocho horas, y que hasta entonces imprimirían boletines de búsqueda y su caso se abriría, y Ellen lo aceptó.
—Sí, muchas gracias —apretó las manos al rededor del termo con fuerza, como si sujetara la esperanza dada por el oficial, y temiendo que le fuera arrebatada. Su voz se volvió más suave, aunque igualmente ronca, agradeciendo a los policías por finalmente hacer algo, sus ojos se aguaron pero contuvo las lágrimas.
—¿Puede darme una lista de nombres? Compañeros, maestros, amigos, vecinos.
No conocía a todos los amigos de su hija, pero mencionó a quienes más mencionaba la chica cuando le platicaba de su día al llegar de la escuela, y con esa corta lista un par de policías salieron de camino al instituto Westside.
Las clases no fueron canceladas, la escuela llevaría a cabo sus actividades con normalidad, sin embargo, algunos estudiantes fueron llamados por los altavoces a presentarse en dirección. Los primeros nombres en los altavoces fueron los de Theo Geller y Sam Forester, que tomaban clase de literatura en ese momento; después, nombraron a Katherine Mills y Elliot Moore, interrumpiendo el dictado en la clase de ciencias. Ya era un secreto a voces que algo había ocurrido, y que precisamente esos alumnos estuvieran involucrados, despertó el interés de muchos, provocando más rumores: unos decían que Theo finalmente cometió un delito grave y que desafortunadamente arrastró a Sam con él. "Pobre Sam, tan ingenuo", murmuraban; otros decían que serían expulsados, o que los llevarían a competir. Las teorías variaban y se deformaban al pasar de boca en boca.
Se podía ver el nerviosismo en los rostros de los chicos, a pesar de no haber hecho nada ilegal, sentían que estaban siendo arrestados pues al llegar a dirección los esperaban dos hombres uniformados, y Elliot estaba a poco de soltarse a llorar, si no fuera porque Sam y Genevieve eran estudiantes modelo, y no podrían nunca ser acusados de nada grave, ese era su consuelo.
—Chicos, los llamamos porque algo ocurrió —empezó diciendo la directora—. ¿Han sabido algo de Cassie Sheppard?
—No vino a clases. —respondió Sam.
—Sí, pero creo que está enferma, no contesta los mensajes, así que debe estar dormida, no es la primera vez que eso pasa.
Katherine habló convencida, pero la mirada que intercambió la directora con los policías le quitó esa seguridad.
—Cassie no llegó a casa ayer —la voz de un policía se dejó escuchar. Era grave y áspera como se podía esperar de un hombre con tantos años de experiencia reflejados en sus arrugas-. Ya que ustedes son sus amigos, creemos que fueron los últimos que pudieron haberla visto. Así que, cuéntenme.
—La ví por última vez saliendo de clases. Hubo una asamblea después, pero no me pude quedar —dijo Sam. El segundo oficial, el que se mantenía en silencio, anotó en una libretita.
—Muy bien, ¿y los demás?
—Fue después de la asamblea, me ofrecí a acompañarla pero no quiso, la vi irse por el camino de siempre, y luego llegaron por mí —Theo se sentía culpable por no insistirle a Cassie para llevarla.
—Yo me fui junto a Theo -dijo Katherine. Ella y Theo eran amigos desde siempre, sus padres eran socios de negocios y vivían cerca, eran como hermanos a este punto, así que no era raro que se hayan ido juntos.
—Yo s-solo hablé c-con ella un rato y luego me fui.
Elliot habló, se notaba nervioso por cómo su voz temblaba y la manera en que tartamudeó. Elliot Moore no era muy cercano a Cassie, ni siquiera hablaban recurrentemente, pero ese jueves al salir de la asamblea la detuvo un momento. Bien sabía que Cass era alguien fácil de impresionar y que sus reacciones a lo que le dijera eran las más honestas que obtendría de cualquier persona, y Elliot acababa de aprender un nuevo truco de ilusión, así que fue por el mejor público.
—Ta-tal vez fue al Arcade, yo una vez me quedé un fin de semana entero jugando porque gané muchas fichas. Tal vez ella ganó muchas fichas también —sugirió.
Editado: 01.02.2024