El primer día de clases… apesta. Como todos los niños cuerdos de su edad, Mina creía que el fin de las vacaciones y el inicio de las clases eran de las peores noticias que había. A su edad, las verdaderas preocupaciones que debía tener eran, qué árboles escalar y con quién explorar las proximidades del pueblo. Pero la escuela era diferente, era un lugar aburrido y serio.
«¿De quién habrá sido la gran idea de meternos en un edificio para responder y resolver problemas de matemáticas? ¡Es terrible!» pensó «Y se vuelve peor cuando el chico nuevo se sienta al lado tuyo ¡y te conoce!».
—Suerte que estamos en la misma clase —mencionó Jon.
—Pues no había muchas opciones —respondió Mina.
Solo había una escuela en el pueblo y tenía dos cursos con chicos de su edad. Así que las probabilidades de que terminaran en la misma clase eran del 50%, pero como Mina no parecía tener nada de suerte con ese chico, acabó en su curso.
—Oye, ¿no crees que todos nos miran raro?
Mina giró su cabeza y vio a los demás chicos de la clase susurrando cosas en su dirección. Era normal que en un pueblo tan chico como ese, la llegada de un nuevo alumno pusiera los chismes en marcha, además no había muchos de ellos que vinieran de la ciudad. Por lo que la llegada de Jon era un evento relativamente grande para la clase.
Jon vino con su madre de una ciudad bastante alejada de allí, por lo que le había contado a Mina, su madre quería estar en un ambiente más tranquilo y pacífico; sin mencionar que tenían conocidos por la zona, una de ellas era la mamá de Mina: Delia. ¿Cómo se habrán conocido ambas? No lo sabían, y en realidad no importaba, lo que importaba era que ahora vivían allí y que la única persona que el chico conocía era Mina.
—Eres el estudiante transferido que vino de la ciudad, ¿qué esperabas? —comentó ella mientras veía a Jon un poco preocupado —. Aunque puede que tenga parte de la culpa —agregó.
—Y eso ¿por qué?
—Por mi cabello —respondió señalándolo su corto y disparejo cabello oscuro que apenas le llegaba a los hombros —. El año pasado lo tenía largo.
—¿Y por qué te lo cortaste? —preguntó con curiosidad.
—Me estorbaba al correr y trepar árboles. Además, es una tortura cepillarlo todas las mañanas.
—Ah.
Jon parecía un poco decepcionado por su respuesta, «¿pero qué esperaba?, ¿algún motivo trágico u oculto? pues se tendría que aguantar, la gran Mina White no se veía afectada por tales pequeñeces» Pensó ella.
El sonido de la campana y la entrada de la profesora Lisa al salón los devolvió a la realidad. El resto de la hora los chicos escucharon hablar a su maestra sobre las vacaciones, lo feliz que estaba de verlos y lo que les esperaba ese año, «como si realmente a alguno de nosotros le importara» se dijo Mina dentro de sí. Aunque siendo justos, el estudiante sentado a su lado escuchaba atentamente cada palabra que ella decía, casi como si se quedará pasmado por la belleza de la maestra. «¿Es que no hay maestras lindas en la ciudad?» se quejó en sus adentros Mina.
La maestra Lisa aprovechó la hora para presentar al nuevo estudiante, Jon, que con timidez y amabilidad se presentó ante todos. Pero Mina no prestó mucha atención, aparte de que ya lo conocía, su vista estaba clavada en otro lugar del colegio: la cafetería.
Una vez sonó la campana del receso, el primer movimiento de Mina fue huir del salón, mientras dejaba a su pobre compañero de sitio ser abarrotado a preguntas por los otros chicos de la clase. No iba a quedarse en terreno peligroso por él, aún no llegaban a ser tan cercanos para asumir ese riesgo, y era el deber del estudiante nuevo saciar el deseo de chismes de la clase, o al menos eso creía ella.
Sin embargo, la razón principal de su rápido escape era llegar a la cafetería del colegio, donde se encontraba esperando doña Irma con sus dulces y sus recién hechas medialunas, que eran la envidia de otras panaderías y cafeterías. «Supongo que vale la pena volver al colegio si puedo probar estas delicias» pensó ella haciéndose agua a la boca. El único problema era… ¡llegar a tiempo!
Con esfuerzo y dificultad Mina corrió por el patio del colegio, una gran zona cubierta de baldosas grises pintadas con tiza y pintura, dobló el la esquina de esta y luego de recorrer un pequeño pasillo llegó a la cafetería de doña Irma. La joven se abrió paso entre la multitud de estudiantes, algunos mayores a ella, como los de secundaria, y otros menores que a duras penas podían mantenerse en la muchedumbre, pero casi todos buscaban el mismo premio: las medialunas.
La primera vez que supo de ellas pensó, como la gran mayoría, que el sabor que tanto revuelo provocaba era una exageración de los estudiantes de secundaria como Nana, pero un día tuvo la oportunidad de comprar una, su intención era saber el motivo del revuelo que siempre había allí. Y vaya que lo supo, la textura blanda en el interior y crujiente en el exterior era una sensación que, a día de hoy, recordaba, sumado a la capa de dulce que tienen por encima: eran deliciosas.
Luego de varios minutos de agonía, codazos y pisotones; por fin llegó su turno de pedir, la chica se puso de puntillas para llegar al mostrador y pidió dos medialunas.
—Lo siento, pero solo me quedó una —respondió doña Irma con una mueca de tristeza.
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Editado: 13.09.2024