Las aventuras de Mina White

Capítulo 10: Las preparaciones para el festival.

—¡Otra vez!

La firme voz de Jon se escuchó por todo el salón de su casa, como todos los días él y Mina ensayaban la escena del baile, y como los últimos días, parecía no haber progreso para la joven, que lejos de mejorar parecía haber olvidado todo lo que habían aprendido.

—De acuerdo, suficiente por hoy —dijo ella cansada.

—Mina, aún no lo dominas y cada tanto te tropiezas sola.

—¿Cuándo te volviste tan estricto con nuestros ensayos? Solíamos hacerlo una o dos veces por semana y siempre acabamos riendo y divirtiéndonos ¿cuándo te volviste… así?

—Me volví así cuando pasaron casi cinco meses desde que obtuviste el papel y apenas hubo resultados. De hecho estas incluso pero que antes de las vacaciones ¿En serio te estás esforzando? —preguntó levantando una ceja.

—Oye, no puedes contar el mes del terremoto, solo entrenamos tres veces y luego te fuiste de vacaciones… Solo… sin mí… ni una llamada —dijo de forma hiriente y un tanto trágica.

—No caeré en eso de nuevo Mina —aseguró molesto.

—Lastima —musitó.

—¿Qué?

—Que ya debo irme, quedé con Lizzy dentro de una hora.

—¿Lizzy?, ¿la que va en nuestra clase? —preguntó confundido —. ¿Desde cuándo se hicieron tan amigas?

—Desde que un tonto se fue toda una semana de vacaciones sin avisarme o contactarme —le reprochó mientras se preparaba para irse.

—Auch —comentó dolido.

—Tú tranquilo, la obra será inolvidable. Te lo aseguro —dije yéndose por la puerta de enfrente, dejando al pobre Jon con una sensación de preocupación extrema que no sabía de dónde venía.

Por el camino Mina rió un poco por ese último comentario, no es que mintiera sobre eso, el acto definitivamente sería inolvidable para todos, pero tal vez no de la forma que pensaba la mayoría.

Pocos minutos después de haber salido ya había llegado a casa de Lizzy; ella vivía bastante cerca, casi en medio entre su casa y la de Jon, lo cual le venía genial para reunirse con ella de manera rápida y para nada sospechosa. Solo era otra juntada en la casa de una amiga que vivía cerca.

Mina tocó el timbre de la bonita casa de Lizzy, tenía un nuevo y hermoso color crema que mejoraba la fachada más que antes. En el pasado, la casa de su amiga tenía un color verde lima muy inusual, a Mina le gustaba, pero al parecer al papá de Lizzy no le parecía nada lindo. «Supongo que el terremoto dio la excusa perfecta al padre de ella para pintarla» pensó. Mientras lo hacía oyó la puerta abrirse y de allí dentro la madre de Lizzy apareció.

—Hola señora Blair —saludó cortésmente.

—Oh, Mina. Pasa por favor, Liz está en su cuarto esperándote.

—Genial.

La madre de Lizzy era una mujer preciosa, su cabello dorado que le llegaba a la cintura, y sus ojos celestes bastante claros, eran una característica muy rara por la zona, según le habían dicho. Mina no sabía mucho de ella, cosa curiosa, pues conocía a casi todos los del pueblo, sabía que trabajaba en el planetario, pero por lo demás era un completo misterio.

A quien conocía mejor era a su padre, un hombre amable de cabello oscuro como ella y ojos marrones, sabía que trabajaba en el hospital del pueblo, y que era psicólogo, pues en algunas ocasiones aparecía en la escuela para dar charlas junto con médicos y demás personas. Aunque ella no solía prestar mucha atención.

Mina subió las escaleras y tocó la puerta del cuarto de Lizzy, quien abrió con su ya habitual sonrisa y se entusiasmó de verla. No era la primera vez que iba a su casa, pero ella actuaba de igual forma cada vez que se juntaban. Como si fuera la primera vez que iba.

—¡Mina, me alegro de que vinieras!

—He estado viniendo casi todos los días desde las vacaciones, ¿podrías no recibirme como si fuera la primera vez? —dijo tratando de zafarse de ella.

—No. Pasa, tenemos mucho que hacer.

Si algo podía admitir sobre Lizzy, era que su cuarto se veía tan extravagante como ella. Paredes de color verde lima con detalles un poco más oscuros, un escritorio repleto de cosas que no deberían estar allí y su cama atestada de peluches de todos los tipos y tamaños.

—Ponte cómoda.

«Es fácil decirlo» pensó mirando el único lugar libre en el que podía sentarse.

Con dificultad se acomodó entre la decena de peluches que estaban sobre la cama y con paciencia esperó a que su amiga abriera su cuaderno para poder seguir con el plan.

—Bueno, ¿qué nos falta por ver? —preguntó.

—Tenemos las cortinas, la música y el momento…

—¿Qué hay del vestuario?

—Hablé con Tina, pero creo que deberías darles los detalles tú misma —sugirió la joven entregándole un papel con varias notas.

—Buena idea, ¿qué más nos queda?

—El principal problema será qué hacer después de… “eso” —mencionó mordiendo la punta de su lápiz.

—Nos preocuparemos por eso cuando llegue el momento —interrumpió restando total importancia a un problema que realmente era importante.




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