No podía creer lo que me estaba pasando. Siempre había sido la rara, la distante, incluso la "antisocial Selene" para algunos. Estaba acostumbrada a cargar con ese peso. Pero esto… esto era distinto. Había cruzado un límite. Al punto de sentirme tan extraña por fuera como por dentro. Llena de impotencia, descargué toda mi furia contra la pared del baño, cubierta de fríos mosaicos blancos. Le di una patada con todas mis fuerzas, sabiendo que no lograría nada. Y así fue. Como era de esperarse, nada pasó, solo el hecho de que mi pie dolía como los demonios.Y entonces, sin saber porque, comencé a golpear mi cabeza contra los azulejos. Una vez. Otra. Otra más. No sabía por qué lo hacía. Tal vez buscaba apagar el ruido de esa maldita voz.
Mi madre siempre dice que es muy duro ser adolescente, que a veces es sentirse como un extraterrestre entre humanos, pero no debería ser así. Debería ser más fácil, simplemente estar con amigos verdaderos, salir y hacer tonterías sin sentido. No debería esconderme como si fuera una puta "abominación", porque no lo soy, solo soy... un poco diferente.
Ya quisieras ser solo un poco diferente.
— Maldita sea — dije con amargura en voz alta mientras me miraba en aquel espejo —. No soy diferente.
Claro que sí. Eres mejor que el resto, por ser diferente.
Al mirarme con más detenimiento, noté cómo comenzaban a formarse varias marcas oscuras en mi garganta. Eran huellas. Huellas de manos. Las manos de aquel monstruo, un monstruo que supuestamente no debería existirSabía que debía tener marcas en otras partes del cuerpo también, pero gracias al uniforme solo las del cuello eran visibles. Era suficiente. Demasiado. Con ambas manos comencé a desatar mis trenzas. Desde mi cabeza hasta las rubias puntas de mi cabello. Las ondas que se formaron luego de quitármelas, sirvieron para que no se pudiera notar casi nada de los moretones.
— Eres... — comencé a decir en voz alta pero me sentía una idota hablando en voz alta por lo que calle.
Mi mente sadomasoquista volvió a aquella habitación, y volvió una vez más a recrear sus caras de horror luego de decirme que creían que era una bruja. En especial el rostro de Bonnie. No podía creer que creyera esa tontería. La chica que siempre necesitaba pruebas de todo. Justo ahora venía a creer en los tontos rumores de adolescentes. Y Agustin, mi dulce y torpe Agustin, que aún creía qué hay posibilidades de que Papa noel exista. Mis únicas anclas — las que me mantenían tranquila y estable — estaban empezando a creer en la multitud más que en mí.
¡Yo sé que es verdad lo que los rumores dicen, pero ellos no!
Deberían creer en lo que su mejor amiga les dice más de lo que oyen por ahí.
Después de mirarme por varios minutos la tediosa enfermera por fin apareció. Querían llevarme al hospital para un chequeo, pero logré convencerlos de que sufro de "ataques de epilepsia repentinos" y que estoy tratando —junto con mis padres— de aprender a sobrellevarlos. Así que además de ser una bruja rara y una abominación, ahora también soy una puta epiléptica. ¿Realmente algo más en la vida puede ser peor? No respondan porque se que si, y las autoridades de mi escuela me lo confirmaron. La enfermera junto con la directora hablaron de comenzar una terapia para alguien "anormal" como yo. Ay, perdón, sus palabras reales fueron "person con características especiales", asi de tonto se oia. Si mi madre oía que una de sus hijas tendría que ir a terapia... bueno, creo que ella misma era capaz de destruir la escuela. Gracias a dios fue solo un pensamiento el cual dijeron que lo hablarían en la próxima reunión de padres y maestros. Hasta ese día todavía podía vivir.
Lo cual hizo. Luego de quince minutos encerrada con mi tortuosa mente, salí corriendo hasta mi curso.
Al entrar solo estaban algunas chicas junto con dos o tres chicos, pero apenas les presté atención. Solo quise sentarme en mi lugar y tratar de descansar por lo menos solo dos minutos. Me senté en mi asiento habitual, la segunda silla del lado de la ventana. Los profesores apenas podían ver que era lo que estabas haciendo y tenía una de las mejores vistas del colegio, a la sierra. Como había hecho esa misma mañana coloqué ambos brazos sobre la mesa y me recosté cerrando lentamente los ojos.
Los murmullos y chismes que mis compañeros compartían detrás de mí de un momento a otro se detuvieron. La habitación se cargó de una espesa energía. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo dejándome completamente extrañada, hasta que me tocó. Sentí como sus manos sacudieron bruscamente mi hombro, a lo que instantáneamente levante la cabeza mirándole con la peor cara posible.
Fue ese el momento exacto cuando lo vi por primera vez.
Sus bellos ojos me miraron examinándome, buscando algo que no pude descifrar. Con algo de decepción levantó su vista de mí para rodar sus ojos con un gesto de exasperación, para más tarde volver su vista hacia mí.
— Estas en mi asiento — afirmó apoyando lentamente su brazo bastante fornido sobre la mesa.
— Creo que te estás equivocando, amigo — dije con la sonrisa más falsa que pude crear al mismo tiempo que achicaba mis ojos.
— Yo no me equivocó.
Al verlo detenidamente me di cuenta de que su rostro no me parecía familiar. Algo raro para un pueblo y una escuela tan pequeña.
— Todos cometemos errores. Además... ¿Estás seguro de que esta es tu clase? Jamás te he visto aquí.
Supe al instante que mi comentario no le cayó para nada bien. Tomó mi mochila y con rapidez la lanzó hasta el final de la habitación.
— ¿No les quedó claro todavía? No me importa cuantas bromas hagan, no me interesan, y dudo que yo les interese. Mejor vete antes de que pierda la poca paciencia que me queda.
Inflando el pecho y con su peor cara, intentó intimidarme, como si yo fuera una estúpida incapaz de darme cuenta de sus intenciones.
Me puse de pie y lo enfrenté sin dudar. Llegamos a estar separados por apenas dos centímetros.