Las aventuras de Selene: volumen I

Capitulo Siete: El precio mayor

Después de un rato donde Archer y yo hablamos de posibles teorías de lo que estaba pasando en el pueblo, se fue con tranquilidad. Dejando un peso menos con el cual cargar. Dentro de mí sabía que en la bonita cabecita de Archer él aún creía que tenía poderes, pero por el momento no se trataba de una situación urgente. Con no cometer errores por un tiempo acabaría sofocando esa inquieta idea suya.

Ahora solo me quedaba ver a mi maestro.

Al ver la luz anaranjada del cuarto de mi madre apagarse, supe que ya era tiempo. Era el momento de volver a ver a Areu y buscar las respuestas. Y esta vez, no me iría sin ellas. Las necesitaba más que nunca. Necesitaba saber qué era lo que me estaba pasando y cómo afectaba mis poderes. Siempre supe que él me escondía secretos, y si bien había veces en las que me arriesgaba a preguntar, jamás insistí. Tal vez tenía miedo de que se enojara o de cómo reaccionaría. Las pocas respuestas que lograba darme no eran más que vacías y sin sentido para luego terminar diciendo: "Aún no es el momento" o "Cuando seas mayor lograrás entenderlo mejor". Pues ya no tenía tiempo de esperar a que llegara el momento correcto. La vida me estaba golpeando con todo lo que tenía, monstruos apareciendo de la nada y mis poderes –aunque no quiera admitirlo– estaban demasiado descontrolados.

Mi dumnima me estaba empezando a controlar. Aca momento que pasaba no sabia quien era la que realmente tomaba las decisiones. Si yo lo hacía, o la voz. Mi único recurso para combatirlo era él. No conozco a nadie más que tenga conocimiento de mis poderes. Ni nadie –hasta antes de ayer– siquiera sospechaba que era diferente en un sentido más amplio a solo ser una friki.

— Aquí vamos — murmuré dándome ánimos.

Esta sería la segunda vez en que pasaría la barrera por mi misma. La primera vez que la crucé fue tres meses después del primer "incidente" – una semana después de cumplir los doce años – y ese fue el primer día que lo vi. Nunca supe por qué fui a parar a Sagonia — sus dominios—, y genuinamente mi maestro tampoco lo sabia.

Recuerdo muy bien ese día. Había terminado la fiesta de cumpleaños y todos se habían ido. El incendio había sido apagado, y los bomberos habían llegado en el momento justo. Mi madre estaba peleando con Isabella sobre papá, otra vez. Mamá comenzó a gritar y a decir tonterías y yo me encerré en mi cuarto, pero aun así podía escucharlas a ambas. Recuerdo desear desaparecer, largarme e irme lejos, y luego, al abrir los ojos simplemente pasó. Lo siguiente que recuerdo es despertar en un jardín rodeado de hermosas flores rosadas. Tenía mucho miedo, ya ni siquiera recuerdo las tonterías que pensaba en ese momento. Entre por la puerta trasera de la enorme casa y como la curiosa tontilla que soy comencé a tocar todo lo que encontraba a mi paso, hasta que llegó a mis oídos la más hermosa melodía. La seguí sin pensarlo ni un segundo. Me guío hasta un salón de baile enorme —como el de las películas de la era victoriana— y en medio había un bellísimo piano negro que hacía juego con el piso. El hombre que tocaba la hermosa melodía era Areu. Ahora que lo recuerdo parecía casi como poseído mientras tocaba, ni siquiera me veía. Y de hecho, no lo hizo hasta que le toque el brazo haciendo que se equivocara una nota. Él me miró sin entender nada y yo simplemente le sonreí. Areu me preguntó quién era y cómo había llegado allí, y yo le dije que no lo sabía, que simplemente había deseado que pasara y simplemente pasó. Me pregunto si eso me pasaba muy a menudo, yo iba a mentirle como a los demás, pero una vocecita dentro de mí me dijo que no lo hiciera, y le conté que no era la primera vez. Le conté de las hermosas luces del prado, y de cómo cuando deseaba algo como una simple galleta al instante la tenía en la mano o como cuando ese niño feo de mi salón me empujó diciéndome fea "accidentalmente" se cayó por las escaleras y se rompió varios dientes sin que yo tuviera que tocarlo. Parecía más que asombrado, y me reveló que él sabía exactamente lo que yo era. Que me lo revelaría cuando el momento llegará. Me dijo que si yo se lo permitía él me enseñaría a controlar mis poderes y las responsabilidades qué había detrás de ellos. Supe en ese momento que ese hombre sería una pieza crucial en mi vida, y que siempre lo necesitaría.

Y no me equivoqué. Incluso ahora, después de dos años, siempre que tengo un problema, Areu debe ayudarme.

Cuando por fin pude despejar mi mente de todas las distracciones, lo hice. Me tiré al suelo con la mayor fuerza que pude hacer. Mi mente se preparó para la posibilidad del golpe en el piso de madera de mi habitación y el muy probable grito de mi madre al escuchar el estruendo, pero nada de ello llegó. Con ambas manos frente a mí y mis reflejos evitó un golpe muy feo a mi rostro. Me sorprendí al ver que mis manos ya no estaban apoyadas sobre mi piso de madera de caoba, sino sobre una piso de azulejos blancos perfectamente pulidos.

Traté de levantarme, pero el cansancio y el mareo que estaba experimentando provocó que volviera a caer pero esta vez accidentalmente. Me volteé boca arriba y sabiendo que necesitaría descansar para recuperar fuerzas, comencé a observar la habitación. Era muy parecida a la habitación de la vez anterior, excepto que está no tenía ninguna pintura. Lo único que rebosaba en sus hermosas paredes era un bello espejo dorado, con una extraña inscripción en un lenguaje que jamás había visto, en la parte inferior del lado derecho. Aunque no le di mucha importancia.

Después de lo que me pareció una eternidad y con la ayuda de los muebles que se encontraban a mi disposición, logré levantarme y comenzar mi búsqueda. Al salir al pasillo lo que más me llamó la atención fue como todo parecía tan blanco, tan puro e impecable. No veía ni una simple gota de suciedad sobre aquellos muebles, ni sobre las paredes. Docenas de puertas se asomaban por aquel pasillo. Caminé hasta que una puerta blanca con detalles dorados me pareció demasiado familiar y sin pensarlo dos veces, la abrí. Dentro de ella había una habitación cuyo único propósito era guiar hasta otra puerta igual que la de la entrada, y una vez más la abrí descubriendo otra habitación casi idéntica a la anterior con la excepción de que el piso tenía otro diseño. Algo cansada, camine con rapidez tomando el picaporte de la siguiente puerta y al abrir volví a encontrarme con otra habitación exactamente igual a la primera habitación. Seguí este patrón hasta que mi desesperación combinada con mi impaciencia hicieron que comenzara a correr. Luego de la séptima habitación comencé a escuchar una bellísima melodía, una que hizo que mi corazón se parara. Era aquella melodía que escuché tocar hace años atrás. Cuando la canción se hacía cada vez más y más fuerte supe que había llegado a la última habitación, y así fue. Al abrir aquella puerta blanca descubrí la enorme sala en la cual no había puesto un pie desde la primera vez que vine.




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