Mire los últimos rayos del sol por mi ventana antes de que esos reflejos dorados desaparecieran por la más tranquila oscuridad. Amaba ver los atardeceres, me traía una paz que rara vez lograba experimentar por mi misma. Saber que el sol bajaba y pasada la oscura noche, volvería a resurgir calmaba mi sangre.Pero no se comparaba ni remotamente a la tranquilidad que Dragomir me transmitió al tocar mi mano. Al sentir el contacto con su piel no solo mi ser se calmó, sino también la voz. Algo que jamás había pasado.
¿Qué clase de poder tenía él sobre mi? La verdad era que no lo sabía y me asustaba si quiera llegar a saberlo. Mañana volvería a verlo, y no tenía idea alguna de cómo reaccionar al estar cerca de él.
Decidí que debía dejar de pensar en él. No tenía tiempo para preocuparme por ese tipo de cosas.
Toqué el cristal y viéndome en el reflejo me di cuenta de algo que no había tocado mi mente hasta aquel momento. Me acerqué hasta mi cama y levantando las sábanas visualicé un cuadrado envuelto en una tela vieja. Deslice la tela dejando expuesto el libro que le había robado a Areu de su biblioteca, el cual había tomado para tratar de descubrir un poco más acerca de la criatura que había tratado de llevarme en el vórtice.
Aquella criatura sin rostro estuvo merodeando mi mente los últimos días, en especial por un simple hecho, el cual no me había dado cuenta hasta ahora. Ese monstruo no poseía una Dumnima y ninguna criatura era capaz de pasar por el vórtice. Al menos que fuera como yo. Eso solo dejaba una sola opción. Alguien lo había mandado a buscarme, no sabía por qué, pero debía averiguarlo. Tal vez si descubriera quien lo había mandado también lograría saber aún más sobre mi. Porque era diferente. Las respuestas de Areu no han sido tan fructíferas como esperaba que lo fueran. Incluso si lo presionara no accedió a concederme más secretos que los ya dichos.
Desde ahora yo misma debía encargarme de conocer mi propio destino. No podía dejarlo en las manos de alguien más.
Con delicadeza saque la tela dejando ver su cubierta de cuero. Eché una mirada a mi alrededor antes de tocar el libro, como si alguien me estuviera espiando, con temor tomé sus páginas y lo abrí. Los sentimientos que me inundaron en un simple segundo no eran capaces de ser descritos en palabras mundanas. Lo único a lo que se asemejaba era a la adrenalina pura mezclada con la mayor felicidad posible. Sentí como una ola de éxtasis me atravesó, llenándome y dejándome con la respiración entrecortada. Mi cabeza se llenó de una simple idea, una idea que era impensable antes pero ahora parecía tan posible que era mágico. "Soy capaz de hacer cualquier cosa", me dije a mi misma en un susurro casi inteligible. Las páginas del libro eran completamente doradas y brillaban como si se tratara de una luz mágica. Se notaba como la caligrafía había sido hecha a mano, con pluma y tinta, pero al igual que las páginas, las letras tampoco eran comunes. Cuando posaba la vista en ellas, aunque sólo fuera un instante, estas brillaban aunque no tanto como lo hacían las páginas. La primera página estaba vacía, casi por completo, solo había un nombre que se encontraba justo a la mitad de ella.
Jax Kallum Delzurack
Más que extasiada busqué la segunda página, encontrándome con un índice bastante extenso. Con la vista busqué algo que me llamara la atención hasta que un nombre lo hizo. Sonreí y con una maliciosa risa me guié hasta esa página, la 358. Al ver el título apenas pude contenerme y tuve que leerlo, "Siervos de la verdad, cómo convocarlos y sus poderes".
Los siervos de la verdad (o Haskackshy en su etimología antigua) son pequeñas criaturas muy peculiares que habitan docenas de mundos. En mis viajes jamás me había topado con algo igual, son criaturas majestuosas que muchas veces no son apreciadas. Generalmente no miden más de treinta centímetros de alto y son muy delgados. Sus ojos no son comunes, son casi como gemas preciosas que no tienen comparación alguna. Su nariz es puntiaguda, y combinada con su cara casi esquelética les da un tono algo siniestro. Sus cabellos son tan largos como ellos, son muy delicados y suaves como la seda.
Nada los hace enojar más que alguien toque sin su permiso su cabello, ya que es su mayor tesoro.
Con delicadeza toque el pequeño mechón de pelo que se encontraba en zona inferior de la página. No había forma de describir lo suave que era. Lo brillante y delicado que parecía. Era de un color castaño claro. Por un momento me hizo acordar al cabello de Daniel Kelly, pero al instante me obligué a borrar ese pensamiento.
Los siervos de la verdad como su nombre lo indica, son criaturas que creen en la divinización de la verdad. La verdad es su dios, su poder mágico, es quienes son. Se llaman a sí mismos siervos de la verdad y no hay nada que aborrezcan más que las mentiras. Para poder invocar a un siervo debes entrar en el corazón de un bosque, buscar un árbol mayor de cuatro metros, y frente a él encender una hoguera. Cuando ya lo haya hecho, debe quemar algo que connote un significado profundo para usted y decir porqué. No bastará con una simple joya, debe ser algo con significado. Cuando el objeto querido se esté quemando debe decir en voz alta porque necesitas a un siervo de la verdad.
Si un siervo acepta tu ofrenda entonces tienes derecho a pedirle que te revele algo. Cualquier cosa. Si la pregunta viene desde el fondo de tu corazón ellos jamás se negarán a contestar.
– ¡Eso es! – grité en voz alta emocionada – Ya sé que es lo que voy a hacer.
Aún era temprano, el sol apenas había bajado. Tendría casi dos horas para ir al bosque Eastwood y volver antes de que mi madre notara que me había ido. Encontré mi chaqueta al otro lado de la habitación y chasqueando los dedos apareció en mis manos, con rapidez la guarde en mi mochila y con el libro en mi mano fui hasta la plata baja. Fui específicamente a aquella vieja habitación casi vacía, al entrar lo vi justo ahí y supe que hoy me iba a quitar dos pesos de encima.