Las aventuras de Selene: volumen I

Capítulo quince: la bestia

Al adentrarme en el bosque logré dejar de escucharla y sentirla, pero solo me anime a detenerme cuando llegue a un árbol el cual conocía bastante bien. Era el árbol en el cual le había quemado el hermoso cabello al siervo. Fui directo hasta él y me senté en la tierra sin saber qué hacer. Con enojo solté la espada lanzandola lejos. Ni siquiera tenía ánimo para ver la hora. "¿Seis horas tenía? Pues la mitad ya la desperdiciaste", me dije tirando mi cabeza hacia atrás. Corriera dónde corriera esa criatura me perseguiría, este era su mundo, no el mío. Ella sabía a donde ir, y yo solo podía esconderme, y ni siquiera eso iba a salvarme. No tardaría mucho hasta que diera con mi paradero, tenía que hacer algo. Algo debía ocurrir.

La cagaste.

– Ya lo sé. No tienes que recordarme a cada momento que soy una basura. Se que todos tienen razón y soy una estupida. Siempre arruino todo – susurre tomando mis rodillas y comenzando a llorar sobre ellas.

Jamás me había visto tan débil en toda mi vida, y definitivamente no era por estar atrapada en un lugar extraño, sola y con miedo. Claro que no. Sabía que era por mi maldita autoestima. Odiaba la idea de pedir ayuda. Como si eso me hiciera menos fuerte de lo que soy. Aunque en cierto punto lo hacía, ¿no? Pedir ayuda era para aquellos que estaban sobrepasados, aquellos que no podían llevar a cabo la tarea por no ser capaces de hacerla, aquellos que tenían miedo. Al menos así me habían criado. Debías hacer tus cosas sin esperar que otra persona pudiera ayudarte, porque no podías contar con otra persona en esta vida. Siempre fueron hermosas las frases de mi madre durante mi niñez.

— Una joven hermosa como usted no debería llorar y mucho menos estar sola en un lugar así.

Al escuchar esas palabras y esa hermosa voz levanté la cabeza tratando de ver de donde provenían. Al verlo solté una risa y corrí a abrazarlo. Escondí mi cabeza en su pecho y comencé a llorar mientras acariciaba mi cabello. Era la primera vez que me veía llorar, y esperaba que fuera la última.

Traidor.

– ¡Areu! – cante alegre sin dejar de abrazarlo.

Pasaron unos segundos antes de que colocara sus manos en mis hombros y me alejara de él. Comenzó a acariciar mi mejilla, y en un gesto amable me preguntó: – ¿Por qué estás aquí?

– Cometí un error muy grande, Areu – admití, bajando la cabeza avergonzada –. Tome un libro, un libro sobre criaturas que estaba en tu biblioteca. Lo robe.

– ¿Por qué hizo eso?

– Hace unos días cuando volvía a mi mundo una criatura me atacó. Quería saber qué criatura era por eso robé tu libro, pero descubrí al siervo de la verdad y cre-ei – mordí mi labio al tartamudear por la angustia – que podría descubrir por mi misma quien lo había enviado a buscarme. Yo... solo quería poder demostrarme a mí y a ti que soy lo suficientemente poderosa e inteligente como para valerme por mi misma. Quería poder salvarme por mi misma.

El se quedó callado sin decir nada, lo que hizo que me sintiera aún más avergonzada. Cuando iba a seguir hablando, el contacto de sus brazos me detuvo.

– No necesita probarle nada ni a mi ni a nadie. Usted es valiente, inteligente y muy poderosa. El ser más poderoso de los mundos terrenales. Desde el momento en que la conocí lo supe, supe que ante mi estaba el ser más fuerte que jamás había conocido. Un ser que podría ser la causa de la destrucción – baje la vista por la vergüenza pero con su mano la levantó hasta que nuestras miradas volvieron a cruzarse – o salvación de los mundos.

Me quedé quieta observando sin poder soltarme de sus brazos. Jamás alguien se había referido a mí de aquella forma. Eso hizo que las pocas lágrimas que me quedaban salieran a relucir. Era lo que siempre había querido oír. Que alguien estaba orgulloso de mi.

– No quiero quedarme aquí, Areu. Quiero volver a mi mundo y estar en mi casa – supliqué separándome y mirando a mi alrededor en busca de señales de aquella criatura.

– ¿Qué hizo para terminar aquí?

Al principio no quería contarle la verdad, porque realmente sentía haberle quemado el cabello al siervo, pero sabía que debía decírselo. Por mi propio bien.

– Convoque a un siervo, hice mi pregunta y...

– Exigió un pago.

– Si. No sabía a qué se refería, así que puede que lo haya tratado algo mal. No creía que iría a mayores, pero comenzó a decir cosas horribles sobre mi familia y... – me interrumpo para luego escupir con enojo – me moleste. Quemé su cabello, lo hice porque sabía que era preciado para él. Me arrepentí en el segundo en que lo hice, supe que había cometido un error, pero no sabía cómo remediarlo. Debes creerme.

– ¿Harías lo que fuera por remediar tu error? – pregunto mirándome fijamente.

– Si – respondí simplemente sabiendo que era verdad –, mis acciones no fueron correctas. No me gusta dañar a otros conscientemente. A veces solo ocurre y no puedo detenerme. Pero... qué otra cosa puedo hacer si no remediar mi error.

– Está bien. Lo comprendo completamente.

Areu comenzó a alejarse poco a poco dirigiéndose al lago Kype Rold. Sin pensarlo dos veces camine detrás de él siguiéndolo. Antes de ir vi la espada de mi bisabuelo y con duda decidí tomarla de nuevo entre mis manos. Desde aquí, podía ver como su caminar era diferente al de siempre. No caminaba con lentitud, inquieto o temerario, estaba decidido y con zancadas fuertes y seguras.

– ¿Cómo voy a escapar de aquí, Areu? – busque llamar su atención esperando que supiera la respuesta.

– La criatura que viste, el monstruo putrefacto... ¿no te recuerda a nada que conozcas?

— No, jamás había visto algo así — negué sin pensarlo.

— ¿De verdad, Smith, no hay nada que te parezca ligeramente familiar?

Pensé en sus palabras con detenimiento y me di cuenta que tenía razón. Sorprendida por mis propias ideas me detuve en seco provocando que él se quedara quieto para observarme.

– Sus ojos me recordaron a los míos. Justo cuando estoy conjurando o cuando quiero que algo pase, mis ojos se ponen del mismo color dorado que los de la criatura.




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