Las aventuras de Selene: volumen I

Capítulo Dieciséis: Nada cambia

Los tres estábamos sentados mirando el lago fijamente sin decir nada. Uno al lado del otro. El siervo, la criatura y, por último, yo. El ambiente ya no carecía de color o vida. El viento había vuelto a sonar, las aves cantaban y a lo lejos se oían como los saltamontes hacían cantar su canción. El cielo había dejado de ser un gris opaco que lograba sacarte la energía con solo verlo a un azul oscuro. La única iluminación que había en el lugar era la de la luna. La cual reflejaba su presencia en el agua.

– Lo entiendo – alce la voz provocando que volteara a verme –. Se porque hiciste todo esto, para mostrar tu punto. Soy un monstruo y mi sangre es mala. Hay algo realmente podrido dentro de mi.

– Tu sangre es mala, pero aún hay esperanzas para ti – afirmó mientras tomaba a la pequeña criatura y la acariciaba entre sus pequeñas manos.

– Yo no creo eso. Cada día siento como mi ira aumenta. Es casi... como si fuera una catástrofe que se dirige a destruir todo, y por mas que lo desee no hay nada que pueda hacer para detenerla.

Me miró unos segundos antes de volver a hablar.

– Lo que te hice hacer no fue un castigo, era una prueba. Una por la que deben pasar todos los que son como tú. Toman a un Migdarlit y los encierran en un universo creado por su propia mente para obligarlos a buscar la forma de salir de su propia ilusión. Según se sabe, es una forma de demostrar cuánto valor y determinación tienes realmente frente al miedo. No hay nada más oscuro que la propia mente– con lentitud el pequeño animal observó a su dueño, como si pudiera entender todo lo que decía –. Para sus cazadores, hay una sola forma de acabar con la tarea; matándolos y luego sacarles el corazón para comérselo. Por eso mismo es que es una especie al borde de la extinción absoluta.

– Eso es horrible – me lamente no pudiendo creer que eso era cierto –. ¿Cómo podría hacerle eso a criaturas tan hermosas?

– Son criaturas majestuosas y muy leales. Jamás serían capaces de traicionar. Son compañeras innatas de mi raza. Ellas no pueden mentir, muestran la verdad más cruda del alma a través de ilusiones que revelan el verdadero ser. Tal vez por eso es que deciden matarlas.

– ¿Qué quieres decir?

– Tal vez, los seres más poderosos no sean capaces de lidiar con su imperfección, ¿no lo has pensando?

La criatura que hacía minutos me había atacado ahora dormía tranquilamente hecho un ovillo al lado del siervo. No podía creer que alguien pudiera matar algo tan precioso. Pero al mismo tiempo me avergoncé de mi misma. Debía admitir que cuando tenía mi espada en su cuello, si pasó por mi cabeza esa misma idea. Asesinar una criatura solo porque me recordaba lo mala que era mi alma. Ahora estaba agradecida de no haberlo hecho, porque hubiera sido un error.

– ¿Por qué dijiste que aún hay esperanzas para mí?

Se sorprendió ante mi pregunta. Llevó su mano hasta su cabeza calva y comenzó a acariciarla lentamente mientras pensaba. Cuando supo las palabras correctas respondió: – Lo que me hiciste fue lo que cualquiera de los tuyos hubiera hecho, buscar venganza. Amenazar. No conocen algo mejor. Eran una noble raza, y ahora solo quedan vestigios de su grandeza, que es eclipsada por su monstruosidad.

Pensé profundamente en sus palabras. Entendía perfectamente a qué se refería. Desde hacía tiempo lo había empezado a sentir, desde dentro de mí, su maldita voz. No quería verlo hasta ahora, porque no quería aceptar la verdad, pero ahí estaba justo frente a mi.

Dicen que uno no logra reconocer sus propios errores hasta que alguien más te los muestra. Creo que esa maldita frase se aplica perfectamente en este caso.

Había algo malo en nosotros, los iluminados, algo que nos obligaba a seguir nuestros impulsos más bajos; el miedo, los celos, la ira, la crueldad, la inconsciencia. Areu había tratado de explicármelo una vez, hace mucho tiempo. No le había prestado la suficiente atención. Ahora comprendo porque siempre me pedía suprimir mis emociones. En especial las fuertes. En estados de euforia podría causar daños a series que no se lo merecían, como el siervo o Emma. Dios sabía que era una idota y que cada vez que hablaba quería cerrarle la boca, pero yo no era nadie para hacerla volar por los cielos y dejarla loca.

"¿Así se sentía el remordimiento?", me pregunté sin dejar de observar el lago.

"Qué sensación horrible", me respondió con asco.

Una maldita sensación humana”.

– Quería ver si tu eras capaz de matar a esta hermosa criatura al igual que los de tu clase hacen... o serías capaz de perdonarle su vida. Debo admitir que por primera vez en siglos… me hallo sorprendido por tu elección. Has escogido la opción correcta, Selene, felicidades.

– No me conoces, pero yo nunca me disculpo por las cosas que hago. Jamás me he encontrado arrepentida totalmente por mis actos – admiti dejando de ver a la criatura dormida para pasar mi vista a sus ojos. Con una sonrisa amarga, aclaré –. Tú y Emma, son la excepción. De verdad lamento lo que le hice a tu hermoso cabello. A veces solo pasan cosas y siento tanta ira dentro de mí que... es como si algo tratara de guiarme a cometer actos malos. Aunque eso no es ninguna excusa. Ya casi tengo quince años y debía hacerme responsable de mis propios actos.

Se quedó allí mirándome sin ninguna emoción en su rostro, lo que me inquietó. Pensaba que no me perdonaría, que me dejaría encerrada en este mundo para que me pudriera sola. Pero sus siguientes palabras me dejaron helada.

– Aceptó tu disculpa.

– ¿De verdad?

– Si, no hay nada que nos guste más que un corazón arrepentido – informo –. Aunque mi cabello era hermoso, volverá a crecer y sera bello una vez más.

Me reí para no llorar, aunque casi falle. No podía creer cómo podía perdonarme tan fácil, porque en definitiva yo no hubiera hecho. Creo que esa es la verdadera diferencia entre otras criaturas y yo.

– Prometo intentarlo… de veras esta vez. Quiero volver a sentir cosas, y no tener que guardarlas por temor a cometer un error.




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