Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo siete

   Mientras la noche seguía oscura y el viento movía los árboles, Lara y su madre hablaban sobre el día ya vivido y las nuevas actividades realizadas. La joven, curiosa por saber que otros  diseños le eran asignados a su progenitora, no pudo evitar pensar que de nuevo, no la veía comer de lo que ella misma había preparado.

—¿No tienes hambre?

—No, mi niña. Y siendo sincera, estos días no he tenido apetito. Quiero creer que es por el estrés— se excusó Catherine jugando con los dedos.

—Ya sabes que eso no es sano. Y esta no es la primera vez que pasa— la reprendió apuntándole con el tenedor.

—Cenaré un tazón de frutas si eso te hace feliz.

—El que estés bien me hace feliz, mamá, y eso es exactamente lo que tú dices cada vez que algo malo me pasa.

—De tal palo, tal astilla— río Catherine—. ¿Cómo te ha ido en la secundaria?, ¿Qué tal las materias?

—Pensé que serían más complicadas, pero hasta ahora he logrado entender todo, y si no lo hago, pregunto para salir de dudas.

—Espero que Peter las haya ayudado en lo que necesitaban.

—Así fue: él siempre ha sido muy colaborador. A las chicas y a mí nos encanta tener un amigo así.

—Es un gran chico.

—Y eso que aún no le hemos conseguido novia— se carcajeó la blanquecina.

   En ese instante, y antes de que la mujer pudiera continuar hablando, la melodía del timbre hizo su aparición. Lara, extrañada de que alguien las visitara por la noche, dejó el bocado a un lado y fue hasta la puerta, y al abrirla,  se quedó muda al ver que Joen estaba del otro lado.

—Lara— la nombró él con una sonrisa.

—Hola a ti, chico que se supone no debería saber donde vivo.

—No sabía que esta era tu casa.

—Y yo nací ayer. No creo que sea casualidad de que justamente dieras con mi residencia.

—Tomaré eso como un insulto con clase. Me perdí, de verdad no sé en qué parte de la ciudad estoy.

   La chica, un poco más calmada, pudo darse cuenta que su desorientación y su ansiedad eran reales, ya que no paraba de ver hacia los lados y de consultar un mapa que tenía en el teléfono. 

—Manhattan. Puedes buscarlo en Google y ver la distancia que hay entre este barrio y donde vives.

—¿Brooklyn está lejos de aquí?— preguntó Joen apartando un mechón de su rostro.

—Hay un puente separando ambas partes. Puedes ir en metro, cuesta…

—Vine en auto. Gracias por la información— finalizó él dispuesto a marcharse.

   Catherine, nerviosa debido a que su hija tardaba tanto, se había levantado de su silla para ir a ver qué era lo que pasaba. No esperaba ver a un joven de cabello largo, alto y formado frente a su puerta, con un aspecto familiar que le daba miedo reconocer.

—Lara, ¿Quien es?

—Madre…

—Soy Joen, señora. Joen Duka. Gusto en conocerla— dijo el muchacho ofreciendo su mano.

 Ella, asustada, la estrechó deseando que no fuera ese apellido perteneciente a su pasado.

—El gusto es mío, Joen. ¿Eres nuevo por aquí?

—En la secundaria. Hoy fue mi primer día, mis amigos y yo vinimos a la ciudad para poder estudiar.

—Espero que les guste mucho estar aquí. Nueva York nunca duerme. 

—Me di cuenta. Lamento haberlas molestado, es solo que me perdí y no tenía idea de donde estaba— rió él ocultando sus verdaderas razones.

—No me sorprende. Esta ciudad es grande y muy vertiginosa. Hace frío, ¿No quieres pasar un momento?— inquirió Catherine.

—Yo no quiero molestar, señora.

—Pasa: aún no son las nueve y tienes auto— habló Lara luego de un pausa silenciosa.

   El muchacho, extrañado por esa justificación y ansioso de poder entrar, camino hacia el interior de la casa y se dejó envolver por el calor que está desprendía. Lara, observando cómo él miraba todo embobado, lo tomó del hombro para guiarlo hasta los sillones de la sala. Una vez ahí, se sentaron y comenzaron una conversación que los llevaría a una incomodidad melancólica:

—Tú casa es muy linda.

—Gracias, mi madre es buena combinando diferentes tonos y colores.

—Me iré en cuanto pueda…

—No es que te odie como para echarte, Joen, pero tengo curiosidad por saber qué haces aquí— confesó ella viendo a su madre acercarse.

—Ya te lo dije, me perdí. 

—Sigo sin creerte— murmuró ella molesta.

—Es una ciudad muy ruidosa, ¿No lo crees?— insinuó Joen cruzando las piernas.

—Si esto es por lo que pasó en la mañana…

—¿Qué pasó en la mañana, Lara?

   Catherine, a escasos pasos del sofá, la miraba interrogante y con angustia en el rostro.

—Nada importante, mamá.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.