Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo ocho

   Ninguno de los dos habló por breves minutos. Catherine, que aún seguía asustada por el apellido que había escuchado, se quedó callada y a la expectativa desde una columna de la casa. Lara y Joen, el segundo llorando en silencio y la primera preguntandose por que estaba en esa situación, se mantenían abrazados y quietos, esperando que el otro comenzará una conversación amena y fácil de seguir.

—Por si te lo preguntabas, no: no pienso interrogarte sobre las razones de tu tristeza— susurró la joven.

—Lo siento, quisiera decírtelo pero…

—Joen, sin ofender, pero me parece descabellado el contarle a alguien que no conoces algo que te afecte, ya que de una u otra forma, te afecta. Algún día me lo dirás, si quieres, pero por ahora, no lo hagas.

   Él chico, sorprendido por su respuesta y algo incómodo por el acercamiento, hizo un carraspeo y se alejó de ella, deseando recobrar la compostura al tiempo que se limpiaba las lágrimas del rostro.

—Esto no me pasa seguido.

—Puedo ver que no te gusta llorar frente a una persona— afirmó ella sirviéndose un poco de té.

—No me agrada el hecho de que puedan mirarme en un estado de vulnerabilidad. Hay quienes son buenos lectores de gestos, y hay quienes son buenos adivinando el pesar del alma.

—Digno de un libro— rió ella bebiendo de la bebida amarga—. Yo solo pienso que hay dos tipos de seres: los que tienen secretos y los que buscan la atención. Aunque claro, también están esos que son capaces de ayudar a los dos anteriores. 

—¿Figuro en esa clasificación?— inquirió él aceptando la taza.

—Tal vez sí, tal vez no: hace falta conocernos para empezar a juzgarnos.

   El muchacho rió ante lo que ella había expresado, y muy en el fondo de su pecho, se sintió un idiota al pensar que estaba ahi para alejarla de todo lo que conocia. Lara, observando que el fruncia el ceño seguidamente, hizo golpes ligeros a la porcelana y sacudió la cabeza en negación:

—Sigo sin entender una cosa.

—¿Cuál?— quiso saber él saboreando la planta que estaba hecha polvo.

—¿Por qué nos ayudaron? Comprendo que sean caballerosos, pero el problema no tenía nada que ver con ustedes, y estoy casi segura de que no sabían de qué se trataba.

   Era cierto: Joen no sabía que estaba pasando, y aunque había sido algo apresurado a lo que se supone debían hacer, El Conquistador la quería viva, y esas palabras resonaban en su mente cada vez que Lara aparecía en su campo de visión. No era correcto quitarle eso, no era bueno arrebatarle la seguridad y felicidad que notaba en ella y en su vida, sin embargo, existía una ligera presión por advertirle lo que estaba por suceder, pero no tenía conocimiento del cómo.

  Tomó aire, se mojó los labios y busco en unos instantes cualquier excusa que sonara real:

—De donde vengo, no es común encontrarse con gente que quiera agredirte. Me enseñaron que siempre debo de ayudar cuando sucedan estos casos, aun cuando ese alguien no quiera.

—Vaya, creo que vienes de un lugar bastante extraño— murmuró la chica riendo con complicidad.

—Creeme: por experiencia, los lugares que no has visitado siempre te parecerán extraños.

 La madre de la joven, viendo una oportunidad para entrar en escena, camino hasta la sala e hizo su aparición con el tarro de azúcar.

—¡He aquí la gloria!

—Gracias, mamá, pero creo que ya nos las arreglamos.

—Entonces más para mí. Cuentenme— rogó Catherine tomando asiento—, ¿Que opinan de la secundaria ahora?

   Y entre risas y anécdotas memorables,  hablaron de cosas específicas: la escuela fue la primera en resaltar, luego el trabajo del único adulto del espacio y después los pros y los contras de vivir en una ciudad tan rápida y tecnológica. Y así fue como, dadas las diez de la noche exactas, Joen se levantó, y siendo acompañado por ambas mujeres, se despidió en la puerta con el mapa correcto entre las manos. Lara, quien se sentía observada por su madre, fue víctima de una alegría ligera y de una curiosidad por la víctima extraña.

Sin embargo, no fue lo mismo para su madre, ya que está, agradecida por el momento vivido y por los asuntos mencionados, no dejaba de preocuparse por el apellido de ese muchacho.

 

 

 

   No era la primera vez que Thomas pescaba un resfriado, pero si de algo estaba seguro, es de que había pasado mucho tiempo desde la última temporada de enfermedades. Sintiendo la nariz helada y las manos entumecidas , el chico de cabello anaranjado saltó a la camioneta en cuanto la vio. Luego de unos segundos, en los que Joen lo miraba impactado, estornudo cuatro veces seguidas y se dejó llevar por los temblores de su cuerpo.

—Es raro verte de esta forma— asumió el guerrero morado dando por iniciada la marcha.

—Ni me lo menciones. Tu sabes muy bien cuánto detesto estar así— habló el otro con un acento extraño.

—¿Y averiguaste algo?

—Nada que nos sirva, al menos no en el ámbito de Lara y su situación como extraterrestres. Pero si descubrí algo.




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