Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo diez

—Esto no sé ve nada bien— aseguró Peter después de un largo silencio.

    Aquellas palabras lograron apuñalar sus corazones latientes. Los otros alumnos, que aún no despertaban del trance inducido, eran demasiados como para que una sola persona pudiera retener sus ejercicios mentales, al menos para Julia sí, ya que ella no tenía tanta experiencia aun. Callaron por un buen rato, negándose a creer que el cuerpo de Lara estaba siendo atacado por una fuerza secreta que algunos no se atrevían a confesar, y con tal de que los temblores de ella disminuyeran, Joen tuvo que sujetarle las extremidades con firmeza.

  Julia tuvo que sacudir su cabeza para concentrarse: aquellos a los que había dormido comenzaban a despertar, y eso no podía ser. Su amiga no daba pausa a sus murmullos, y al mismo tiempo que el soldado la sostenía contra su pecho de una forma tierna, los demás volvieron en sí.

    Peter fue absorbido por la preocupación, y no pudiendo explicar las razones de ese instinto fraternal, dijo lo siguiente:

—Dámela.

  El extraterrestre los miró desconcertado, aunque solo consiguió que la apretará más.

—¿Debería?

—Ella tiene algo dentro que es indescriptible, y si no lo controlamos ahora…

—Está helada.

—Hay muchas formas de dar calor, solo dámela y cierra la boca.

—Peter— llamó Mérida—. No dejes que este haga que tu control se esfume. Y tú— dijo con un ademán hacía Joen— deja que él la lleve. No tenemos tiempo que perder. Julia: ¿Preparada para borrar actividades?

    Esta salió de su burbuja.

—Siempre, vayamos por nuestras cosas. Lara necesitará recuperarse.

—¿Y nosotros qué?, ¿vamos y hacemos como si nada? —clamó Alex.

—Ese era el plan— acordó Thomas dando otro estornudo.

—Sí: ustedes vayan y cacen mariposas para ponérselas de adorno. O hagan lo que les plazca: nosotros debemos irnos antes de que algo malo pase— ordenó la castaña.

—¿Qué le está pasando?, ¿por qué está tan fría? —interrogó el guerrero morado aun con la blanquecina en brazos.

—No es de tu incumbencia. Vamos, Mérida. Y Peter, sostenla por favor— pidió Julia dejando el lugar junto a la pelirroja.

    Los cuatro chicos se miraron entre ellos, y al percibir la incomodidad que se presentaba en el silencio, apartaron sus rostros y se dejaron hundir por sus pensamientos. Era difícil no fijarse en personas que te robaban el aliento, en personas que hacían que tu imaginación volará a mil por hora, en esas que ni siquiera conocías, pero que estabas dispuesto a querer como a la única flor del desierto. Esas chicas, por alguna razón ilógica, giraban en las cabezas de esos tres muchachos, y Peter lo sabía, claro que lo sabía, pero una cosa era saberlo y otra era aceptarlo. 

    Eran sus amigas, sus hermanas, su todo… y de solo pensar que alguien o algo pudiera hacerles daño, el volcán de su interior hacía brotar la llama ardiente que estaba dispuesta a quemar. Alex carraspeó de manera grave, y en vista de que nadie se movía ni siquiera un centímetro, soltó lo primero que se le vino a la cabeza:

—Entonces, ¿qué eres de las chicas? 

Peter soltó una carcajada ronca, esos chicos no sabían disimular para nada.

—¿Por qué tengo que decírtelo?, ¿acaso estás celoso? — preguntó con una sonrisa en la cara.

    El rubio tuvo que apretar los nudillos para no tener que romperle la cara. El que alguien intentara desviar cualquier conversación empezada, era estupido y molesto.

—Responde de una maldita vez.

—¿O sí no qué, rubio teñido? Tú no me obligarás a decir nada, ¿me escuchaste? Si tan necesitado estás de la atención de Julia, ¿por qué no mejoras tú actitud? Tan sencillo como decir hola.

—Chicos, tranquilos— intervino Thomas colocándose entre los dos, que curiosamente estaban cerca uno del otro.

—Vuelves a hablarme de esa forma, y tus dientes quedarán en mi puño— dijo Alex.

—No me interesa saber lo que harás en tus arrebatos de furia, pero te advierto una cosa: te acercas a Julia, y desearás no haber existido.

—¿Quieres retarme? Porque eso es tentativo— aviso Alex dando un paso hacía el chico.

—Eres la evidencia viva de un hombre perdido por una mujer, y como no sabe decir lo que siente la fastidia.

—Tú rostro se ve muy sano.

—Alex, ahora no— lo detuvo Thomas— ¿Podrías dejar de ser un idiota y procurar no decir barbaridades? Este no es el momento.

—¿Peter?— susurró Lara de una manera forzosa.

 Aquel, siendo llamado por su amiga, caminó hasta acortar los pocos metros que los separaban y la tomó en brazos. Ella, recibiendo el calor de un cuerpo conocido, se apretó más contra este y ocultó su cara en ese cuello tenso.

—Tranquila, peque, descansa un rato— le ordenó él con cariño.

 Joen comenzó a sentir una sensación horrible llamada “celos”. Era confusa: ver a la persona que le interesaba, siendo consolada por alguien más que no era él: no le gustaba en lo absoluto. Quería quitársela de encima, arrancarsela hasta quedar sin rastro de ella. Se dirigió a una columna, se apoyó en esta y empezó a contar los números de manera regresiva para poder entender su preocupación por aquella muchacha que tenía que secuestrar. La miró entre aquellos brazos desconocidos, y al prestarle más atención, vio que su piel comenzaba a tornarse verde.




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