Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo once

     Llegaron a la casa de Peter, y en seguida se pusieron a trabajar: colocaron a Lara en una de las camas, la hicieron oler sales aromáticas y, al ver que reaccionaba al olor, esperaron los resultados. 

   La blanquecina respiró con fuerza, y poco a poco, abrió los ojos. Le costó acostumbrarse a esa luz tan cegadora, sin embargo, esta fue la primera en darle la bienvenida y en avisarle que no estaba sola en la habitación.

—Tranquila, Lara, solo somos nosotras— dijo Mérida cuando la vio desesperarse.

—A mi parecer, no somos tan feas, de hecho: deberían contratarnos como modelos en Vogue— bromeó Julia rompiendo el hielo.

    Esas ocurrencias hicieron que Lara riera a carcajadas.

—Eres un caso especial Julia.

—No tanto: mi psicóloga me recomendó no sobrepensar mucho en las cosas que se me vienen a la cabeza. Le pregunté si podía hacer un chiste con lo primero que se me ocurriera, dijo que sí. Y aquí estamos, hablando sobre nuestro contrato en Vogue. Pero ahora que lo analizo mejor, mi personalidad no sirve para hacer reir a la gente.

   Las otras dos soltaron una maraña de risas y carcajadas. Al parecer, esa psicóloga tenía razón, ya por un instante se olvidaron de los problemas y calamidades vividas hacía poco, y las sustituyeron por recuerdos de la infancia,  momentos felices e instantes delicados, haciendo que las preocupaciones viajaran muy lejos sin molestar.

—Muy bien, cuéntanos. ¿Cómo te sientes? —quiso averiguar la castaña al sentarse en el colchón.

—Por extraño que suene, me siento bien. Aunque tengo un ardor en la nuca— contestó ella posando sus dedos en esa zona lastimada.

—Tus tatuajes ya aparecieron, de ahí que ese dolor esté presente. Sin embargo, tu poder sigue sin estar en ti— aportó la pelirroja.

—Siendo sincera, solo he sentido molestias, y creo que destruí la puerta del baño de la secundaria.

  Atentas a cualquier señal, Julia y Mérida trataban de analizar cada movimiento de su amiga y cada reacción que tuviera ante la manifestación de sus habilidades.

—¿No experimentaste nada más? No lo sé, ¿alguna otra sensación?

    Lara negó con la cabeza ante la pregunta de la castaña, pero después llegó una sensación de mareo que la hizo tambalearse sobre la cama.

—No te esfuerces demasiado, tómalo con calma— rogó la de pecas.

—No es mi intención hacerlo de esa manera.

—Ya, pero igual deberías ir despacio.

—Fue un mareo, no estoy lisiada, Jul. Dejen de preocuparse por…

   De esta manera, discutiendo sobre las condiciones de la blanquecina, se escuchó el timbre ligero del hogar. Se miraron entre ellas, sus ceños se fruncieron y las interrogantes comenzaban a formarse en sus cabezas como un torrente sin fin. ¿Quién podría ser?

 

 

    Miraba a la nada. Siempre que su corazón estaba a punto de desbocarse y que sus pulmones no podían expandirse, se quedaba mudo y observaba el minúsculo jardín que estaba frente a su casa. Bebió un poco del té que estaba en su taza, y al oír las voces de las chicas, sonrió. Quería tocar la puerta, saber si la pequeña enferma se encontraba mejor, despierta y sin temperatura baja. Sus pasos se dirigieron hacía el cuarto, y estando a pocos pasos de distancia, el sonido del timbre lo detuvo. Peter juntó las cejas con extrañeza, girando sobre sus talones, fue a la entrada.

   Volvieron a tocar, al parecer esa persona estaba desesperada, quizás algo ansiosa. Envolvió la manija con su mano, la giró y se encontró con el rostro que menos esperaba ver en ese instante.

—¿Qué quieres?, ¿cómo sabes dónde vivo?

—¿En serio necesitas saberlo? Muy bien, primera pista: tengo ojos en todas partes— dijo Chelsea cruzando los brazos.

Peter puso los ojos en blanco.

—No tengo tiempo para tus tontos juegos, Chelsea, ¿Qué diablos quieres?

    La pelinegra jugó con sus dedos, puso los pies en punta y volvió al inicio de su movimiento nervioso: dedos y puntas, dedos y puntas, dedos y puntas. A veces por segundos, luego por minutos y después al revés.

—¿Por qué estás nerviosa? —preguntó el muchacho.

—¿Cómo sabes que lo estoy?

—Sueles hacer eso cuando estás nerviosa.

—¿Me observas haciéndolo?

      Él no quería que lo supiera: no importaba cuanto le gustara esa chica, si hacía daño, no podía salvarla de sus propias consecuencias. Sin embargo, eso no evitaba que sus sentimientos volarán por los aires. Sacudió la cabeza en negación y dijo:

—No te creas tan importante, yo observo a todo el mundo. ¿Puedes, por favor, decirme qué carajos haces frente a mi casa?

—Debemos hablar.

—¿Sobre qué? Que yo sepa, no somos amigos, y si eres tan amable, quítate de mí porsche— comentó él molesto.

—Sé que Lara está pasando por su desarrollo, tal como lo hiciste tú, Julia, Mérida, y yo.




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