Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo catorce

—Déjame explicarte, mamá.

—No hay nada que explicar. Cualquier calle, aun cuando sea en el país más seguro del mundo, es peligrosa en la noche, porque a esas horas siempre salen los que se esconden de día.

—Lo lamento, de verdad no volverá a pasar— se disculpó Lara con la mirada en el suelo.

  Catherine, con las manos en la cintura y las cejas juntas, miro los dedos verdes que su hija intentaba ocultar y la mochila que a esta le hacía falta.

—¿Dónde están tus cosas?

—En la casa de Peter.

—¿Qué hacen ahí?

—Yo…

—Lara, no voy a matarte si me dices la verdad, quizás solo te castigue, pero no haré nada más aparte de eso.

  La joven, negada a que su madre supiera que tenía una especie de habilidad, se mojó los labios y puso un mechón de cabello detrás de su oreja.

—Las chicas y yo decidimos hacer una tarde divertida. Queríamos pintar, jugar a las cartas, incluso ver películas. Pet se ofreció, y no nos dimos cuenta de lo tarde que era hasta hace poco.

  Su madre, suspirando al mismo tiempo que se quitaba mechones de cabello de la cara, la tomó de las manos y la observó con detenimiento.

—Estaba preocupada. Sé que no está mal distraerse por un rato, pero la próxima vez, avisa antes.

—Lo siento mucho, mamá.

   Acariciando la mejilla de Lara, y rodeándola al mismo tiempo con sus brazos, Catherine la abrazo tiernamente y respiro, después de varios momentos de incertidumbre, con alivio.

—No saldrás por una semana, limpiarás el patio por las tardes y lavarás la ropa sin mi ayuda.

—¡No!, ¡todo menos la última cosa!— rogó la blanquecina con las manos juntas.

—Lavar la ropa no es difícil.

—Ni tú ni yo queremos que la ropa blanca tenga colores. No lo dices, pero sé que lo piensas.

—Lastima: es hora de que aceptes las consecuencias de tus actos. Ahora, a cenar.

    La blanquecina, sonriendo, se levanta con rapidez del sofá y, en la cocina junto a su madre, procede a contarle diversas cosas que no tenían nada que ver con lo que había pasado.

 

 

 

—¿Piensas decirle?— cuestionó Thomas observando el techo.

—Han pasado tres días, y en este punto me siento algo indeciso.

—No quiero sonar como un insensible, pero, ¿por qué percibo que en cualquier momento vas a cambiar de opinión?— preguntó Alex desde su cama.

    Joen, no queriendo responder a una pregunta que ni él mismo podía analizar del todo, se tapó la cara con la almohada y lanzó un grito de tormento. Sus amigos no sabían cómo ayudarle, y aunque estaban ahí por decisión propia,no les gustaba para nada que estuvieran encargados de un secuestro que no se atrevían a realizar.

—La moral está jugando con mi mente— concluyó el alien de la Luna Morada.

—Con las nuestras también. ¿Sabes lo difícil que es intentar hacer algo que sabes que está mal?

—Lo estoy viviendo en carne propia, gracias.

—Yo pienso que no es justo hacerle eso: quitarle todo lo que conoce para darle a su padre lo que desea.,es ofrecerle una victoria a alguien que no la merece— resumió el de cabello naranja.

—Adoro tener amigos inteligentes y confiables— señaló Joen con una sonrisa.

—La manipulación no funciona.

—Hasta que dices cosas como esa, Alex. Volviendo al tema, quiero decirle, solo que no se como.

—Mientras piensas eso, yo dormiré: mañana hay escuela, y por lo que veo, ningún profesor de este planeta, o al menos esa institución, nos ha hecho decir afirmaciones positivas en la mañana.

—Estamos en un mundo distinto, con otra cultura y un modo diferente de hacer las cosas: no esperes a que todo sea igual, Alex— le advirtió el guerrero de fuego.

—Lamento tener una personalidad insistente, pero esperaba algo mejor.  Y hablando de temas triviales, ¿qué creen que pase con las chicas?

—¿A qué te refieres?— interrogó el atormentado.

—Ellas tienen figuras de autoridad en sus hogares, y lo que creo que sucederá es que las veremos cómo personas que han recibido sermones— resumió el rubio bostezando—. Tengo sueño, buenas noches.

    Luego de una pausa silenciosa, en la que los otros dos verificaron si su compañero estaba dormido, Joen le confesó a Thomas:

—Tengo que decirle.

—Supongo. Viste lo que es capaz de hacer, en eso Samuel tenía razón: es poderosa. Aunque quién sabe, tal vez su mamá ya le contó.

—Quizás— terminó susurrando el de pelo negro.

    Quedándose callados y sin ganas de hablar más, fueron cerrando sus ojos poco a poco, y pese a que no querían revivir momentos dolorosos, ninguno de los tres pudo evitar pensar en los regaños que sus difuntos padres les habían dado antes de la temprana partida.




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