Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo quince

—¿Tienen alguna explicación para esto?— chilló la mujer de traje gris.

—Me sentía mal, y creo que me desmayé, porque no recuerdo nada después de haber ido al baño, maestra—dijo Lara intentando no moverse.

—Aquí hay una enfermería con personal capacitado para esos casos, señorita Bronw. Y es por esto que no logro entender porqué tengo un video de usted y sus amigos corriendo por el pasillo mientras la cargan.

—Ya se lo dijo: no se sentía bien— intervino Joen.

     La directora, apretando los puños debido a la interrupción del chico, contó hasta diez en su mente y luego arremetió contra aquellos que se veían en otra grabación saliendo sin ningún motivo.

—¿Qué hay de ustedes cuatro?— quiso saber ella al tiempo que señalaba a los tres guerreros y a Chelsea—. Si ella estaba enferma, no tenían porqué salir de clases.

—Es un tema delicado, profesora— susurro la pelinegra con la cabeza gacha.

—Somos sus amigos: ¿Que tiene de malo preocuparnos por ella?— le recrimina Peter con los brazos cruzados.

—Ese no es el punto, joven: lo que no llego a comprender es porqué no la llevaron con las enfermeras y avisaron a su madre. Y no son tontos, o al menos eso es lo que reflejan las notas de algunos.

 Chelsea, sintiendo algo de vergüenza por ciertas notas bajas, se mordió los labios y frunció el ceño.

—No va a olvidarlo, ¿verdad?

—No puedo: hasta que no me expliquen esta especie de escape de sus clases, no los dejaré salir— le respondió la mujer a Alex.

    Thomas, con las manos en los bolsillos y la espalda recta, le lanzó a sus compañeros una mirada que tenía una advertencia y un temor. Y es que, después de acariciar durante breves segundos los drones pequeños transformados en sogas, habló:

—Entonces no nos odie por lo que estamos a punto de hacer, aunque no creo que lo recuerde.

    De un momento a otro, unas sogas negras amarraron a la profesora a su silla, y mientras Joen recibía el tubo almacenador de recuerdos, los demás observaban impactados. Como si de una alma se tratase, unas cuerdas luminosas y finas volaron hacia el diminuto caño que el soldado morado sostenía entre los dedos, y antes de que la directora pudiera reaccionar, se desmayó sobre la mesa y se alejó de las memorias que ya no volvería a tener.

    Ellos, impávidos y frívolos debido a las tantas veces que habían hecho tal cosa, salieron de la oficina como si nada. Sin embargo, y luego de salir de su estado de shock, Lara se fue corriendo hasta que logró alcanzar al que parecía la cabeza de todo eso.

—¿Qué le hiciste?— le interrogó ella a Joen.

—Nada de lo que debas preocuparte.

—¿Qué son?, ¿por qué están aquí?

—Supongo que al preguntar, quieres meterte a la boca del lobo— afirmó él apartando un mechón de su cara.

    Lara no supo cómo interpretar esas palabras, y aunque tenía algo de miedo, decidió atreverse.

—Solo responde. Esta intriga me mata.

    Él, mirando a sus amigos y el reloj en su muñeca, y agradeciendo los minutos que aún quedaban, la tomó del brazo y la arrastró consigo hacia uno de los cuartos del conserje. Ahí, encerrados, no pudo hacer otra cosa más que mirarlo con muchas preguntas que no salían de su boca.

—Flotaron en la casa de mi amigo, hay alguien que los manda y acaban de hacerle no se que a esa mujer. Esto solo se ve en películas— chilló la blanquecina encendiendo la luz.

—De donde venimos no hay películas de esa clase.

—Ni siquiera sé qué pensar. Creí que eras una buena persona, pero ahora, ya no se que decir.

    Joen se mordió los labios al tener tal lucha interna: en el fondo, no quería secuestrarla, pero una orden era una orden, y sin embargo, ya sus expectativas estaban comenzando a flaquear. Se acercó a ella, y al estar  separados solo por unos centímetros, le fue soltando el secreto que se había esforzado en ocultar.

—¿Alguna vez te has preguntado, por qué tienes ese poder?

—¿De qué hablas?— inquirió ella frunciendo el ceño.

—Desintegraste un jarrón. Lo hiciste cenizas, ¿nunca te has preguntado la razón de eso?

    No podía decirle, no podía contarle que ella y sus amigos habían sido rociados con una sustancia extraña hacía ya muchos años.

—Yo…

—El silencio llega a ser un si.

—Ve al grano, Joen. ¿Qué está pasando?

 Sin más, el chico tomó aire y le confesó de forma pausada:

—Eres una extraterrestre, y nuestro deber es llevarte a nuestro mundo.

    No se dio cuenta del color verde de sus manos, así como tampoco pudo darse cuenta del momento en el que él se quitó las lentillas para mostrar sus verdaderos ojos.

 

 

 

    Algo no estaba bien, y un instinto fastidioso se lo repetía sin razón. Catherine, sentada frente a la computadora mientras hacía el primer borrador de una portada de revista, paró su trabajo y un suspiro ansioso salió de su garganta. Lara nunca había llegado después de su toque de queda, y aunque sabía que eso no volvería a ocurrir, la extrañeza de ese hecho no dejaba de perseguirla.




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