Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo dieciséis

    Había cosas que no se podían cambiar, y eso Samuel lo entendía, pero no por ello sus deseos de que pasara desaparecieron. Mientras configuraba los chips para atacar nuevamente, las imágenes de su padre estricto y las de su dulce madre se hicieron paso en su memoria: los consejos que aquella mujer le daba para que fuera mejor cada dia, los arrebatos de ira que aquel hombre descargaba en él, su mente dividida en dos caminas, y la angustia al no saber elegir entre lo bueno y lo malo.

—¿Seguro que con esto conseguiremos lo que buscamos?— le interrogó Owen a su amigo.

     Abel frunció el ceño ante la pregunta. Él tenía un apellido asignado por su luna, el otro no, él no conocía las caras de sus padres, el otro sí, y resumiéndolo bien, ya se había hartado de buscar sin obtener las respuestas que necesitaba. No querían darle información, entonces las buscaría por otros medios, aun cuando eso significara trabajar para el hombre más peligroso del mundo lunar.

—Espero que sí.

—Eso no sonó como una afirmación.

—No nos queda otra opción.

 El moreno iba a protestar, sin embargo, un pellizco en su nuca hizo que se sobresaltara y que, después de la primera impresión, se tocará el área afectada.

—Si funciona en ustedes, funcionará en ellos— habló el villano sin voltear.

—¿Qué quiere decir?

     El Conquistador inhalo y exhalo durante unos instantes, y abriendo otro archivo, argumento:

—Los aliens tenemos rastreadores que son puestos a la hora de nacer. No se cual es la función exacta, pero si hay algo que puedo confirmar, es que siempre ayudan para dar un paso adelante.

—Pero se pueden apagar cuando queramos. Ya sabe, es como un control remoto— aludió Owen haciendo gestos con las manos.

—Excepto cuando también se tienen los registros de uno.

     Y, sin más, deslizó sus dedos sobre la tablet y dejó que la pantalla enorme obtuviera imágenes de Lara y Joen. Los jóvenes, intrigados por lo que planeaba, se miraron entre ellos con preocupación. Los separaban metros, pero esos pasos no les impedía escuchar las teclas que, al oprimirlas, expulsaban ruidos extraños.

 

 

 

    Las personas caminaban aceleradas, los empleados intentaban ser rápidos y los turistas tomaban fotos de las pantallas gigantes que tenían algunos edificios. El área del Times Square era caótica la mayoría de las veces, pero ese día era distinto:  Catherine ya no escuchaba los gritos o exigencias de los clientes, tampoco el sonido de algunas bebidas cayéndose al suelo, y eso era estresante, porque sus dudas le estaban generando una ansiedad que se evidenciaba en sus uñas mordidas.

—Te estas comiendo las uñas, lo cual significa que esto es más serio de lo que pensaba— dijo Antony dandole un beso en la mejilla.

—Gracias por venir.

—Sonabas un poco alterada por teléfono. ¿Qué sucede?— preguntó Clara aceptando la silla que su esposo le había apartado.

    Mientras los padres de los amigos de su hija tomaban asiento, ella intentaba organizar todo en su mente para así poder darles un breve recorrido por las sospechas que Lara logró ocasionar.

—Es mi pequeña: ha estado rara en estos últimos días.

—Conociendo lo que conocemos, creo que es algo normal— expresó el papá de Peter, Conall. 

—Lo sé, pero ahora siento que ahí algo más. Sus dedos están un poco verdes.

—Eso sí que me sorprende. ¿Le has preguntado cómo se ha sentido? Quizás ya está dentro de esa etapa de “cambios extremos''— indicó Leonor al realizar unas comillas en el aire.

   Antes de poder dar una respuesta dudosa, George, médico personal de Lara y tío de Mérida, anuncia con voz decidida:

—Pensé que duraría más en el trabajo hoy, pero aquí estamos, en el “Bibble y Sip”. ¿Ya ordenaron algo?

—Lo siento— se disculpa Catherine levantándose de forma veloz.

—Descuida. El ambiente del hospital me estaba agobiando: demasiados casos en muy pocas horas— informó el recién llegado al acomodar su bata blanca—. Los niños no son tan buenos con los doctores.

—Son seres en pleno desarrollo: tal vez se sientan asustados en un ambiente así— opinó Astrid viendo el menú en sus manos.

—Eso, y que algunos suelen desarrollar el “síndrome de la bata blanca”. Si es así, olvídate de la tranquilidad.

—Gracias por tu aportación, querido cuñado. Y ahora, volviendo al punto, ¿Por qué estamos aquí?

—Sueles tener la mayoría de respuestas a todas las preguntas en cuanto al organismo de Lara se refiere— empezó la madre de esta cruzando las manos encima de su bolso—. Tengo el presentimiento de que ya está en la etapa de desarrollo.

—¿Desarrollo de su…?

    Al ver el asentimiento que Catherine le daba, él se recostó en la silla y colocó ambas manos sobre la mesa. Miró, con detenimiento y preocupación, a los siete adultos que tenían una responsabilidad enorme: ocultar las habilidades de sus hijos al mundo humano. Pese a ello, la extrañeza se extendió por su rostro al no ver a la última que faltaba, y quien venía entrando al local con prisa.




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