Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo diecisiete

    A medida que los ruidos desaparecían, y que la impresión de la noticia iba pasando, Lara se quedó quieta y no parpadeo durante varios segundos. Sin embargo, lo primero que hizo al salir de su burbuja fue darle una cachetada fuerte al chico que estaba esperando frente a ella y después pellizcarse para comprobar si era un sueño.

—¡¿Y eso por qué fue?!— chilló Joen sobandose el área afectada.

—Tú estás verdaderamente loco.

—No entiendo por qué lo calificas de esa forma si tus amigos también tienen poderes.

—Eso es un secreto que se supone nadie debía descubrir.

—Ahora ya no lo es. Escucha, Lara…

—No, escucha tú—lo atajó ella señalandolo con un dedo amenazador—. Lo que me acabas de decir, es ridículo: no existe la magia, no existen los extraterrestres y creo que ver mucho el mundo de “Marvel” te afectó.

—¿Qué demonios es “Marvel”? Olvídalo, ni siquiera sé cosas específicas sobre los humanos.

—Eres extraño, tus amigos también y no sé por qué actúan como si vinieran de otro mundo, dimensión o lo que sea— se desconcertó la blanquecina intentando salir.

—Tenemos que hablar— repitió él tomándola del brazo.

—No, tenemos que ir a clase, porque si no muchos van a hablar sobre posibles eventos que sucedieron en esta habitación.

—No se de que hablas, pero no te irás hasta haber aclarado ciertas cosas.

   De un momento a otro, Joen le dio la vuelta y se quedaron quietos mientras unos centímetros los separaban del otro. El aliento que salía de sus bocas se mezclaba, el calor que hacía en ese reducido espacio los hacía boquear y el que sus dedos se rozaran les provocaba escalofríos. Eran mucha información como para asimilar en una mañana, y también eran muchas sensaciones como para ignorarlas, sobre todo teniendo al causante a menos de un paso.

—Suéltame.

—Te lo estoy advirtiendo, Lara: hay una persona que te está buscando, y no descansará hasta tenerte.

—Pensé que ese eras tu.

—Digamos que solo soy un mensajero.

—Un mensajero que quería raptarme.

—Eso era antes, pero ahora mis principios me lo impiden.

    La rabia creció en el pecho de la blanquecina, y extendiendo su mano, dejó que las emociones tomaran ventaja en la competencia que habían creado en esos instantes. Con una fuerza que hasta ahora creía inexistente, lo tomó de la mano, le sonrió y luego lo empujó hacia la puerta, haciendo que esta última se saliera de su lugar y que las bisagras bailaran en el aire. Una nube, junto con pequeños rayos verdes, se formaron alrededor de la mano de Lara, y siendo víctima de las miradas aterradas de sus amigos, declaró con firmeza:

—Ni siquiera pienses en salirte con la tuya, porque tendría que hacerte daño, y no tengo idea de lo que soy capaz de hacer.

  El joven terminó en el suelo, y al tiempo que una mueca de dolor se formaba en su rostro, los otros dos soldados se preparaban para enfrentarla:

—Tranquilízate— le rogó Thomas con cerillos en la mano.

—No queremos que toda la escuela se entere de esto, ¿verdad?— replicó Alex con una botella de agua detrás de él.

   Caminaron hacia ella, y sin tener intenciones de tocarla, se detuvieron: una fuerza magnética los hizo levitar, y asustados por no saber el origen de ese hecho, dieron unas patadas en el aire.

—¡Bajalos ya!— le gritó el guerrero morado levantándose poco a poco.

—¡Yo no soy la que hace eso!

   Peter, quien tenia los ojos amarillos y los brazos hacia delante, los estaba controlando con mucha dificultad. Mérida, que no quería que nadie los descubriera, le rogó que parara, pero él no le hacía caso: tenía la mirada perdida, los labios entreabiertos y las venas a punto de reventar. Julia volvió a llamarlo, y al ver que tampoco pudo hacer que saliera del trance, Chelsea lo abrazó por detrás, y pidiéndoles disculpas con un movimiento de labios, desaparecieron en un santiamén.

   Thomas y Alex cayeron con un retumbar fuerte, y maldiciendo por lo bajo, dirigieron su vista asesina hacia Lara.

—Hablaremos en el almuerzo, porque me estoy dando cuenta que solo saben retenerse, más no controlarlos— destacó Joen refiriéndose a esas habilidades.

   Los tres se dieron la vuelta y planeaban perderse hacia la clase, pero la voz de la castaña consiguió detenerlos:

—Hay cámaras en todas partes. ¿Cómo borraran eso?

     Alex, sacando una caja de metal y alzándola en el aire, dejó que las grabaciones fueran hasta él en forma de velo blanco. Cuando el objeto estuvo lleno, el rubio extrajo una llave de su abrigo y lo cerró.

—¿Satisfecha, gatita?

    No espero una respuesta, y el verlo irse se lo dejó en claro.

 

 

 

   Unas nauseas fastidiosas comenzaron a atacarlo, y queriendo evitar dar una arcada, se tapó la boca y cerró los ojos con fuerza. Estaban en la entrada, donde la tercera semana de Septiembre los refrescaba con una brisa algo helada. Ella lo observó, y admirando su retención de líquidos, se sentó en los escalones grises.




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