Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo dieciocho

   El pensar en problemas ajenos la hacía crítica, pero analizar los suyos lograba hacer de su mente un revoltijo de nervios y sentimentalismo. Mientras mirada al pizarrón, sus oídos se mantenían atentos a cada palabra que a ella le pareciera relevante, sin embargo, sus cavilaciones viajaban hacia lo que había pasado poco antes de entrar a la clase de Ética: la confesión irreal de Joen, la reacción de su amigo y el poder que ella era capaz de utilizar.

   Una pregunta fue lanzada hacia los alumnos, y suspirando con cansancio, Lara levantó una mano dudosa y contestó con firmeza a la interrogante, esto sin esperar que su participación fuera acertada. Sonrió con orgullo, y aunque deseaba mantener esa emoción durante el resto del lunes, la mirada que Joen le daba hacía que esa alegría se fuera despacio. Quizás lo había ignorado un poco, pero él no podía culparla por ello: algo tan descabellado como decir que era una extraterrestre no se asimilaba en un tiempo tan diminuto.

   La campana sonó, y guardando sus cosas con rapidez, se levantó de la silla e intentó caminar deprisa, aunque un brazo la detuvo antes de que pudiera salir.

—Me ignoraste todo el viernes pasado.

—No lo creo.

  El soldado púrpura la miró sin creerle una sola palabra.

—No puedes juzgarme por haberlo hecho: lo que pasó y lo que dijiste después de eso fue muy loco.

—Pero es la verdad. Eso era lo que querías, ¿no?

—Una verdad que cupiera en este mundo llamado “tierra”— chilló ella al doblarse para salir de ahí.

    El chico la persiguió sin descanso, y viendo que ella abría su casillero, se recostó de los otros y volvió a aclarar:

—Por favor, créeme.

—¿Por qué? Si los seres como tú existen, entonces los vampiros también.

—No tengo idea de lo que son, pero no cambies el tema, Lara: esto es serio.

    La blanquecina, ordenando los dibujos que sin querer había dejado en ese espacio, se mordió los labios y lo miró de reojo. Un silencio se interpuso entre los dos, y pese a que ella quería hablar, nada concreto se le venía a la cabeza: estaba en shock, impactada y también asustada, lo cual no era una buena combinación. Tiró la pequeña puerta, cerró con candado y se paró frente a él.

—¿Quién te envió?

—Antes de decir cualquier cosa, debes tener la mente abierta.

—Tratare— finalizó ella empezando a caminar.

    Joen se ubicó a su izquierda, y ordenando los hechos de menor a mayor importancia, anuncio:

—Tu padre fue el que nos exigió llevarte a la galaxia Andrómeda.

    Lara paró repentinamente, y frunciendo el ceño, se impactó al oír esa palabra tan lejana y conocida. Joen la observó, y al entender la sorpresa de mencionarle a ese hombre, carraspeó y  comenzó otra vez:

—Como decía…

—Dime todo sobre él, por favor.

 

 

   

   “Vigílala: esta es la etapa más vulnerable de la existencia, y considerando lo que son, cualquier cosa hará que ella vaya en picada”. Las palabras del doctor George preocupaban a Catherine, y esa sensación era la que le impedía terminar con un boceto medio soso y lleno de colores que no combinaban. Dejando el lápiz a un lado, bebió un poco del agua con hielo que siempre llevaba a su pequeña oficina, y sintiendo las puntas de sus dedos picar, se puso en pie con lentitud y fue hacia el baño de mujeres, en donde antes de entrar, se aseguró de que ninguna de sus compañeras estuviera cerca. Sus tacones resonaron en medio de la cerámica, y eligiendo al fin uno de los cubículos, se adentró en él, bajo la tapa del inodoro y se sentó a esperar.

  Pasaba como mínimo, cinco veces al día en ese ir y venir, y aunque le resultará frustrante, no quería que su habilidad se quedará en el olvido: es por eso que se hidrataba, se mantenía a la expectativa y, cuando sus manos estaba lo suficientemente frías, creaba diminutos pedazos de hielo. Sonrió, satisfecha, al verlos otra vez ahí, en medio de sus palmas, siendo protegidos para no derretirse.

  Quizás, en medio de todos esos cambios, era el momento de decirle a Lara: su pasado, su huida y el cómo se convirtió en madre aún eran un misterio para la joven, y aunque no había tocado esos temas con tal de protegerla, el postergar aún más esos secretos estaba comenzando a asfixiarla. Con un movimiento rápido, hizo que los pedacitos congelados levitaran, y girando su muñeca, estos comenzaron a danzar.

    Ahí, en medio de esas paredes beige y el olor a flores del jabón de manos, se prometió a sí misma qué le diría su hija todo, aun cuando esto le diera miedo.

 

 

 

   La chica pálida no paraba de morderse las uñas, y analizando la comida frente a ella, pasó a lastimarse el interior de las mejillas. Joen permanecía a su lado, y mientras resolvía la tarea de Física, esperaba con paciencia a que Lara diera luz verde para poder contarle lo que seguía.

—¿No tienes hambre?— preguntó ella desenvolviendo el cuchillo y el tenedor.

—No puedo comer: me hace daño— contestó él terminando una parte de lo encargado.

—¿Por qué?

—No lo sé, pero a juzgar por los artículos que leí sobre los adolescentes de la tierra, no te confundas: tengo mi propia alimentación, solo que es diferente a la tuya.




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