Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo veinte

  La confusión embargaba su cerebro, y aunque deseaba contarle todo a sus amigos, el miedo y la ansiedad la hacían mantenerse callada. Mientras miraba por la ventana del asiento trasero, una pregunta lanzada para ella no fue contestada, y más que darle importancia, no le prestó atención hasta que Mérida tocó su hombro insistentemente.

—Tú no sueles dejar cosas al aire.

—¿A qué te refieres?— inquirió Lara con extrañeza.

—Peter te ha hecho una pregunta y no has contestado.

—Me distraje. El clima se ve un poco más cálido, ¿no lo crees?

—Sí— contestó su amiga posando la mirada en la luz apenas visible.

   Su amigo, que estaba dando un pequeño análisis a través del retrovisor, se encontró con los ojos idos de la joven e inició una conversación para aligerar el ambiente:

—¿Cómo les fue hoy?

—Yo ya me estoy acostumbrando, aunque los horarios siguen agotándome— explicó Julia a su izquierda.

—No es tan difícil como la gente cree.

—Tan bien como cabría esperar. Por cierto, señor misterioso, ¿qué pasó con Chelsea? Sé que no nos agrada, pero de alguna forma nos ayudó la semana anterior.

   Peter se mordió los labios al recibir esa bomba, sin embargo, rio sacando su despecho y contestó:

—Está bien, o eso creo. No la vi mucho hoy.

—Quizás no vino, como siempre hace los lunes.

—No la critiques hoy, Julia— le pidió él—. Tal vez no es tan mala como parece ser.

—Es cierto que no sabemos nada de su vida, pero eso no significa que tiene el derecho de hacernos sentir estúpidos— dijo la pelirroja.

   Él se quedó callado, y recordando las miles de veces en que la pelinegra los fastidiaba, no tuvo más remedio que seguir conduciendo y quedarse mudo. Sin embargo, sus deseos de defenderla y excusar su comportamiento no dejaron su mente tranquila, ya que al haber descubierto que era igual a ellos su corazón dio un vuelco. Mérida tenía razón, pero Peter quería darle una segunda oportunidad.

—Te daré un punto por esa verdad, Mérida. Aunque le debemos una: con su poder nos ayudó a escapar de una situación delicada.

—¿Cómo es que ella también tiene una habilidad? Creí que éramos los únicos— aclaró Lara rememorando la ausencia de la suya.

—Hay que buscarla: tal vez consigamos más respuestas.

   La blanquecina se mordió los dedos ante esa afirmación. No le agradaba la idea de relacionarse con la chica que la había atormentado desde la infancia, tampoco le gustaba que ella se viera involucrada en un suceso peligroso y ajeno a su vida, pero tomando en cuenta los miles de cabos sueltos que se formaban desde hacía una semana, tener otra referencia no era un mal plan. Quizás encontrarían algo útil y beneficioso para todos.

 

 

 

  Los ojos de Joen no dejaban de contemplar los paisajes en movimiento desde el auto, y siendo analizado por Thomas y luego por Alex, dejó de hacer el ruido que lo mantenía calmado a él y a la voz de su cabeza.

—Las clases estuvieron muy interesantes, ¿No lo creen?— mencionó el soldado de fuego con tal de romper la tensión extraña

—Sí: me recuerdan a la primaria de la Luna Azul. Supongo que a veces es necesario retomar ciertos temas para refrescar un poco la memoria. ¿Cierto, Joen?— inquirió el rubio desde los asientos traseros.

   Este continuó en el ensimismamiento que el chip lo obligaba a mantener, y observando que sus venas estaban siendo manipuladas con su habilidad, estiró el suéter que cargaba puesto y se mordió las uñas mientras su pierna temblaba.

—Algo te pasa y no nos quieres decir— resumió Thomas doblando hacia la izquierda.

—No es nada.

—Nunca antes te he visto tan nervioso. ¿Samuel te llamó?

—No, Alex. Creo que está bastante ocupado con Owen y Abel. Tal vez los mande a terminar lo que nosotros iniciamos.

—O tal vez quieran pelear. No lo sé, algo negativo de esos dos es que siempre se adelantan sin analizar la situación.

   Lanzando una risa ronca por la verdad en las palabras del anaranjado, Joen sintió la invasión persistente de El Conquistador en su cerebro. Los jadeos comenzaron a aparecer, el sudor de sus sienes pasó a estar presente en todo su cuerpo y sus dedos empezaron a lanzar diminutos rayos hacia la radio.

—Joen…

—Quiero bajarme aquí, Thomas.

—No conoces nada de la ciudad…

—¡Abre la maldita puerta!

   Lo hizo, y preocupándose por el caminar lento y descuidado del chico que siempre le inquietaba la presencia de una espalda recta, detuvo el carro en Uptown y miró a Alex por el retrovisor.

—Por aquí no vive Lara, ¿o sí?

—Síguelo: creo que hoy será un día inolvidable— avisó el de ojos azules con el semblante serio.

    Moviendo la palanca y estornudando a la vez, no lo perdieron de vista ni por un segundo.




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