Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo veintirés

   Las llaves de la puerta de entrada temblaron en sus manos, y haciendo un esfuerzo descomunal por ocultar su nerviosismo, la metió en la cerradura y pasó de estar afuera a estar dentro de su hogar. Sonrió satisfecha al ver que Lara había cumplido con la orden que le dio: mantenerse bajo llave mientras ella no estuviera ahí. Dejó sus cosas en uno de los sofás de la sala, y subiendo la escalera despacio, fue hacia la habitación de la joven y giró la manija: la descubrió sentada en su escritorio diminuto, con un cuaderno abierto y un libro apoyado en la pared mientras el bolígrafo recorría las hojas. Catherine se sentó en la cama, y sacudiéndose el pantalón negro, hablo:

—¿Tienes exámenes?

—No, pero tarea sí. Además, creo que me funciona mejor hacer un repaso de los temas el mismo día en que los veo. Algo loco, pero efectivo.

    La mujer, ahora ya más tranquila, decide tomar una decisión algo apresurada, pero que al fin y al cabo, iba a servir para mantener la seguridad de su niña:

—Lara, sé que te gusta mucho tu libertad…

—¿Quieres ser mi transporte, cierto?

  Su madre, algo impactada por la capacidad de la chica, asintió en cuanto esta la miró a los ojos.

—Me parece una buena idea: últimamente no pasamos mucho tiempo juntas, y quizás este nuevo arreglo nos lo permita más— opinó Lara acariciando la pluma.

   Ella se alegró internamente por la iniciativa de su hija, y dándole un abrazo cálido, se dispuso a bajar y hacer el almuerzo. Ya estando sola en su cuarto y segura de que su mama no la escuchaba, Lara lanzó un suspiro tenso al tiempo que se colocaba ambas manos en el rostro: agradecía que Mérida manejara la tierra, sabía que Julia tuvo que borrar algunas memorias de su pequeño vecino, sin embargo, también era necesario reconocer que sin ellas, el caos que ya no estaba presente en su jardín seguiría con vida.

   Después de haber luchado contra alguien que no se parecía en nada al Joen que había conocido, sus compañeras ordenaron el jardín, los chicos se fueron con el guerrero a cuestas y ella, cansada de usar sus lentillas hasta en su propia casa, se las quito para no volver a ponérselas hasta el día siguiente. El viento que azotaba su ventana la distrajo por breves instantes, y observando el exterior nublado y gris, supo de inmediato que el otoño ya estaba invadiendo la ciudad. No le gustaba tanto el frío, y aunque en ciertas ocasiones éste la hacía reunirse con Mérida y Julia para ver películas entre mantas y chocolate caliente, un sabor agridulce la invadía al pensar en él.

    El tono de una llamada entrante la hizo saltar en su silla. Tomó su teléfono, y desbloqueando la pantalla, habló con molestia al chico que tenía una cicatriz en la nuca:

—Quien quiera que sea, no necesito promoción de un producto que ni siquiera pedir, y solo para que lo sepas…

—¿De qué hablas?, ¿y por qué estás tan molesta?

    La voz del soldado lunar fue reconocida por su cerebro, y molestandose por los eventos pasados, Lara se acostó en la cama e intentó por todos los medios que le funcionaban, serenarse.

—Eres un acosador: definitivamente lo eres.

—¿Disculpa?

—¿Cómo rayos conseguiste mi número? Y hablo en serio, Joen.

   Un suspiro cansado fue lo que obtuvo como respuesta, y escuchando ruidos no tan estridentes de parte de él, esperó con ansias a que le contestara.

—Tu teléfono estaba en uno de los arbustos del jardín, y lo demás es historia: no fue tan difícil descifrar tu número de celular.

—Hace un rato intentaste matarme, y ahora estamos hablando de forma muy pasiva, ¿que quieres?— inquirió ella con la espalda en la pared.

—Disculparme: sé que es absurdo por esta línea, pero no tengo fuerzas como para ir a tu casa. Además, tenía miedo de encontrarte con un bate de béisbol.

—Al menos sabes prevenir futuras desgracias.

  Un silencio incómodo se hizo presente en la conversación, y aunque la chica deseaba  con todas sus fuerzas averiguar todo el misterio, primero tenía que saber que había ocurrido con exactitud.

—Apenas nos conocemos, y que yo sepa, no te he hecho nada malo. ¿Por qué querías hacerme daño?

—No era yo, reina: sé que las cosas desconocidas son difíciles de comprender, pero te aseguro que estoy aquí para hacer todo lo contrario.

—No lo parece.

—Me estaban manipulando— afirmó él luego de un quejido—. Las personas como yo tienen algo en su cuerpo, y aunque esa cosa esté apagada, quien la encuentra puede utilizarla a su antojo.

—Somos extraterrestres, ¿verdad?, ¿yo también tengo eso en mi?

—Me gustaría responderte que no, pero la verdad es que no tengo ni la más mínima idea.

—Yo soy humana, y tu estas loco, yo soy humana y tu eres solo un demente— repitió ella comenzando a sollozar.

—Escúchame, por favor.

—No eres real, nada de esto es real…

—Reina…




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