Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo veintiséis

    Todo a su alrededor estaba en silencio, y pese a que la molestia en los ojos la obligaban a dormir un poco más, ella quiso abrirlos. Poco a poco se fue desperezando, y a medida que la luz en su habitación le daba la bienvenida, los dolores en cada parte de su cuerpo también. Lara, quien hasta entonces no entendía nada de lo que había pasado, trató con todas sus fuerzas de levantarse, sin embargo, un mareo repentino la hizo jadear, devolviéndole otra vez a su colchón unas ganas irreparables de dormir.

     Su madre tenía el rostro hinchado, y aun cuando no lo podía verificar, unos sollozos apenas audibles le daban a entender que había acertado en su suposición. Carraspeó con delicadeza, y mojándose los labios, le preguntó a Catherine lo siguiente:

—¿Qué me pasó?

—Lo siento, lo siento mucho, mi niña. De veras lo siento— dijo la mujer llorando todavía más que en la última hora.

    La joven miró hacia el techo, y desconcertada por la situación, procura que su progenitora deje de lamentarse por algo que no entendía y que la frustraba.

—Mamá, ¿qué me está sucediendo?

—Yo solo quería protegerte, solo deseaba que él olvidara todo eso.

—¿Quien?

—Tu padre.

     Los ojos de Lara se abrieron por la impresión, y empezando a ver el cuarto como una cosa diminuta, tardó unos instantes en salir del shock. Pensó, sin lugar a dudas, que era el mismo hombre del que Joen le había hablado: aquel que la quería conocer, aquel que había enviado a tres chicos para llevarla, y aquel que, sin pensarlo siquiera, la necesitaba para algo. Una lágrima recorrió su mejilla, y fingiendo sentirse bien, se levantó con dificultad y se sentó contra el cabecero de la cama. Un quejido fue a delatar luego de unos momentos, pero eso no le importaba, no ahora cuando las ansias de descubrir el misterio la embargaban de pies a cabeza.

—¿Qué quiere el de mi, mamá?

—No lo sé con exactitud, Lara.

—Aunque lo sepas, por favor, dime por qué un hombre que no conozco y que jamás he visto me busca.

     La mujer se secó el rostro húmedo y latente, y respirando profundo para poder hablar, tomó lugar frente a su hija al tiempo que sus manos se entrelazaron.

—Nada de lo que está pasando es tu culpa, mi niña. Necesito que lo sepas, ¿está bien?

—Claro— respondió la chica algo dudosa.

—Samuel: así se llama él, tu padre. Tu y yo tenemos algo en común, y nunca me atreví a decírtelo porque en ese tiempo, mi vida y la tuya estaban en peligro.

—¿Qué?

—A mis ojos, eres mi hija, pero a los de él eres un experimento y una oportunidad para cumplir con lo que planeó hace años.

     Por unos breves minutos, Lara quiso gritarle que no: que no era verdad, que no era posible y que un padre no utilizaría a su hija para sus propios fines. Sin embargo, también entendió una cosa: no podía excusar a una persona desconocida, así como tampoco podía arreglar la manera en que ese individuo veía al mundo. Cerró los ojos, exhaló, y al momento de abrirlos, unos hielos flotantes le dieron la bienvenida: un jadeo de sorpresa fue expulsado por su garganta, y observando detrás de estos, pudo ver como su madre mantenía las manos arriba mientras los cubos giraban en círculos.

—Tú…

—Somos extraterrestres, hija, y lo que sentiste hoy fue tu habilidad manifestándose en ti.

 

 

 

    Tocó la puerta marrón con sus nudillos, y palpando la tela del abrigo que cargaba en esa tarde que se volvía noche, Joen esperaba ansioso frente a la casa de Lara. Las excusas que se formaron en su cabeza no concordaban con la de la visita anterior. Sin embargo, cuando la madre de la chica fue quien lo recibió, su mente se quedó en blanco y las palabras no pudieron salir de sus labios a tiempo.

—¿Qué haces aquí, Joen?

—Buenas tardes, señora. Lamento las molestias, pero quería saber si Lara estaba aquí.

—Lo está, pero, ¿para que la necesitas?

—Mi lógica matemática no es muy buena, y ella se ofreció a ayudarme hoy— inventa él de forma instantánea.

     Catherine, aun sorprendida por su presencia inusual, cierra un poco más la puerta y se lame los labios para luego suspirar.

—No es buen momento, Joen.

—¿Qué sucede?, ¿Lara está bien?— inquiere nervioso el guerrero.

—Digamos que tiene una alergia algo drástica en su piel ahora, y cuando esto suele pasarle, prefiere estar tranquila.

—Claro. Lo entiendo. Espero no haberla molestado, señor Catherine.

—Descuida, mi niño. Puedes venir pasado mañana, cuando ella se sienta mejor.

     Y sin nada más que aportar, la mujer le cierra la puerta en la cara. Había algo raro que ni él mismo pudo entender, ya que el sarcasmo no fue parte de la conversación y la mamá de la chica no se veía molesta con su presencia, sino más bien ansiosa por lo que seguramente había luego de la puerta. Movido por una curiosidad, y también por una pizca de adrenalina, Joen caminó hasta el patio trasero que ya conocía y buscó entre todos los árboles uno para subir.




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