Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo veintisiete

   Sus padres ya le habían dicho la hora en que debía bajar para la cena, sus tareas escolares estaban listadas en una hoja suelta y sus ganas de tachar las lo realizado la tenían al borde de la ansiedad. Una vez en su cuarto, deja la puerta entreabierta, y sentándose en su pequeño escritorio, procede a sacar todo lo necesario para hacer sus investigaciones. Sin embargo, un ruido en su closet logró distraerla de sus deberes.

    Con mucho sigilo, y tomando su chaqueta para poder colgarla en su lugar, Mérida se dirige a su ropero. La oscuridad del cuarto diminuto la recibe, y viendo con sus propios ojos que su imaginación le había jugado una mala pasada, toma un gancho y cuelga la prenda. Aunque después de unos segundos, una mano fría se posa encima de su boca y la hace retroceder.

     Ella, alertada y temerosa, extiende sus dedos para atraer como imanes a unas raíces verdes con espinas. Agradeció tener a vecinos que cuidaban de sus jardines, y cuando un quejido lastimero se extiende en la penumbra, la joven sabe que ha ganado. Corre hacia el interruptor, enciende la luz y frunce el ceño para poder comprobar si su vista no le fallaba.

—Tú…

—Sin ofender, pero esto duele— lloriqueó Thomas levantando sus muñecas atadas.

     Un líquido naranja goteaba por su piel, y pese a que Mérida se sintió mal por causarle dolor, no dio el brazo a torcer sin antes conseguir respuestas.

—¿Por qué estás aquí?

—Quería comprobar que estuvieras bien.

—Entraste en mi habitación, te escondiste en mi armario y casi me matas de un susto. Agradece que no esté llamando a la policía— chilló la pelirroja tirando de su cabello.

    El soldado intenta permanecer quieto, y siseando por el dolor que las espinas le provocaban, alzó ambas manos y le imploró a la chica que le quitara esa tortura. Ella lo hizo, y viendo el mal que había causado con tal de defenderse, le comunicó que iría por un botiquín para curarlo. Thomas, negando con la cabeza repetidas veces, le muestra sus heridas: Mérida pudo observar a las capas regenerarse poco a poco, y cuando el proceso terminó, la sangre naranja ya no estaba en sus muñecas ni ninguna otra lesión peligrosa.

—Esto no es normal.

—Ni lo que ustedes hicieron en la escuela tampoco— rechista él acomodándose el abrigo.

—¿A qué viniste? Créeme que estoy harta de todo el misterio que les rodea a ti y a tus amigos, así que si quieres respuestas, no las conseguirás de mi boca— resume ella al apagar la luz de la pequeña habitación.

    Thomas no sabía cómo explicarle, pero de alguna manera no había estado tranquilo después de lo que pasó, y menos ahora que la había visto utilizar su habilidad contra él. No tenía tanta práctica, de eso estaba seguro, aunque la rapidez con la que reaccionó pudo asustarlo durante los minutos en que las espinas le punzaron.

—De verdad me preocupé, florecilla.

—Vaya. ¿Ahora quieres ponerme un apodo para distraerme? Tal vez a tus ojos parezco tonta, y admito que lo soy algunas veces, pero tampoco es para tanto— musita la de pecas tomando asiento frente a su mesa.

—Jamás he dicho que lo seas, de hecho eres eficaz y muy agradable.

—¿Qué quieres, Tom?

     La muchacha acortó su nombre con tal de que el ambiente fuera menos denso, y él sintió que el pecho le palpitaba de alegría con esa simple acción. El recuerdo de sus padres llamándolo de esa forma le produjo una nostalgia extraña, aunque esta no duró mucho, y parándose detrás de la chica, intentó convencerla para que le diera información de otro modo.

—Es cierto: no estamos aquí por casualidad. Tenemos algo que cumplir, pero si te soy sincero, todo esto va en contra de mis principios.

—Aquellas acciones que consideramos mal a nuestros ojos siempre irán en contra de nuestros principios— le hace saber ella al darse la vuelta—. Y si es así, ¿Por qué lo haces?

—Porque si no secuestramos a Lara, el hombre que nos contrató hará sufrir a alguien más— soltó él de repente.

    Mérida lo miró por unos cuantos segundos, y de un momento a otro, ella se vuelve una bola de furia: la ventana se abre, las ramas de un árbol toman los tobillos del muchacho, y jalándolo con fuerza, hacen que él quede en el aire y a unos metros del césped marchito.

—No me gusta hacerle daño a nadie, Thomas, pero cuando se trata de alguien importante, no me controlo. Así que por tu bien, te irás.

    La pelirroja lo hizo bajar con delicadeza, y no haciendo caso al nudo en su garganta, se propone lo siguiente: ignorarlo y proteger a los suyos. Sus padres no podían enterarse de lo que ella era realmente y, claro está, tampoco iba a permitir que le pasara algo a su amiga. Retener, eso era lo primordial, retener.

 

 

—¿Algo te cayó mal?

—Quizás, mamá— respondió Julia al verla limpiar su desastre.

    La muchacha se quedaba quieta mientras Clara terminaba de asear el lugar, y aun cuando quería echar a Alex ella sola, no deseaba que su madre se hiciera cargo.

—No eres de enfermarte mucho.

—Lo sé.

—Y cuando sucede no es agradable, y sabes muy bien que no me refiero a tu humor— dijo la mujer al tomarla de las manos.




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