Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo veintiocho

   La camioneta se estaciona en el lugar indicado, y mirando por el retrovisor, Alex, junto a Thomas, se preocupa por la ausencia de su amigo. Ninguno habló con el otro acerca de las visitas que habían hecho, y volviendo a llamar a su número, se enfurecieron al no obtener una respuesta.

—No conoce la ciudad, así que no creo que esté muy lejos— habla el soldado de fuego al guardar su teléfono.

—Tienes razón, pero tampoco se me ocurre en donde puede estar.

—Ha estado muy extraño últimamente, ¿no lo crees?— le pregunta Thomas al rubio luego de bajarse del auto.

—Un poco, y creo saber la razón— ríe su amigo amarrándose el cabello.

     El otro guerrero se pone a pensar por unos segundos, y luego de divagar durante ese tiempo, recuerda al hombre.

—¿Y si Samuel lo atacó?

—Nos habríamos enterado. Por favor, Thomas, estoy empezando a creer que no dormiste nada anoche: recuerda que de los dos, tú eres el más inteligente.

—Con ese tipo nunca se sabe, Alex: si pudo crear una guerra por sí solo, no creo que sea nada comparado a solo una persona.

     El ruido estridente de la ciudad era soportable ese día, y mientras los dos se adentraban a la escuela con los celulares repicando, Mérida y Julia miraban hacia todos los lugares que sus ojos pudieron alcanzar, y suspirando por su intento fallido, volvieron a llamar al telefono de Lara.

—Estoy empezando a preocuparme— expresó la castaña apretando sus manos.

—¿Qué tal si nada le paso?

—No lo sabemos, y eso me está haciendo entrar en pánico.

—Ella está bien, así que cálmate y esperemos a Pet. De todas formas aún hay tiempo— le hace saber la pelirroja señalando su reloj.

     Ella sabía que, de alguna forma, Julia se impacientaba cuando una situación ajena a ella se le salía de las manos. Por eso es que Mérida siempre intentaba estar calmada, aun cuando los nervios le hicieran revolver el estómago. Siguen ansiosas hasta que Peter aparece, aunque este también tenía el celular en la oreja.

     Su amigo, al verlas con cara de inquietud, va hasta ellas y las interroga acerca de la ausente. Las dos responden que no la han visto en esa mañana, pero que no había que crear escenarios con rapidez.

—Claro, y yo soy bueno en el fútbol.

—De hecho si lo eres.

—Ese no es el punto, Julia, y no lo soy tanto— le cuenta él tirando de su pelo—. Tienen razón en cuanto a no generarnos escenarios irreales, pero hablamos de Lara: una chica que es indecisa pero que le da terror llegar tarde.

—¿Y si no escucho el despertador? Puede llegar a pasar— interviene Mérida al consultar la hora.

—Lo dudo, peques.

 Un momento de silencio se interpone entre los tres, y sintiendo la brisa gélida en esa parte de Manhattan, Julia se repone para dar su opinión:

—Quizás debamos esperar: ella recibió su habilidad hace poco, y nosotros sabemos lo mucho que cuesta adaptarse.

     Mérida y Peter asienten con la cabeza lentamente, y retomando el camino de la entrada, fueron hacia el interior de la escuela.

 

 

   Ambos adolescentes permanecían silenciosos en el sillón, y pese a que cada uno estaba en un extremo, todavía llegaban a sentir la piel del otro en la suya. Joen no sabía con exactitud qué clase de sentimientos lo habían embargado la noche anterior, y Lara no paraba de pensar en su primer beso y en su madre interrumpiéndolo.

—¿Qué hacías en la habitación de mi hija, jovencito?— le pregunta Catherine con molestia.

—Es algo complicado de explicar, señora.

—Soy toda oídos.

—Tenemos que ir a la escuela— intervino la blanquecina apretando los dientes.

—No pasará nada del otro mundo si faltan un día.

—¿Y su trabajo?— inquiere el chico.

—Creo que esto es mucho más importante ahora— aclaró la mujer sentándose frente a ellos.

     Él no hizo nada más que intentar mover las muñecas que tenían esposas de imanes, y ella solo pudo apartar el mechón rebelde de su cabellera blanca. El soldado no quería admitir que le gustaba un poco la humana, y ella tampoco deseaba resaltar las consecuencias que sufría su pulso cuando él estaba cerca.  Todo era confuso, y Lara no pensó en otra cosa más que en lo siguiente:

—¿Me mentiste, mamá?

—¿De qué hablas?— le cuestiona su progenitora con el ceño fruncido.

—Sobre lo que soy yo: mis ojos, mi piel, mi cabello: jamás he ignorado esos detalles, y tú tampoco.

—Lara, creo que estás entendiendo mal…

—¿Por qué nunca comes nada sólido?, ¿Por qué no veo a mis abuelos?, ¿Por qué mi padre, a quien no he visto en muchos años, está buscándome?

     Catherine no se mueve al oír la mención de ese individuo. Se asusta, y sintiendo un escalofrío bajar por su espalda, trata de excusarse:

—Escúchame, cariño…




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