Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo veintinueve

   Antes de bajarse del auto, Lara se despide de su madre, y Joen, que ya había recibido por segunda vez una mirada asesina, le da las gracias a la mujer prometiendo que protegería a su hija si Samuel atacaba. No esperó una respuesta de su parte, solo salió del carro para luego correr junto a la chica al salón de Geografía.

   El pasillo los recibe con ciertos estudiantes dispersos, y ya en la puerta correspondiente, fueron recibidos por la reprimenda del maestro. Este les dijo que pasaran, y queriendo castigarlos, preguntó:

—Los que se quedaron dormidos, ¿que recuerdan del tema anterior?

   Ella respondió que se titulaba “Concepción del espacio geográfico”, y después de resaltar que no fue tan profundo como ella esperaba, Joen dijo que, más que nada, se resaltó el concepto general y la interacción que los seres humanos llegan a tener con el lugar. Ambas respuestas obtuvieron un halago poco honesto, pero ninguno de los dos protestó.

   El teléfono de la muchacha suena en medio del ruido de los lápices sobre el papel, y sabiendo que los mensajes eran de sus amigas, se mordió los labios. El soldado recibe un pellizco de parte de Alex, quien estaba detrás suyo, y rodando los ojos, se dedicó a prestar atención a la clase, aunque también a Lara.

 

 

   Geografía le había gustado, Ética también, pero Matemáticas requirió un esfuerzo doble de su parte. Lara deposita unos cuantos libros en su casillero, y después de sacar conclusiones de todas esas materias, decide caminar hacia el guerrero solo con el fin de saciar su interés.

—¿A qué luna perteneces?

     Joen coloca la mochila sobre su hombro, y sonriendo, le contesta:

—Tu madre me advirtió sobre no sobrecargarte.

—Sí, y también me mintió acerca del pasado.

—No la culpes, no creo que hayan sido días buenos— dijo él pasando por su lado.

—¿Tres?, ¿dos?, ¿cinco?

—Muy bien, hay cinco: la Luna Azul, la Luna Morada, la Luna de Ceniza, la Luna de Fuego y la Luna de Hielo. Yo pertenezco a la morada.

   Ella se ubicó a su lado al escuchar eso, y ya en la fila, él le comenta que desea pagarle el almuerzo, y pese a que Lara se niega, termina siendo así.

    La blanquecina toma su charola de plástico verde, va hacia una mesa vacía y le pide a él que se siente junto a ella. Joen acepta gustoso, y sacando un suero sabor a moras, la observa comer.

—¿Por qué nunca veo otra cosa que no sea eso?— inquiere ella al señalar con su tenedor la botella del chico.

—Los extraterrestres no comen alimentos sólidos, reina. No sé lo que sucede si lo hacemos, pero no quiero enterarme— río él.

—Eso explicaría mis indigestiones de pequeña.

—Me pareció impactante verte a ti hacerlo, pero fuiste criada como humana, así que lo interprete como un entreno— opinó Joen limpiandole la comisura de los labios.

Lara se queda quieta ante ese gesto tan íntimo, y mirándole los labios, recuerda el beso que se dieron en la habitación. Quería hablarle de eso, anhelaba sacar el tema a flote, pero sus ansias por saber más sobre ese mundo pudieron más que ella.

—¿Y cómo es el sistema educativo allá?

—Bastante diferente— anunció el chico arrugando la servilleta—. El preescolar es desde el primer año de vida hasta los siete, la primaria desde los siete hasta los trece, la secundaria desde los trece hasta los diecinueve y el bachillerato desde los diecinueve hasta los veinticuatro años.

   “En cuanto a la universidad, se puede elegir la carrera que se desee, las cuales son muy parecidas a las de este planeta.”

—Vaya, sí que es distinto. ¿En qué quieres especializarte? Tomando en cuenta lo que te gusta hasta ahora— inquiere Lara tomando una porción de su pasta.

—Quizás Derecho: me llama la atención el buscar justicia. ¿Y tú?

—Tal vez diseño gráfico: me gusta dibujar, aunque me falta práctica en la computadora.

—Todavía puedes aprender, y espero que algún día me enseñes tu arte.

   Ella se sonrojo, y dando un paso un poco más atrevido, le propuso lo siguiente:

—¿Te gustaría dar un paseo por Nueva York?

—Me encantaría.

 

 

   Era una costumbre para Chelsea verse en el espejo de su casillero, ya que tal acción la ayudaba a sentirse hermosa: peinaba su cabello de abajo hacia arriba, se ponía un poco de maquillaje y repetía, muchas veces, lo especial y única que era. Sin embargo, ese día no fue así.

   El pasillo estaba casi vacío, los susurros de los alumnos no la molestaban y su rutina iba a finalizar, cuando de pronto una imagen en el vidrio la espanto: su padre, el que solo había visto pocas veces hacía muchos años, la saludó sonriente desde el pequeño círculo.

   Por unos instantes, ella se quedó paralizada, aunque su propio grito la hizo caminar hacia atrás, tirar la puerta de color azul y tropezarse con Peter y Julia, quienes la sostenían de los brazos.




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