Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo treinta

   Ese día del mes ya había llegado para Mérida, y con cierta incomodidad, se coloca la toalla femenina para después subirse la ropa interior.  Los cólicos empiezan a ser cada vez más fastidiosos, por lo cual se lava las manos y decide ir a la enfermería.

   Camina al tiempo que se soba el vientre, y ya estando delante de su casillero, lo abre para depositar en su interior el pequeño bolso que utiliza en esos casos mensuales. Pequeñas gotas de sudor recorrían su sien, y sintiendo sus piernas temblar, lanza un sollozo ahogado contra la diminuta puerta de color azul.

   Thomas, con una flor naranja en la mano y la preocupación expresada en su rostro, recorre los cinco metros que lo separan de ella en el pasillo y la llama por su nombre:

—Mérida.

—No sé quién eres y no estoy de humor para bromas y…

  La pelirroja se detuvo en cuanto lo vio, y alejándose un poco, dijo:

—¿Qué sucede, Tom?

—¿Cómo estás? No te ves muy cómoda hoy— opina él al entregarle la flor con la mano un poco temblorosa.

   Ella la acepta conmovida, la olfatea durante unos segundos y después la coloca en el interior de su casillero. Un nuevo dolor la hace fruncir el ceño, y doblándose unos centímetros hacia adelante, le confiesa que debe ir a la enfermería y que no quiere perder más tiempo. El joven la tomó del brazo con delicadeza, se acerca a su oído y le pregunta si su periodo le toca ese día.

—¿Por qué tu curiosidad?— inquiere Mérida sorprendida.

—Quizás se escuche raro, pero te ves como mi mamá cuando estaba en su menstruación.

—¿Adolorida?

—Fastidiada y agotada. Tienes cólicos, ¿verdad?

    La chica, asombrada, asiente despacio. Luego, el soldado le pide permiso para acompañarla hasta su destino, y aunque ella se niega en un comienzo, termina por acceder.

    En el camino él envuelve más su brazo con el suyo, y mirando hacia el frente, le volvió a preguntar:

—¿Te duele mucho?

—Sí, pero ya estoy acostumbrada.

—Mamá solía tomar té y ponerse una compresa de agua tibia en la zona.

—Tu madre es muy lista, entonces.

—Lo era, papá también lo decía— destacó él con añoranza—. Florecilla, lamento haber revelado tu secreto, juro que no pensé en mis palabras.

—No estuvo bien, sobre todo al tratarse de algo tan anormal como un poder. Sin embargo, ya no te odio por eso: fue un error que cometiste, y no quiero que una simple equivocación me robe el pensamiento. Pero, ¿cómo te enteraste?

—El día en que nos encontramos en el corredor: en realidad no estaba enfermo, solo tenía demasiada sed.

—¿Por qué? Entiendo que cada cuerpo es distinto…

—Porque soy un extraterrestre de la Luna de Fuego, y algo inusual en mí es que mi temperatura puede pasar los treinta y cinco grados.

     Mérida quedó pasmada ante tal noticia, y sintiendo otros espasmos, dio inicio a un silencio largo y prolongado.

 

 

—Entonces, ¿lanzas rayos ultravioleta y además tienes una mirada identifica un objeto a kilómetros de distancia?

—Exacto, aunque mi vista escaneadora es algo raro en mi mundo: solo yo tengo esa habilidad—le dice Joen al levantarse de la mesa.

  Lara no conocía esa galaxia, de hecho, estaba tan desinformada acerca del tema que ni siquiera sabía que había otras tantas en el universo. Sin embargo, y ahora que escuchaba más de boca del muchacho, no pudo evitar sentir fascinación por algo que solo llegaba a existir en películas.

—Sigue pareciéndome extraño todo esto— susurra la blanquecina observando sus pies.

—Es normal que lo diferente te parezca singular. Y es por eso que te aconsejo tomarlo con calma.

—¿Me enseñas a manejar mis poderes? Si es que los tengo— pide ella al tomar su mano para retenerlo.

  Una sensación de hormigueo invade el brazo de Joen, y mojándose los labios, trata de controlar su respiración acelerada. La chica lo ponía nervioso, lo alteraba y también lo enloquecía a escalas muy poco conocidas por él en el amor, y en vista de que no deseaba reprimirse, acaricio su suave piel, y antes de dar un “si”, Alex los interrumpe:

—Están cerca, muy cerca. ¿Por qué están tan cerca?

—¿Por qué estás tan fastidioso?— rechiste Joen.

—Me estaba contando cosas de las lunas, Alex.

 El rubio borra la sonrisa de su rostro, y mirando a su amigo, interroga:

—¿Desde cuándo lo sabe?

—Estoy justo aquí, y me enteré hace poco.

—Genial. Entonces, ¿qué opinas?

  Los estudiantes comenzaron a salir de la cafetería hacia sus próximas clases, las charolas se fueron colocando en sus lugares y ella, no tan segura aún, respondió:

—Todavía me cuesta asimilarlo.

—Bueno, ya que estamos revelando cosas, me toca a mí. Como ya sabes, me llamó Alex, y soy un extraterrestre de la Luna Azul— resumió él haciendo que solo Joen y Lara lo escucharan—. En general, puedo manejar el agua en tres estados: sólido, líquido y gaseoso. Y junto a este, soy un guerrero lunar.




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