Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo treinta y uno

    Después de haber vivido cosas extrañas en los últimos días, Peter no tenía la cabeza como para pensar en lo que Chelsea había confesado sobre su amiga. Sin embargo, al saber que entre ellos ya nada era normal, no se imaginaba aunque la pelinegra fuera como él y como las otras: un ser humano con habilidades poderosas.

    Regresó a su casa solo, entró en su cuarto y, en cuanto toca la cama, se pone a pensar en las raras situaciones que se han cruzado en su vida: una explosion que le dio el poder de manejar la electricidad, una mañana en la que descubrió que eran los ataques de pánico, y ahora una fuerza desconocida que amenazaba a Lara.

    Suspiró con cansancio al sentir la sensación del estrés no justificado, y sacando su celular, entra a Instagram y le da una respuesta a Chelsea:

   Bien: mañana a la hora del almuerzo.

     Pulsó el botón de “enviar'', y mientras acaricia la funda roja de su teléfono, su respiración se acelera. Unos temblores inesperados invaden su cuerpo, el dolor que hasta ahora no había sentido se instala en su pecho y su habitación, iluminada por los rayos de sol que entraban por la ventana, comienza a girar a su alrededor. Su orgullo lo obliga a no reconocer lo que pasaba en realidad, pero su falta de oxígeno le hace ver que un ataque de pánico lo estaba carcomiendo vivo.

    Se desliza con delicadeza por las sábanas, y acabando recostado en el suelo en posición fetal, Peter deja que el llanto lo libere de la presión que siente. Imagina, luego de unos segundos en los que su rostro termina empapado, su lugar feliz, aquel en el que se siente en paz y armonía. El sudor le recorre el cuello, las náuseas le revuelven el estómago y su vista empieza a nublarse de poco en poco.

   Sin embargo, y en medio de toda esa bruma confusa, da comienzo a los ejercicios de respiración que le habían recomendado sus psicólogos, y pese a que intenta darse ánimos, sus propios reproches lo hacen retroceder y no avanzar. El recuerdo de la primera vez con su habilidad lo espanto, y repitiendo “basta” en su mente, fija su mirada en la cómoda que tiene al lado de su lecho. No sabe cuántos minutos han pasado, tampoco se da cuenta de las luces parpadeantes del hogar, y es así como se queda extremadamente quieto al comprender su debilidad ante toda la locura de esos aliens.

 

 

    Con el mentón sobre el instrumento y los dedos bailando para sacar las notas, Julia se deja envolver por la melodía que su violín expulsa por todo el salón. Junto a ella estaban unos cuantos estudiantes más, pero la música, solo eso, la volvió la protagonista de un solo de orquesta.

     Ese día practicaban algo sencillo: “Para él es un buen compañero”, la cual era una canción occidental que no requiere profesionalismo al ejecutarla. Mueve el arco hacia arriba, luego en el medio y después hacia el cielo, y de esta forma estuvieron todos, entre repetición y repetición. Era algo que le gustaba, porque al igual que los libros y el diario que la hacían perderse por horas, la música lograba relajarla, hacerla sonreír y olvidarse de casi todo lo que la abrumaba.

     Finalizaron sin desafinar esta vez, y estirando sus dedos, procede a guardar el instrumento en su estuche. Esa tarde le tocaba cita con la psicóloga, por lo cual le manda un mensaje a su padre hablándole del asunto. Después de unos minutos, recibe la contestación esperada, y terminando de recoger sus cosas, da un grito de sorpresa al ver a Alex recostado en la entrada.

—¿Quieres que me muera de un infarto?— le preguntó Julia con la palma sobre el corazón.

—No creo que eso sea del todo favorable.

   La chica bufó con molestia, y diciéndole al maestro que no había ningún problema sin resolver, rueda los ojos y se limita a ignorar al extraterrestre, pero él no iba a rendirse tan fácilmente, por lo cual le bloqueó el paso cuando intentó salir por su derecha, luego vuelve a hacer lo mismo con la izquierda y así estuvieron por cinco minutos: ella tratando de salir con él impidiéndoselo.

—¡¿Qué quieres?! Debo ir a una cita muy importante— exclama ella apartando un mechón de cabello de su cara.

—¿Con quién?, ¿a dónde?— inquiere Alex sin disimular su curiosidad.

—Con el capitán del equipo de fútbol: fui una de las afortunadas en tener un poco de su atención.

—La mía es suficiente— susurra el rubio al cruzarse de brazos.

—¿Qué dijiste?

—Que no te creo.

       Julia suspiró con cansancio, y luego de humedecer sus labios con la lengua, responde:

—En realidad no me interesa ese tipo, pero sí me preocupa el llegar tarde a la consulta con mi psicóloga.

—Te acompaño— dijo él rápidamente.

—No es necesario, mis padres siempre me llevan y no quiero molestarte.

—Pero deseo acompañarte, y quizás, dejar que entres en mi cabeza.

    Ella lo miró impactada, y analizando la situación, extrae de forma lenta el teléfono de su bolsillo. Necesitaba saber por qué ese cerebro era tan poderoso, y también, claro está, qué tenía que ver él y sus amigos con Lara.

 

 




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