Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo treinta y cinco

     Aún continuaban haciéndose daño el uno al otro, y tratando de ver quien ganaba esa ronda, Chelsea se baja de su espalda, lo golpea en los genitales, después en la cara y retrocede, aunque no deja de estar en posición de defensa. Abel, que continuaba en el suelo con una mueca de dolor, sonríe con suficiencia y la señala para decir:

—Eres ruda.

—Y tú un imbécil.

—Que lenguaje, y solo para que lo sepas, no eres la importante aquí, sino ella— le recalca Abel al levantarse y sacudirse el polvo de la ropa.

      Por un instante, la chica se deja llevar por el sentimiento de la envidia, por las palabras que Samuel siempre trataba de grabar en su memoria y por el hecho de no ser lo que él quería: una alien perfecta. Aunque los sentimientos negativos no duran mucho, y en cuanto ve al muchacho caminar hacía su hermana, se teletransporta e intenta hacerle daño otra vez, pero él ya está preparado: con una fuerza sobrehumana la toma de la barbilla, la levanta del piso y, queriendo quitarse la tentación, roza sus labios con los de ella:

—Eres preciosa.

—Suéltame— le susurra ella como puede.

—¿Y si no quiero?

      En cuanto termina de decir esas palabras, una barra de metal se alza ante ellos, y Chelsea, consciente de que había alguien más en escena, se aparta como puedo, logrando así que sea Abel quien reciba el golpe. Después de unos segundos se vacilación, la suelta y se arrodilla en el suelo, y es ahí cuando la pelinegra voltea hacía atrás: Julia se encuentra justo en la entrada, y no estaba sola, ya que Alex la secundaba.

      La amiga de Lara se desconcierta al ver a la alien desmayada, y con un gesto de cabeza, le pide a Alex que libere a Peter. Él lo hace: con un movimiento de muñeca, el hielo se vuelve agua, y en cuanto el chico puede caminar, Alex se dirige a Abel y le lanza una patada a la cara, dejándolo así indefenso y a la vez inconsciente.

—¿Qué rayos fue eso?— pregunta Julia sosteniendo a Lara.

—Intento llevársela. Debo hablar de esto con los chicos— dice sin querer el rubio—. ¿Cómo está?

—Respirando, pero casi la ahorca— informa Peter con rabia.

—¿Qué supone que hagamos ahora?

—Sonara algo contradictorio, pero si ella pertenece a una luna, su madre igual— declara Alex bajo las miradas de asombro de Chelsea y Peter—. Llévenla con ella, porque estoy seguro que sabrá que hacer.

—Tus ojos…

—Son…

—Inusuales— termina de decir Julia por los otros dos—. Y muy lindos.

     Lo último lo susurro, y aunque no pensó que Alex la escucharía, él termina sonriendo y con el corazón acelerado después de escuchar tales palabras. Sin embargo, la amargura lo invade luego de unos segundos, ya que, muy a su pesar, tendría que decirle a Joen lo que había pasado, y aunque su amigo lo negará, era cierto que la chica le importaba: le importaba más de lo que se hubiera imaginado. Por eso es que camina hacía la entrada de la escuela, vuelve a colocarse los lentes y, antes de dar un paso en el primer escalón, escucha una voz a sus espaldas que dice lo siguiente:

—Necesito saberlo todo.

—No sé si sea buena idea— opina él girándose hacía la castaña.

      Ella, presa del pánico y de los nervios, trata de no mostrarlos a medida que se va acercando al chico. Alex, luego de tenerla frente a él con unos centímetros de separación, traga saliva y baja un poco la mirada para observarla más de la cuenta.

—Por favor, he estado torturándome por dos años gracias a ese recuerdo y…

—No fue tu culpa, así como tampoco lo es de ninguna mujer el sufrir esa clase de violencia.

—Solo… gracias— dijo ella con cierto temblor en la voz—. Gracias por haberme ayudado después de eso.

—Tú has hecho todo el trabajo— ríe el con orgullo.

     Una sonrisa sincera invade el rostro de Julia, después lo mira con cariño y, sin querer, el momento se rompe gracias a la llamada que Peter le hace desde el interior. Ella le comunica a Alex que espera verlo en clases dentro de muy poco, y corriendo hacia la secundaria, deja en la entrada a un Alex pensativo y con las pupilas dilatadas.

 

 

    Para Peter, intentar no sobrepasar el límite de velocidad era algo que no podía cumplir, al menos no en ese instante, cuando Lara permanecía dormida en el asiento trasero, Abel en la cajuela y Julia a su lado, quien no paraba de exigirle que se apresurara. Chelsea ya no estaba con ellos, porque después de haber visto lo que había visto, decidió que era mejor ir a casa y no interferir más, aunque claro: ya todos sabían quiénes eran los involucrados y quiénes no.

      Las calles de Manhattan rebozaban de gente, los puestos ambulantes y las tiendas eran invadidas por los turistas y la estatua de la libertad, ajena a los individuos que exploraban en su interior, se alzaba de forma majestuosa e imponente en medio de la isla. Julia no dejo de mirarla mientras atravesaban el tráfico, y sintiendo la mano reconfortante de su amigo sobre la suya, un suspiro contenido salió de su boca sin más.

    Pararon frente a la casa de Lara, luego la llevaron cargada hasta la puerta y su madre, preocupada por la hora, la abrió con molestia.




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