Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo treinta y seis

    Sentía cosquillas, y a pesar de estar tomando una siesta y de no poder moverse, ella sospechaba que algo más ocurría a su alrededor. Lara continuaba respirando con calma, y al mismo tiempo, trataba de recordar cada detalle de la pelea con Abel: su fuerza, su velocidad, sus palabras, incluso sus puntos débiles… sin embargo, y estando en medio de un descanso tan enriquecedor, no tuvo tiempo de analizarlo por completo.

    Los minutos pasaron, y en el instante en que la energía recorre su cuerpo, sus ojos se esfuerzan por abrirse. Una luz brillante la recibe con brutalidad, tanto que tuvo que parpadear varias veces para poder enfocarse en algo específico, y después de estar segura de que su despertar era verdadero, se desespera al verse encerrada en una especie de caja plástica.

    Su cuello gira de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, y en medio del terror y la claustrofobia, reconoce los muebles claros, las paredes lisas y el florero con rosas de tela de la esquina. Sus amigos, sorprendentemente, también estaban allí, y golpeando con fuerza su prisión, lo observa a él: Joen entrando en la casa, Joen sacándola de esa cosa que no sabía que era, Joen tocando sus mejillas y Joen siendo empujado hacia atrás por su madre.

—Aléjate ya— le advierte Catherine sosteniendo una daga de hielo.

—Solo quiero saber si ella está bien— aclara el chico con las manos en alto.

—Ahora sí, pero desde que tú llegaste todo ha ido de mal en peor.

—Señora, yo…

—Silencio— la mujer se muestra rígida ante el grupo de jóvenes—. Nunca debí confiar en ti.

—Por favor, no tengo idea de lo que habla.

—¡Mientes!

    El arma que ella sostiene roza la garganta de Joen, y antes de que él pudiera hacer algo más, Lara lanza un rayo que hiere la mejilla de su madre. Catherine, atónita y enfada al mismo tiempo, palpa con lentitud su pómulo, el cual no paraba de humedecerse con su sangre blanca. Su hija la había herido, su poder la había tocado y Lara, bajándose de la cama improvisada, le pidió en tono firme:

—Basta, mamá. Él ni siquiera ha ido a la escuela estos días.

—Si lo estás encubriendo…

—No es así— habla Mérida dando un paso adelante— Ellos no han ido por varios días, señora, y no es que los conozca tanto como para defenderlos, pero no han hecho nada malo.

—Es cierto— la secundo Julia—. Ellos han intentado protegerla, y aunque hayan fallado unas cuantas veces, siento que hay algo más en todo esto.

    La madre de la blanquecina no sabe qué hacer ni cómo reaccionar, y permaneciendo en silencio unos minutos, se dedica a recordar cómo era el padre de Lara antes de que su máscara se cayera: la ternura con que la trataba era un bálsamo para su mente, el respeto que le expresaba la hacía sentir orgullosa y, cuando le pedía opiniones acerca de algo, no podía evitar pensar que todo valía la pena. Sin embargo, su amor había sido ciego, y no iba a permitir que sus errores pasados dañaran a su pequeña:

—¿Qué quiere él?

—Un arma, y esa es Lara— respondió Joen al entender que la interrogante era para él.

—¿Por qué?, ¿por qué no para de una vez por todas?, ¿y que tienes que ver tu en todo esto?

—Yo me hago la misma pregunta— susurro Peter cruzando sus brazos.

—No tengo ni idea de por qué Samuel hace esto, y creo que pensó que yo sería manipulable al elegirme, aunque no resulto ser de esa forma. No miento al decir que puedo proteger a Lara, si es que no está aprendiendo a hacerlo ella misma— aclara él tomando una bocanada de aire— y yo desde hace mucho deje de hacerle caso al Conquistador.

—¿Conquistador?, ¿así se hace llamar ahora?

—Muchas cosas han cambiado con el paso del tiempo— murmura Joen sintiendo una molestia en sus ojos.

    La chica, anonadada al enterarse de que ella era un arma, vio cómo su madre se dirigía a la sala, luego se sentaba en el sillón y, por último, observo como la esquina se congelaba poco a poco, quizás por ella misma por las emociones que la embargaban en ese instante. Los demás, entendiendo que el momento ya estaba siendo íntimo, fueron en silencio hasta la cocina, excepto Joen, quien se quedó estático en su lugar al contemplar la escena.

—Mamá…

—Estas castigada.

—Yo… lo siento— expulsa Lara por fin—. Tengo miedo, mamá: no conozco nada de mi padre, no sé por qué me quiere y Joen… él ha sido él único que ha intentado explicarme un poco acerca de las lunas.

—Vino para secuestrarte— dice Catherine girándose hacia ella.

—No digo que sea inocente, porque no es así. Pero por favor, no señalemos a nadie, porque quien me ataco no fue él, sino alguien más.

    Un tono de duda invadió la boca de Lara al pronunciar las últimas palabras, y antes de que pudiera separarse de su madre, Joen pudo comprender su vacilación: él si la había atacado y él, sin proponérselo siquiera, no la había cuidado como se supone debió haberlo hecho. Una nueva punzada se extiende por uno de sus ojos, y sacando un pañuelo del bolsillo, se seca la gota morada que baja por su lagrimal.




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