Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo treinta y siete

    Era cierto que su afición por el estudio no era tanta como la de Lara y sus amigos, pero de alguna forma, eso la alejaba de los pensamientos dañinos que salía tener de sí misma. Se preguntó, internamente, si su hermana también los tendría, y claro que sí: aunque no fuera humana, era un ser que respiraba, sentía y se preocupaba como los otros a su alrededor. Sin embargo, Chelsea no entendía esto del todo, así como tampoco entendía la época prehispánica.

    Con pasos rápidos, la joven fue de una estantería a otra, de una letra a la siguiente, solo con el fin de buscar el libro indicado, y en medio de su ir y venir, escucho un sollozo ahogado. Ella, pensando que eran cosas de su mente, sacudió la cabeza y dejo que unos cuantos mechones de su cabello negro se salieran de la coleta, sin embargo, el llanto se volvió cada vez más persistente, y con él su curiosidad por averiguar de dónde provenía. Pisando con el talón y luego con la punta, doblo hacía la izquierda, y digiriendo su mirada hacía el suelo, encontró a Peter con las rodillas en el pecho, la cabeza gacha y la respiración entrecortada.

—Pet…

—Quién quiera que seas, vete— susurró él.

    Ella no quería irse, y no era para tratar de molestarlo, sino que eso decía las páginas que había investigado: que, cuando una persona pasaba por esa especie de ataque, no debía de estar sola, al menos no completamente. Por ello Chelsea se sentó enfrente de Peter, y cubriendo sus rodillas con la falda de jean, espero.

—¿No me entendiste? Largo— pidió él alzando la vista.

—¿Por qué tus amigas no están aquí? Disculpa si me entrometo, pero ellas…

—Lo peor aún no ha llegado— dijo Peter mirándola a los ojos—. Cuando eso sucede, llamo por teléfono a cualquiera de las tres.

—Entonces, no hay problema con que me quede aquí.

—Si lo hay, y es que no creo esta faceta tuya de arrepentimiento. ¿Qué quieres, Chelsea?— pregunta el chico respirando por la boca.

—No creo que en este instante…

—¿Quieres molestar a mis amigas?, ¿quieres insultarme? Sé que las personas cambian porque quieren, pero llevas tanto tiempo mostrando otra faceta tuya, que esta me parece una idiotez.

     En ese instante, las paredes de color verde comenzaron a moverse hacía él, el suelo pareció convertirse en un mar lleno de olas gigantes y sus labios, blancos como el papel, empezaron a secarse. A diferencia de Julia, quien no tenía esos momentos desde una edad temprana, Peter aún no conseguía dominarlos por completo, y acostándose en el piso de la biblioteca, estiro los brazos y lloro en silencio sin dejar de morderse la lengua. Mucho movimiento, muchos zumbidos, mucho calor que solo deseaba detener, que solo ansiaba que parase. “Puedo hacerlo, es mi cuerpo: soy capaz de controlar a mi cuerpo” se dijo a si mismo, aunque después de unos minutos, en los que Chelsea se recostó a su lado y no abrió la boca, toma el celular entre sus dedos temblorosos, y tratando de explicarle a Lara la situación, asiente después de saber que ella vendría.

—¿Cómo te sientes ahora?— inquiere ella después de varios minutos en silencio.

—Con nauseas— murmuro Peter con los ojos cerrados.

—¿Esto te sucede desde hace mucho? Porque jamás te había visto así.

—Desde los ocho o nueve, no recuerdo muy bien. Y no me gusta cargar a las personas con problemas que debo de resolver yo mismo.

—Eso es más que evidente.

    Chelsea gira su cuello para observar el perfil del muchacho, y en el momento en el que lo hace, se percata de que su mano se abre y se cierra cada cierto tiempo. La chica, en medio de una lucha interna, quería entenderlo, ayudarlo un poco más, sin embargo, Lara hizo su aparición, y luego de mirarla con el ceño fruncido, le habla a Peter:

—¿Cuánto tiempo?

—Casi media hora.

—¿Qué crees que lo genero?

    Una mirada de remordimiento fue la única respuesta recibida por la blanquecina, y dándole a su amigo un pequeño cojín para sus dedos ansiosos, se queda sentada en el suelo, esperando a que Peter se recompusiera. Sabia lo que atormentaba sus emociones, y aunque no deseaba mortificarse más, debía de admitir que era su culpa: estaban detrás de ella desde hacía dos meses, su madre insistía en ser muy paranoica y por las noches, cuando se tumbaba en la cama para poder descansar, su mente permanecía inquieta. ¿Qué podría hacer para poder ayudar?, ¿Cómo podría detener a su padre?

    Los murmullos de los distintos adolescentes se movían con el aire, y mientras tanto, los tres seguían callados, aunque también felices por ese pequeño escape.

—Lo lamento— dice Lara jugando con las agujetas de sus convers.

—¿Por qué?

—Por todo lo que ha estado sucediendo, Peter. Quizás si hablo con él…

—¿Estás loca?— inquiere Chelsea levantándose con rapidez—. No lo conoces, no sabes cuan peligros es y no le debes nada.

—¿Acaso tú lo sabes?

    Lara no pudo evitar que el tono de desdén invadiera sus palabras, y humedeciéndose los labios, observa como el chico se levanta para poder sentarse en el suelo. Sus mejillas ya tenían color, su respiración estaba libre de baches y sus manos, siempre activa, se encontraban quietas sobre su regazo.




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