Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo treinta y ocho

    Su padre no lo había llamado en dos días, y como ya era sábado por la mañana, la preocupación de Joen no hacía más que aumentar. Nuevamente, volvió a esperar a que el tono no fuera tan duradero y que la voz de Apolo se escuchara el otro lado, sin embargo, no resulta ser así.

—Contéstame, por favor— susurra él mirando la pantalla.

   La espera lo consumía, la ansiedad hizo que su pierna izquierda no parara de moverse y, antes de poder leer el contacto, no duda en contestar con rapidez en cuanto entra una llamada:

—¿Papá?

No en realidad— contestó Lara—. ¿Estabas esperando una llamada de él?

—Sí, pero lo llamaré dentro de una hora. Al final, él siempre las devuelve— informa Joen con cierta amargura en el tono—. ¿Qué necesitas, reina?

Me preguntaba si tienes tiempo para pasear por Nueva York. Claro… si tú quieres… no estás obligado a salir de tu casa…

     Lara no paro de excusarse durante un buen rato, y mientras lo hacía, el soldado lunar no dejaba de sonreír y su corazón, antes quieto y sereno, saltaba por las diferentes emociones que lo estaban embargando.

—Lara.

¿Si?

—¿Podemos encontrarnos en la escuela? No conozco mucho la ciudad, y me gustaría comenzar por un punto seguro.

     Un silencio repentino se interpone en la conversación, y Joen, curioso de la ausencia de sonido, estuvo a punto de preguntarle si seguía ahí, eso hasta que Lara responde:

Me parece perfecto. ¿Después de las tres?

—Sí, con tal de que tú te sientas cómoda— dijo él ensanchando aún más su sonrisa—. Aunque, se supone que yo debía invitarte.

Te contaré un secreto: me alegra saber que pensabas hacerlo— confiesa ella al bajar la voz—. Además, es bueno atreverse de vez en cuando. ¿Te veo allá?

—Cuenta con ello.

     Él espera a que Lara cuelgue primero, y en la soledad de su habitación, los pensamientos que antes lo amargaban vuelven a su cabeza, y esta vez, para quedarse. Joen se tumba boca arriba en el colchón, suspira y después jala unos cuantos mechones de su cabello: quería relajarse, disfrutar aunque fuera un poco, sin embargo, sentía que algo más iba a suceder, y no precisamente algo bueno ni gratificante.

     El frío de la ciudad se cuela por su ventana entreabierta, su piel lo siente y su cuerpo tiembla un breve instante, y pese a que iba a darse una ducha para quitarse el sudor del entrenamiento, Alex y Thomas no se lo permiten al entrar en el cuarto y tumbarse junto a él:

—Quiero espacio personal— pide el soldado morado intentando no reírse.

—Y nosotros queremos saber con quién hablabas— dice Alex haciendo un movimiento extraño con las cejas.

—Yo tengo a alguien en mente, Alex. ¿Crees que sea esa persona?— inquiere Thomas sonriendo de medio lado.

—No lo sé, mi querido amigo. ¿Será alguien con el cabello blanco?

—¿Con los ojos verdes?

—¿Con una piel de porcelana?

—Estoy empezando a creer que les gusta Lara— opina Joen apoyando ambos codos en la cama.

     Una vez más, el cuarto se queda en un silencio total, aunque luego de unos segundos, los tres estallan en carcajadas: a Joen le encantaba tener ese tipo de amistad, ese gran apoyo y esa confidencia que solo se puede tener luego de mucho tiempo. Sin proponérselo, su cabeza viaja hacia el recuerdo de la primera vez que los vio: era el día de las asignaciones, momento en el cual todos los niños hacían pruebas para saber a qué luna iban a parar, y como sus padres eran amigos de los de Thomas y los de Alex, fue inevitable no entablar una conversación.

     Al final de día, uno se fue a la Luna Azul, otro a la Luna de Fuego y otro a la Luna Morada, y aun cuando estuvieron separados, la distancia no fue un impedimento para fijar lazos de hermandad. Por eso, y por muchos otros detalles, Alex y Thomas podían percibir que algo lo inquietaba.

—Dejando de lado el hecho de que tienes una cita y que todavía estas hecho un desastre, también escuchamos lo de tu papa.

—¿Acaso conocen el significado de privacidad?

—Fue su idea— dijo Thomas señalando al rubio.

—Yo no te obligue a seguir mis pasos.

—En mi defensa, sueles ser demasiado convincente.

—No he podido contactar a mi padre— suelta Joen de repente—. Sé que tiene cosas que hacer, pero me parece extraño que no conteste.

—¿Ya intentaste con la ubicación de su celular?— pregunta Alex.

—Aún no.

—Hazlo, y luego aséate: apestas— aclaró Thomas colocando una mano debajo de su cabeza.

—No volveré a dejarte más tiempo con Alex.

—¡Oye!

     El alien de la Luna Azul le estampa a Joen una almohada en la cara, y los otros dos, siguiéndole el juego, también lo golpean entre risas. Y así es como los tres pasaron un rato agradable, feliz y sin tantas preocupaciones en la mente.




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