Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo treinta y nueve

    El sábado había sido ameno, el domingo se fue volando y Lara, mientras se cepillaba las puntas de su cabello, pudo apreciar el sol mañanero del lunes. Se sentía bien, relajada y con ganas de iniciar el día. Sin embargo, una sensación extraña le invadía el pecho: angustia, o quizás solo era miedo, miedo a que la tranquilidad que estaba en el ambiente se viera derrumbada.

   La chica lanza un suspiro, luego se coloca la mochila y sale de su habitación. Su madre, como siempre, se encontraba preparando el desayuno, y al escuchar sus pasos, se da la vuelta y le sonríe:

—Buenos días.

—Hola, mamá.

—Aun no me cuentas qué pasó en esa salida.

     Un leve rubor se extiende por el cuello de Lara, y mordiéndose los labios, se sienta en la mesa y hace memoria de la tarde del fin de semana. Ella, mientras bebía de su malteada y saboreaba su cupcake, le prestaba atención a cada gesto de Joen, aun cuando este no se diera cuenta de que los tenía: le pareció encantador la forma en que jugaba con la pajilla de su jugo, también que algunos mechones largos se posaran sobre su rostro y que él, junto a su faceta seductora, rozara sus zapatos con los suyos debajo de la mesa.

     No tardaron ni una hora en terminar de merendar, y después de pagar la cuenta, siguieron con el paseo. La conversación entre los dos seguía su curso, y luego de caminar unas cuantas cuadras hacia el norte, Joen pudo ver desde lejos el Central Park: muchas familias, parejas e incluso niños en bicicletas entraban y salían, y él, asombrado por la cantidad de humanos presentes, tuvo que colocarse unas gafas oscuras, aunque ese detalle no les impidió disfrutar del resto de la tarde.

     Lara, con la ayuda de él, pudo alimentar a algunas palomas, luego grabaron a unos cuantos bailarines que se movían al ritmo del hip hop y en seguida recorrieron un poco la gran extensión de árboles y plantas. En un momento dado, él dobla su brazo y le hace una señal para que lo tomé, y Lara, sonriendo, hace lo que Joen le pide; y es así como ambos se mantienen unidos, tal y como si se tratará de un matrimonio de años.

     Posterior a eso, continuaron hasta llegar al barrio de Harlem, en Upper East Side, al este del propio parque. Ahí, en medio de esas calles, la chica pude ver cómo eran los teléfonos celulares en las lunas: un cristal con las esquinas redondeadas era lo que utilizaban para comunicarse, y pese a que el soldado le mostró que se parecían un poco a los de la tierra, lo cierto es que también eran capaces de albergar hologramas y mucha más información de lo normal.

—¿Lara?, ¿sigues aquí, hija?— le pregunta Catherine con diversión.

   Ella parpadea durante unos segundos ante la llamada de su madre, y viendo que la primera comida del día ya estaba en frente a ella, asiente.

—Lo siento, me perdí.

—Lo sé, se cómo se siente vagar por los recuerdos que te hacen sonreír.

—¿Cómo es, mamá?, ¿cómo es ser una persona individual, pero al mismo tiempo, significar algo para alguien?

     Su madre baja la taza de café, y tragando saliva, se cruza de brazos para poder sentarse en una de las sillas de madera. Era una pregunta difícil, y no por lo vivido, sino porque cada pareja tenía su propia concepción del amor. ¿Cómo explicárselo, si tenías que llegar a sentirlo en tu propia piel?

—No tengo idea, pequeña. Yo hice lo que pude, pero creo que, después de mucho, me olvide de quien era yo antes de conocer a Samuel, y eso no está bien, Lara.

     “Porque, y es verdad, el amor no es lo único en las relaciones de noviazgo o matrimonio. Hay que tener paciencia, compromiso y aceptación hacia esa persona y hacia ti. Y aun cuando no sé solo eso, todo lo demás lo descubren juntos. Hablar: comunicar lo que nos molesta, lo que nos gusta o incluso los planes a futuro, eso es muy importante también.

     “Y supongo que eso fue lo que nos faltó a mí y a tu padre, eso y muchas otras cosas más. No supimos si éramos el uno para el otro, pero lo intentamos, y después nos cansamos de hacerlo. En parte, es mi culpa todo lo que está sucediendo: si no hubiera sido tan ciega antes, esto no estaría pasando.”

     Lara, que vio a Catherine poner sus manos sobre la mesa, las toma y las aprieta contras las suyas. No quería verla triste, o al menos no durante mucho tiempo. Por eso le dice, entre risas, que debían de apresurarse, porque si no llegarían tarde, y es así como ambas, sin parar de conversar, desayunan en la cocina, aunque la sensación agridulce no abandona a Lara ni por un segundo, ni siquiera cuando lavan los platos, cierran la casa y se suben al automóvil para manejar hacia sus destinos.

 

 

    Iba a verlo a él, pero necesitaba saber algo antes. Con prisa, Lara se despide de su mamá, cierra la puerta de la parte del copiloto y se adentra en la escuela. No sabía con exactitud dónde estaba el casillero de Chelsea, pero en cuanto la viera, le pediría explicaciones.

     La blanquecina se dirige hacia uno de los pasillos de la planta baja, y sacando una llave pequeña, abre su compartimento y deja los libros que no va a necesitar en esas horas. ¿Cómo es que ella y Chelsea eran hermanas?, ¿Es por eso que la había fastidiado en años anteriores?, ¿Habría conocido a su padre? No lo sabía, y eso la asustaba, porque no tenía el control sobre algo tan simple como lo era su familia. Sin querer, tira la puerta de su casillero, y sintiendo las miradas que le dan, gira su cabeza de izquierda a derecha. ¿Acaso todo continuaba siendo real?, ¿No era un sueño que ella tenía poderes, que podía destruir cosas y que podría llegar a conocer a su papá? Cualquier cosa podía llegar a pasar, sin embargo, Lara no deseaba que pasara, no de nuevo, no si eso implicaba que lo que quería sacrificaran algo.




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