Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo cuarenta

    Debía decírselo, tenía que despedirse, pero para Joen, ya comenzaba a ser difícil. La idolatraba de lejos, la analizaba de cerca, y fue ahí cuando supo, sentado en una mesa del comedor, que su existencia ya era importante para él. Casi tres meses, con sus días, noches y horas, no le bastaron para cumplir con la misión encomendada por Samuel, sin embargo, no se arrepentía de nada, porque al final, había hecho lo que un soldado lunar solía hacer: proteger vidas, aun cuando eso le costará la suya.

     El chico chasquea la lengua, y después de mover el lápiz entre sus dedos, se decide a continuar con el ejercicio: la angustia por su padre no hacía más que crecer y crecer, y dado que las ganas de beber un suero eran nulas, él, junto a sus amigos, aprovecha el descanso para terminar con los deberes escolares.

—Creo que olvide algo en el salón— susurra Alex al soltar el bolígrafo y levantarse.

—No sé si creerte— dijo Thomas sin apartar la vista de su cuaderno y de su libro.

—¿Por qué?

—Porque vi que Julia acaba de salir. Te recuerdo que el baño de mujeres es solo para mujeres.

—No iré detrás de ella. ¿Y cómo sabes que está en el baño?

—Solo lo dije porque sí. Entonces, ¿estás seguro de no querer hablarle?

     Para Joen, era divertido ver al rubio así, expuesto y sin saber qué hacer ante la montaña rusa de sentimientos que lo embargaban. Las piernas de Alex se movían, aun cuando este no diera ni un paso, y por primera vez en la historia de su existencia, sus dos compañeros lo vieron morderse las uñas.

—Ve y dile algo, torpe.

—¡Te amo! Y también a Joen.

   Entre carcajadas, Thomas y el guerrero morado lo vieron desaparecer, y ya estando solos, el primero se digna a preguntar:

—¿Cuándo le avisaras?

—¿De qué hablas?

—A mí no me engañas. Sabes perfectamente de qué te estoy hablando.

     Lo sabía, claro que Joen lo sabía, pero lo que no deseaba era despedirse, y la razón era porque ya se había acostumbrado a Lara, a saber que vivía y, como negarlo, a la vida de la tierra. El joven muerde la parte de arriba de su lápiz, y sintiendo el sabor amargo del borrador, bufa y lo suelta. Tales actitudes nunca lo habían invadido, y ahora que las experimentaba, estaba claro de que no le gustaban.

—No creo que haga falta, Thomas. Ella no me conocía, y no creo que su vida cambie en cuanto nos vayamos.

—Joen, todo cambio en cuanto le aclaraste varias cosas acerca de nuestro mundo.

—Sí, pero…— el soldado tartamudea, aunque decide continuar— no se me dan bien las despedidas.

—Creo que, muy en el fondo, a todos nos cuesta decir esas palabras.

     Joen, sin pensarlo dos veces, supo al instante a lo que se refería su amigo. A los tres les costó mucho decir adiós a sus padres, de hacerse a la idea de que estos ya no estaban y de tener la fuerza para seguir adelante sin ellos. Quizás esa era la causa por la que el muchacho se negaba a hacerlo, o tal vez era otra, sin embargo, el simple hecho de pensarlo lo ponía ansioso. Una vez más, observa a Lara desde lejos, y ella, en un momento dado, también lo ve a él: la joven le sonríe, lo saluda con la mano y después retoma la conversación con sus amigos.

—Estás acabado.

—Definitivamente— confiesa Joen sin despegar sus ojos de la chica.

 

 

    Alex camina por el pasillo, y jugando con el collar que le colgaba por las clavículas, busca a Julia con la mirada, y no tarda mucho en dar con ella: unos cuantos metros los separan, pero ahí estaba la castaña, murmurando cosas y buscando algo en su casillero. ¿Qué le iba a decir?, ¿Cuál era el propósito principal por el que fue detrás de ella? Confundido, retrocede un paso, y gracias al ruido que este provoca, Julia deja lo que está haciendo y lo mira. Ninguno dice nada durante unos instantes, ninguno se mueve de donde esta y ella, algo sorprendida de encontrarlo ahí, le habla:

—Hey.

—Hey— es todo lo que él responde.

—¿Qué necesitas? No hemos hablado mucho después de…

—Lo sé. Y yo lamento mucho si lo que dije fue algo…

—¿Impactante? Si, digamos que fue así, pero eso no me incómodo. Te estuve buscando durante meses, Alex, y ahora que se quién eres, no sé cómo darte las gracias— dice Julia cerrando su casillero.

     El rubio se muerde la lengua sin querer, y frotándose las manos, se acerca a ella.

—¿Puedo confesarte algo?

—Creo que ya lo he visto.

—Es probable— admite el chico haciéndola retroceder—. Cuando me siento vulnerable, la mente es la primera que me traiciona.

—A todos nos pasa. Es por eso que las voces en mi cabeza son fastidiosas en ciertas épocas del año.

—Gracias por el consuelo, pero no es por algo que me siento así, sino por alguien, y tengo la seguridad de que tú lo sabes.

     En ese momento, la espalda de Julia choca contra el hierro de las taquillas, por lo cual Alex coloca ambos manos a los costados de Julia, y respirando con dificultad, pega su frente a la de ella. Sin proponérselo, las manos de la chica comienzan a temblar, el sudor corre por su espalda baja y su corazón late de prisa.




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