Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo cuarenta y dos

     La mujer, por suerte, solo se había desmayado después de las heridas recibidas, y en medio de ese descanso repentino, su mente viaja hacía varios recuerdos acerca de Lara: su hija en su primer día de vida, su hija dentro de su vientre, su hija recibiendo las primeras manifestaciones de su poder. Nada había resultado como Catherine habría querido, pero ya era demasiado tarde como para pensar en los errores pasados.

     Con lentitud, ella continúa respirando, continua en el suelo y trata de abrir los ojos, lo cual consigue después de varios intentos y de unos cuantos parpadeos. La casa estaba en desorden, el silencio aún permanecía ahí y el hielo ya se había derretido, ¿desde hace cuánto se había ido Lara?, ¿desde hace cuánto Samuel había planeado todo eso? La extraterrestre lanza un suspiro lleno de dolor, después gira hacía su lado izquierdo y debido a que apoya las manos en la alfombra, logra levantarse, aunque se tambalea un poco al principio.

     Un ligero mareo se hace presente en su cabeza, y al mismo tiempo, una melodía suave comienza a escabullirse por la estancia, y Catherine, incapaz de ignorarla, la busca: su teléfono estaba ahí todavía, en el mismo lugar donde lo había dejado, y sacándolo del bolso, se aleja de la mesita de madera.

—¿Catherine?

—¿Leonor?

—Cat, ¿qué rayos está sucediendo?— pregunta la mamá de Mérida.

—Yo… no comprendo a qué te refieres.

—Enciende la televisión, por favor.

     Confundida, Catherine toma el control remoto y oprime el botón correspondiente: los periodistas estaban en la entrada, la policía también y los vídeos de Lara y de Joen utilizando sus habilidades no dejaban de repetirse en la pantalla. La madre se tapa la boca con la mano, luego permite que el celular se resbale de entre sus dedos y, por unos momentos, se queda paralizada ahí, en medio de la sala, con muchas emociones invadiéndola.

 

 

     Era algo nuevo para ellos, sin embargo, ninguno de los dos lo sabía realmente. Con cientos de cables a sus alrededores, monitores conectados y con sus ropas un poco dañadas, Lara y Joen seguían tal y como hace unos minutos: sentados en unas sillas, callados y muy quietos mientras los examinaban. Abel no hacía más que observarlos desde la distancia, y al igual que Owen; quien estaba a su lado, se cuestionaba como es que esos aliens se encontraban ahí, luego de oponerse a pisar esas tierras.

    El laboratorio había sido equipado para ellos, y dado que algunos Gobernantes ya comenzaban a sospechar de Samuel, este prefirió prepararse con anterioridad para la llegada de su hija ay ser aún más discreto que en cualquier otro tiempo. El color azul delataba que seguían en la Luna de ese tono, por lo cual los instrumentos, metálicos unos y dorados otros, combinaban muy bien con al aura del ambiente.

     El padre de la chica no se movía de su lado, y concentrado en la tablet de cristal que tenía entre los dedos, codificaba las nuevas funciones de los chips incrustados en los dos adolescentes.

—¿Cuál es el sentido de todo esto?, Ya los maneja, ¿no es suficiente así?— inquiere Abel de brazos cruzados.

—Me pregunto lo mismo— susurra Owen.

—Es necesario monitorear la electricidad y todo lo que conlleva este aparato, además de que no se parece en nada a los normales.

     Esa fue la respuesta del villano, y en parte, sus palabras tenían un poco de verdad: al crearlos a los dos, también había fabricado unas piezas capaces de dar ubicación y de manipular el cerebro, junto con todas sus funciones. Por lo tanto, en el instante en el que le ordenara a Joen lanzar un rayo, este lo haría sin rechistar, al igual que Lara, la cual era capaz de destruir muchas cosas con solo un toque.

—¿A dónde iremos?

—A Tokyo, princesa. Es un lugar que nos ayudara a cumplir nuestros objetivos.

—¿Cuáles son?— requiere saber el soldado morado.

—Se los diré dentro de poco.

—¿Por qué no ahora, padre?

—Porque no, Lara.

—Pero…

—Silencio— dice Samuel con autoridad.

     Ese tono no fue del agrado de ella, y mordiendo su labio inferior, las luces de cuarto explotan. Un montón de ceniza aparece en sus manos pálidas, los monitores no paran de dar señales de alerta y sus venas brillaron hasta más no poder.

—¿Qué haremos en Tokyo?

—Jovencita…

—Baja tu estúpido dedo y responde— exige la chica frunciendo el ceño.

—Tú no mandas aquí.

—Quizás no, pero gracias a nosotros, podrás conseguir muchas cosas, así que ten cuidado.

     Una furia incontrolable invade el cuerpo de Samuel, sin embargo, él logra apaciguarla poco a poco. ¿Quién era ella para hablarle así?, ¿Acaso no sabía que él era su padre? Con lentitud, el hombre trata de hacerlo ver a través del chip, pero Joen consigue impedirlo: con la irada fija en las botas del Conquistador, el muchacho lanza, mediante sus ojos, rayos ultraviletas con un solo fin, el cual era quemar el cuero del calzado.

—¡¿Qué diablos te pasa?!— le grita el padre de Lara al muchacho.




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