Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo cuarenta y tres

—¿Qué demonios acaba de pasar?— inquiere Peter desde el asiento del copiloto.

—No lo sé— responde Alex con las manos apretadas en el volante.

   El aroma a cuero impregnaba el auto, la luz del sol seguía atacando todos los rincones y el estacionamiento en el que estaban, para su sorpresa, se encontraba un poco vacío. Los dos soldados, silenciosos y serios, se encontraban tecleando en sus tablets de cristal solo con el fin de encontrar a Joen, y dado que dichos artefactos aun no eran parte de la tierra, estos dejaron a los post humanoides impresionados: hologramas, mapas y un montón de cosas más eran almacenadas dentro de esos rectángulos que parecían ser muy frágiles.

—¿Qué están haciendo?

—A cada extraterrestre se le implanta un chip al nacer. Es considerado como una identificación, y por eso buscamos el historial del de Joen: a medida que el alien se mueva o haga cualquier actividad que implique utilizar su poder, el chip lo registra— le informa Thomas a Mérida.

—De acuerdo, necesito tomar aire.

   Con rapidez, Alex sigue las instrucciones del dueño del auto, y oprimiendo un botón, Chelsea logra abrir la puerta, pisar el concreto y estirar tanto los brazos como las piernas.

—¿Y eso en que ayuda?

—Necesitamos saber si Joen se ha movido, gatita. Lo malo es que no tenemos acceso al de Lara: ahora entiendo por qué nunca nos lo quiso dar.

—¿Y para qué exactamente?

—Para que solo él pudiera manejarlo, Chelsea— le aclara Thomas levantando la vista.

—Mierda. ¿Y ahora qué? Los dos se han ido, y ni siquiera sabemos a dónde.

     Por un breve instante, los soldados se miran en silencio, y Peter, consciente de lo que había dicho segundos después, golpea el tablero con el puño. Esos dos sabían la ubicación de Lara y Joen, o al menos tenían una idea, sin embargo, sus bocas cerradas indicaban otra cosa.

—¿Necesitan ayuda?— pregunta Julia al ver la tableta de Alex.

—No es necesario— dice este tratando de esconderla.

—¿Por qué no?

—Porque no, Julia. Nosotros nos encargaremos de traer a Lara con vida y ustedes permanecerán aquí, en su planeta.

—Espera un minuto, ¿quieren que nos quedemos de brazos cruzados aquí, mientras ustedes van a salvarlos en quién sabe dónde?

—Suena muy sencillo, pero creo que no lo es— opina Chelsea luego de que el amigo de su hermana hablara.

     No era sencillo, y estaban seguros de que Samuel tampoco iba a ceder con facilidad. Las sombras invaden la calcina de la parada, y una brisa gélida, muy común en esa época del año, se hace presente a la hora de mover sus cabellos. Unos cuantos carros comienzan a llegar y, de un momento a otro, ya no están tan solos como antes, y debido a esto, Mérida es la próxima en saltar del siento y cruzarse de brazos.

—No es justo

—¿Qué cosa exactamente?

—Es nuestra amiga, Thomas.

—La cual está envuelta en un problema que no les incumbe, ni siquiera a nosotros— dice él con severidad—. Ninguno de ustedes se pondrá en peligro, ¿entienden? Porque si de alfo estoy seguro, es de que una mala persona siempre trata de conseguir lo que quiere a costa de los demás, y Samuel no es la excepción.

—Pero…

—Pero nada— interviene Alex—. Thomas tiene razón, ninguno tiene la obligación de ayudarnos, y tampoco es que sepan desenvolverse de nuestro mundo.

—¿Acaso no lo entienden? Solo porque nos prometan que la traerán viva no significa que dejemos de preocuparnos: es nuestra amiga, la conocemos desde hace años.

—Él también es nuestro amigo, Julia, y al igual que tú, tampoco dejo de sentirme ansioso.

     La joven se cruza de brazos con rapidez, y mordiéndose los labios, se aleja del grupo. El ruido de los neumáticos se hace cada vez más audible, y las personas que querían ir al centro comercial, el cual se encontraba sobre sus cabezas, se quedan mirándolos con curiosidad. ¿Qué le iban a decir a la señora Catherine?, ¿Qué iba a pasar cuando volvieran a la escuela, o cuando la policía los buscará? Era mucho que procesar, y no tenían tiempo para poder hacerlo con calma.

     Chelsea, después de unos minutos de silencio, se coloca ambas manos detrás de la cabeza y lanza un suspiro lleno de frustración, y Mérida, quieta y algo más seria de lo normal, observa al guerrero de fuego con enojo. Una tensión que antes no estaba ahí se interpuso entre cada uno, y fue el tono del celular de Peter lo que la rompió: lentamente, el chico desbloquea la llamada de su padre, y poniendo el celular en su oreja, recibe una avalancha de información junto con la orden de que él y las chicas se presentaran en la casa de la madre de Lara. Sin querer, todos tuvieron el mismo pensamiento: a partir de ese instante, se estaba jugando la vida de muchos; no solo la de los aliens.

 

 

     La mujer, desesperada y cojeando, iba y venía en medio de la sala, iba y venía con el corazón palpitándole a más no poder y, con las lágrimas a punto de salir de sus ojos, los padres de los post humanoides de su hija tratan de calmarla:




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