Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Capítulo cuarenta y cuatro

     El paisaje, en general, era hermoso, pero ambos soldados no tenían la mente como para apreciarlo en su totalidad: un mar de estrellas los rodea durante un largo trecho, la nave es escape no deja de avanzar y Thomas, pese a no estar tocando el volante, se mantiene observando el espacio y los diversos planetas que se encontraban en él.

     El viaje debía de durar unos cuantos años luz, pero ellos, sin embargo, lo sentían como un ligero pase en un campo de flores. Alex no paraba de golpear sus dedos contra la tablet, y el guerrero de fuego, colocando el piloto automático, no pudo evitar pensar en sus difuntos padres y en los de sus amigos: ya estaban olvidando sus voces, sus últimos días, sus detalles más inusuales. A pesar de ser extraterrestres, no podían luchas contra algo tan poderoso como lo era el tiempo, y eso era lo que les hacía falta: tiempo, horas quizás, para poder salvar a quienes había que salvar.

—Mierda— susurra Alex al dejar el aparato.

—¿Y ahora qué?

—No puedo acceder al historial de Abel y Owen.

—De todas formas, ¿para qué nos serviría?

—Para saber si se movieron o no, Thomas. ¿Qué te sucede? Y por favor, no te encierres dentro de tu burbuja: debemos concentrarnos.

—¿No te has preguntado qué es lo que en realidad quiere Samuel?

     Tal interrogante tomo con sorpresa al rubio, y lamiéndose los labios, se levanta y camina hacia su compañero. El espacio permanecía oscuro y centelleante en ciertos aspectos, sus trajes de batalla no detectaron ninguna amenaza todavía y lo que encerraba la pregunta, hecha hace unos minutos antes, lo mantenía confuso.

—Créeme, lo he hecho desde hace dos años.

—Igual yo, y sigo sin comprender nada: ¿por qué promovió una guerra?, ¿por qué necesita a Joen y a Lara?

—Tú y yo sabemos que él tiene algo que cualquier otro alien no.

—Comprendo que la aparición de una segunda habilidad sea extraño…

—No es solo eso, Thomas. ¿Qué motivos había para ocultarlo?

—No lo sé. Su madre lo quiso de esa forma, y creo que el señor Apolo no pudo negarse— opina el de cabello naranja alzando los hombros.

—Y en cuanto a Lara, es el doble de inusual. No solo puede crear ceniza, sino que también puede desintegrar a cualquiera que se le cruce, sea un ser vivo o no.

—Pude notarlo. Y es aquí cuando volvemos al mismo punto, ¿por qué dos extraterrestres con habilidades tan distintas, tienen el mismo objetivo?

     Alex abre la boca, aunque después vuelve a cerrarla. Él tampoco lo tenía claro, al igual que tampoco lograba entender el porqué habían sido ellos dos: una chica que no sabía ni manejar sus poderes, y un alien que si bien era reconocido como uno de los mejores, no tenía nada que ver con la primera. ¿Cuál era el punto del villano con todo eso? Sin querer, la nave comienza a acelerar, y los guerreros, conscientes de que ya estaban entrando a la otra galaxia, se sientan en las sillas de metal, se abrochan los cinturones e inhalan con lentitud.

     Todos los artefactos de sus alrededores, e incluso algunas palancas de la mesa de comandos, empiezan a temblar como si de un sismo se tratase, luego una luz cegadora hace que sus ojos se cierren con fuerza y, por último, la inercia presentada provoca que sus cuerpos se muevan hasta más no poder. Sin embargo, poco a poco logran adentrarse en la atmosfera correspondiente, lo cual hace que la nave disminuya en velocidad y que ellos se relajen.

—Ya había olvidado como se sentía— murmura Alex aferrándose al asiento.

—Sí— le responde su compañero en el mismo tono de voz—. Que descarga tan buen de adrenalina.

     Fue extraño para el rubio escuchar eso de su amigo, pero después de analizarlo mejor, lanza una carcajada que termina por contagiar al otro. El momento que tranquilidad no dura más que segundos, aunque para los dos fue como una como una frescura para el alma, y es así como acaban dirigiendo su transporte a la Luna Azul. El soldado de Fuego se levanta, oprime algunos botones y, en unos cuantos minutos, la nave se estaciona en medio de una zona despejada de concreto. Lastimosamente, no pudieron bajar los escalones por completo sin que un grupo de soldados les impidiera el paso.

—¿Qué demonios?— musita Alex sin pisar tierra aun.

—¿Quién los envió?

—Por órdenes del Conquistador, ustedes vendrán con nosotros— dice uno de enfrente a Thomas.

—Sobre nuestro cadáver, idiota.

     Esas palabras del de ojos azules fueron suficiente para que toda la guardia desenvainara sus espadas láser, que prepararan sus trajes y que, de forma instantánea, apagaran la nave para volverla una pequeña pelota una vez más. Los chicos, a pesar de haber sido tomados por sorpresa, lograron adaptarse a las nuevas circunstancias, por eso es que toman impulso y consiguen dar un salto enorme en el aire antes de que la estructura los aplastara.

   El césped azul los recibe con gran impacto, y aunque trataron de levantarse, unas esposas eléctricas volaron hacia los tobillos de ambos e hicieron que sus piernas se alzaran, que el magnetismo los arrastrara y los llenara de polvo para después colocarlos a merced de los aliens.




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