Las Cinco Lunas [saga moons #1]

Epílogo

Lara

     Una pequeña voz en mi cabeza me pide que me relaje, pero mi cuerpo, lleno de impulsos, se mantiene en guerra con ella. La picazón me come los brazos y las piernas, y es la desesperación, en este caso, la que me incita a moverme y a tratar de abrir mis ojos.

     Al principio, una luz cegadora me obliga a parpadear en reiteradas ocasiones, aunque después de unos minutos, mi mirada, borrosa, logra enfocarse en lo que sucede a mi alrededor: un juego de cables me rodea de pies a cabeza, y junto con ellos, monitores que miden cosas que jamás habían analizado en mí. ¿Por qué no podía moverme?, ¿Qué pasaba?

     Los segundos corren, y durante ese tiempo, puedo darme cuenta que mi lugar de reposo era una camilla, y que a mi lado había alguien más, junto a los mismos equipos inyectados en sus nervios y la misma expresión que, quizás, tenía yo. La curiosidad me embarga, no consigo vencerla esta vez, así que con lentitud, giro mi cabeza hacía la derecha, y en cuanto lo veo, mi corazón de paraliza por un breve instante: ahí estaba Joen, tranquilo y apacible, como si nada de lo que había pasado en las últimas semanas hubiese sido real.

     Y tales sucesos son los que me ponen más nerviosa de lo que estaba: los ataques, los secretos, su llegada… todo provoca que me quite esas conexiones de la piel, la cara y el estómago, pero en cuanto me las arranco, una alarma estridente me espanta hasta más no poder.

     Por instinto, me cubro los oídos con las manos, y tratando de sentarme, consigo ver como las puertas de la habitación son abiertas, dejando pasar a un Thomas inexpresivo y a un Alex nervioso. El primero oprime varios botones en una mesa que, hasta ese momento, no sabía que se encontraba ahí, y el segundo, con un leve temblor en los dedos, recoge los alambres regados por el piso.

—Al menos no causaste una explosión— aclara el que todavía sigue oprimiendo cosas.

—Mis amigos…

—Están bien. Maldición, ¡¿alguien podría apagar esa maldita alarma?!

     El sonido no tarda mucho en desaparecer, y con este, la evidente ansiedad de Alex. Desde mi perspectiva, él era un tipo fuerte y audaz, pero al verlo así, tan vulnerable y fastidiado, me doy cuenta de que cualquiera puede tener sus miedos y demonios, incluso hasta las personas menos esperadas.

—Gracias por tu aportación.

—Esa cosa molesta, y lo sabes.

—¿Qué es este lugar?— pregunto un tanto confundida.

—Una habitación de análisis— responde Thomas ayudándome a bajar.

—¿Disculpa?

—No es tan malo como piensas— aclara Alex hundiendo las manos en los bolsillos de su abrigo—. Era necesario hacer el intento de apagar los chips de ustedes dos.

—¿Y lo lograron?

—Por alguna razón que no llego a comprender, no— interviene el más concentrado de los dos.

     Sin querer, mi mano izquierda viaja hacia mi nuca, y luego de palparla con delicadeza, un repentino escalofrío me invade. No entendía del todo el tema de los chips, mucho menos de las lunas y aliens en general, sin embargo, el que un pedazo de metal estuviera dentro de mi cuerpo me desconcertaba, y ser parte de ese mundo también.

     Sin dejar de sentir el frío del suelo en mis talones, camino hasta donde Joen se encuentra, y tomándole una de sus manos, me dedico a observar cada detalle de él. Hasta ese entonces, no había sido consciente de lo alto que era, de sus facciones finas y anchos hombros. Era extraño, porque parecía casi un hombre, pero no era más que un adolescente que apenas estaba comenzando a vivir, como yo.

     Uno que cargaba un gran peso sobre sus hombros, al igual que sus amigos. En seguida, y tomando un poco del atrevimiento almacenado en mi interior, mis dedos rozan su mejilla, su pómulo, su cien; y en medio de ese recorrido, él se despierta con lentitud: primero un leve quejido, después una exhalación profunda y, por último, el abrir de sus ojos. Al comienzo, él trata de ubicarse por sí solo, pero no es hasta que los ve a ellos dos, a sus compañeros, que logra serenarse. Eso me hizo sonreír, y fue ahí cuando su cuello gira hacía mí, para poder mirarme.

—Me alegra verte viva— es todo lo que dice.

—A mí también— rio al humedecerme los labios.

—Yo… no recuerdo nada.

—Para mí también es algo borroso. ¿Qué hicimos exactamente?

—Que fue lo que no hicieron.

—Alex, por favor, guarda silencio— le reprocha Thomas con enfado.

—Hay algo que no nos están diciendo, ¿verdad?— quise saber.

     Hubo un silencio improvisado, uno que se prolonga por más tiempo del que me imagine, y antes de poder abrir mi boca, Thomas decreta:

—Creo que es momento de ir con los demás. Por cierto, ¿tienen hambre?

 

 

     Los alrededores consiguieron distraerme de la bomba que nos acababan de soltar, y dado que mi ropa había sido destruida, tuve que ponerme otro conjunto: el azul oscuro me cubría loa brazos, los muslos, el torso; y acompañada de unos nikes blancos, me dedique a observar las calles y las casas que se nos presentaban. Julia, Mérida y Peter se mantenían hablando de los sucesos anteriores, y Chelsea, a mi diestra, también participaba en la conversación. ¿Dónde estaba mi madre?, ¿Por qué todo me parecía tan familiar, pero al mismo tiempo, tan desconocido?




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