A las mujeres embarazadas se las ponían en aquellas frías camas artesanales de cemento, se las abrían de piernas y las ataban. Ellas lloraban de impotencia.
A lo lejos se observaba que venían las ratas ya enjauladas. Ellos les metían las ratas, y los que tenían esa labor ni siquiera se inmutaba ante los lloriqueos y las suplicas de las pobre mujeres.
Cualquiera diría que sería un acto a solas pero la verdad era otra. Mientras que a una mujer se le preparaba para ese acto atroz, las otras féminas podían ver todo lo que ocurría.
Era una tortura atroz, tanto como físicamente y psicológicamente. Más nada podían hacer, las féminas se encontraban inmovilizadas y a menudo eran bañadas con la sangre de otras mujeres.
Volviendo con la anfitriona, los ojos de ella denotaban desesperación, las ratas al parecer no habían comido, pero esta rata no se acercaba a la vagina de la mujer, más aún rehuían. Pero fue cuando aquella persona empezó calentar la jaula, la desesperación del animal por querer sobrevivir, lo llevó a desgarrar los labios vaginales exteriores de esa pobre mujer. Las ratas al sentir la sangre en su hocico empezaron a morder lo que encontraban, entraban muy rápidamente y las devoraban por dentro.
Jamás en mi vida escuché gritos y llantos tan fuertes. El dolor que sentía era inexpresable. En mi mente se grabó aquel acto atroz, mis oídos ya no soportaban más.
Cada hora que pasaba llegaban más mujeres, todas desnudas y vendadas. A lo lejos podía ver algunos soldados llorando.
Cada mujer que ya se encontraba muerta era recogida por otras mujeres que al parecer habían sufrido otro tipo de calvario. Se las decían "las perdonadas" y cada una de ellas tenía un dedo menos.
Las cantidades de partes desmembradas eran impresionantes, pero más impresionante era el actuar de esas mujeres. Pues ellas ya sabían que, si no hacia hacían caso de la orden, les esperaba un destino peor que la muerte.
Aquí la muerte era un regalo de Dios.
Me acuerdo de una habitación que estaba repleta de niños, al parecer ellos merecían otro destino. Un destino que no se lo daría a nadie. Los llantos de los niños se escuchaban y algunas madres se contenían de llorar o sufrir, pues no querían que sus hijos oyeran su sufrimiento.
A las mujeres que no querían gritar se les traía a sus hijos y los hacían presenciar todo ese acto. Los niños que eran traídos tenían un puñal y ellos eran quienes decidían si su madre debía sufrir o debían matarlas para que no sufran.
Las ratas que usaban para la tortura eran grandes, no eran del campo. Eran esos animales que sacaban del desagüe.
Aquel día nunca lo podré olvidar, me tortura de día y de noche. Se cola en mis pesadillas. A veces, incluso puedo sentir como ellas me devoran a mí.
Editado: 12.04.2022