Me encontraba bajo el agua, rodeada de una oscuridad que pesaba como plomo. A lo lejos, una silueta se acercaba: una sirena, pero no como las de los cuentos. Sus dientes eran amarillentos, sus uñas largas y astilladas, y su pelo rojo desteñido por las canas. Sus ojos, negros como abismos, se clavaron en mi collar.
Alzó su tridente rojo y un remolino de agua me arrastró hacia ella. Intenté gritar, pero el agua llenó mis pulmones. Justo cuando sentí sus garras rozar mi piel, una lucecita dorada apareció frente a mí.
—Maren… —la voz era suave, como el tintineo de una campana—. Llena… Confío en ti. Se acaba el tiempo.
***
Me incorporé en la cama, empapada en sudor. Fuera, el sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas.
—¡Maren! —la voz de mi madre retumbó desde la cocina—. ¡Ayla ya está aquí!
Ayla y yo iremos a la isla Nereida. Pensamos que visitar la isla con la que estuvimos obsesionadas desde pequeñas, a nuestros 20 años de edad, sería divertido. Pasaríamos allí tres semanas. Acepté porque pensé que sería una gran distracción sobre la misteriosa desaparición de mi padre desde hace un año. Tras ser buscado sin éxito, el mes pasado fue dado por muerto.
Me vestí con prisas, mis dedos temblorosos al coger el libro que mi padre me dio antes de desaparecer. Nunca lo había abierto; su portada de cuero gastado tenía algo… prohibido. Pero esta vez, lo guardé en mi mochila. Por si acaso.
Bajé a la cocina.
—Buenos días, mamá. —Le di un beso y me metí una tostada en la boca con prisa .
—Buenos días, Mar. Date prisa, Ayla te está esperando.
—Lo sé. —Me terminé la tostada. Mi madre me miró. — ¿Qué?
—Cuídate mucho, cielo. Solo me quedas tú. —Un nudo se formó en mi garganta. Le di un abrazo.
—Lo prometo.
Ayla me esperaba frente a una caravana destartalada, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿En serio? —arqué una ceja.
—¡Es una aventura, Mar! —rió, ajustándose las gafas de sol—. Además, el barco sale en tres horas y esto es más barato que un taxi.
El viaje fue un caos: carreteras sinuosas, la radio a todo volumen con canciones de los 80, y Ayla y yo cantando desafinadas. Pero por primera vez en meses, respiré. Hasta que, al pasar por un acantilado, el viento trajo un susurro:
–Maren...
Giré la cabeza, pero solo estaba el mar rompiendo contra las rocas. Ayla me miró.
–¿Pasa algo, Maren?
–No, nada. Tranquila. Solo...apreciaba las vistas.
Llegamos al puerto y aparcamos la caravana en el ferry. Fuimos a nuestro camarote. Ayla se quedó ahí a dormir, el viaje sería de 5 horas por lo que podría descansar antes de seguir conduciendo más tiempo. Yo, en cambio, subí a la cubierta. Miré la espuma que el ferry dejaba tras nosotros. Después miré la luna. Su luz se reflejaba sobre las aguas y algo en ella me tenía...hipnotizada. Dentro de mí se encendió una chispa, sabía que este viaje me cambiaría la vida. ¿Por qué? No lo sé, solo lo siento. Tras observar el paisaje unos cuantos minutos volví al camarote a descansar, pero antes de hacerlo, volvió a ocurrir:
–Llena...
Solo...estoy cansada. Venga, ve a dormir Maren. Me dije a mí misma, tratando de tranquilizarme.
***
Vi a mi padre. Flotaba dentro de una burbuja de aire, sus manos golpeando las paredes transparentes. Detrás de él, una sombra con cola roja se acercaba lentamente…
–¡Papá, detrás de ti!.–Dije, pero las palabras parecían no querer salir. Él no me escuchó.
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Nota de la autora:
¡Hola! Feliz verano a todos. Espero que estéis pasándolo bien y que hagáis muchas cosas...como por ejemplo leer esta historia🙃
Hace años escribí una historia con este título, pero me eché atrás y no pude terminarla. Ahora, me encuentro escribiendo una historia con el mismo título. He conservado varias ideas pero no es exactamente la misma.
Espero que hayáis disfrutado del capítulo.
Nos vemos,
Besos🌊🌬
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Editado: 17.07.2025