Las Estrellas Que Nos Unen

│1│ Empecemos con una queja

1 de febrero de 2018

Nuevamente me tengo que acostumbrar a esto. Se me fueron los días y ni me di cuenta que no habíamos tocado la libreta para nada. Sinceramente, no sé qué pensar de mí y mi falta de memoria para mis obligaciones.

Nota personal: Empezar todo con una queja y después seguir escribiendo.

Hoy es el primer día de escuela después de unas vacaciones largas y aburridas. Son exactamente las 7:30 am y sigo en pijama. Se supone que entro a las 8 am a la universidad, pero aquí andamos felices de la vida escribiendo en una hoja en blanco contándole cosas a quien sabe que persona.

Fallos, fallos, fallos y más fallos. ¿Qué más da?

Mamá, si miras esto no te lo creas, sólo es para darle una lectura interesante a todo esto porque no tengo la más mínima idea de que se escribe en un diario. Te quiero.

Perfecto. Empecemos el día con la actitud que no traigo.

Nos vemos.

(…)

—¿Agua?,¿comida?,¿fruta?

Mi madre levantó la ceja cómo si quisiera leer mi mente para saber que no mentía y que si llevaba todo lo necesario en mi mochila.

—Absolutamente todo madre —niego, con cierta diversión—. ¿Ya puedo irme? Por si no te has dado cuenta se me está haciendo tarde para ir al colegio. ¿Quieres otro reporte?

—Bien. Ya vete y no, no quiero más reportes.

Sonreí en respuesta hasta que estuve a unos pasos más para salir y la falsa tos de mi madre me hizo girarme nuevamente para mirarla. Rogaba al cielo que ya me dejara libre para salir corriendo de este lugar llamado “mi dulce casa”.

—No me interesa que te andes por ahí con tus pintas de chico malo. —Se acomoda los lentes—. Pero, te hace falta darme mi beso de despedida —apunta a su mejilla.

Voltee a ver a mi padre quien en todo este rato no había dicho nada, sólo reía detrás de su periódico y disfrutaba de las quejas que daba mi querida y muy hermosa madre. Eché para atrás mi cabeza esperando que me ayudara con este drama y todo lo que obtuve fue sus negativas.

Traidor.

—Es la jefa, muchacho. —Defiende, aún sin quitar esa sonrisa—. Ella manda en estos momentos.

Arrastré mis pies hasta ella y le di un sonoro beso en su mejilla mientras la abrazaba. Siempre era cariñoso con ella, pero tenía una manía de hacer berrinches por todo y… Me considera lo más pequeño de este mundo.

Supongo que son desventajas de ser hijo único.

Por fin saliendo de mi hogar las tres personas más idiotas, mis amigos, estaban plácidamente sentados sobre el pavimento cómo si no fuera lo bastante tarde. A veces me desesperaba, pero ¿qué hago? Se les quiere así, aunque sean huevones.

Ya sé, me contradigo bastante pero ya al paso del tiempo se acostumbran a mí.

—¿Nos vamos?

Abro la cajuela del auto y acomodo mi mochila dentro. Pronto los tres idiotas imitaron mi acción y ni siquiera dieron los buenos días.

Casuales.

—Detesto pintarme las uñas y que se me caiga el esmalte tan pronto —expresa la morena—. Hace que mi ansiedad se eleve a puntos inexplicables.

—Cállate, traigo una resaca y tu voz chirriante me saca de mis casillas. Mi madre hubiera hecho bien al dejarte en un río.

—Buenos días, Luisa y Lalo —saludo con mucho sarcasmo.

Me preguntaba cómo su madre lograba tenerlos juntos sin pelearse. Los morenos sólo se limitaron a saludar y a seguir peleando en la parte trasera del auto. Unos minutos más y soy capaz de aventarlos del auto. Gire mi cabeza en una corta sonrisa para saludar al chico que estaba a mi lado.

«Un día más soportando al idiota. Recemos por mi alma»

—Buenos días, Asher.

—Buen día, Rey.

“Rey”, ese era el tonto —agradable— apodo que me había puesto él. Si bien los cuatro nos conocíamos desde chicos, nuestras familias eran amigas desde hace décadas si era posible, así que nosotros crecimos y fuimos educados cómo si fuéramos hermanos. Pero la relación que Asher y yo habíamos construido era demasiado fuerte. Él me conocía de una manera más íntima y por supuesto en viceversa.

Decidí alejar los pensamientos que tenía y me concentré en el camino, iba lo más rápido que se podía, no quería llegar nuevamente tarde a clases ya tenía suficientes problemas cómo para agregar uno más a la lista. Los treinta minutos de camino fueron amenos, entre gritos y cantos —si a eso le llamamos cantar—. Llegamos puntuales a la puerta y cada uno caminó hasta su aula, excepto Luisa y yo, tomábamos la misma clase.

—¿Ya sabes quién será tu pareja para el catorce de febrero, Railey? —Deja su mochila en la banca—. Y no me vengas con que no porque he visto a cientos de personas pedírtelo.

—Estoy algo indeciso —admito—. Sabes que los bailes no se me dan, además que yo tengo en la mira a la que me gustaría que fuera mi pareja.

—Yo soy experta en ayudar a conseguir parejas.




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