—¡La barbacoa tiene que ser espectacular, Braulio! Ya sabes que vienen los jefes de Fabián y gente muy importante para la comunión del nene. Así que nada de chuletas tiesas ni morcillas con más años que la abuela. Hay que olvidarse de los congelados de siempre porque son personas finas. Anda a comprar un buen cerdo fresco con don Ventura, que además prepara él mismo la chinchurria y los chorizos —le habló la hermana, y Braulio se incomodó un poco. Estaba bien que le hubieran echado una mano después de lo del robo con la poli y todo aquel lío, pero acabó convirtiéndose en el chico de los recados y el “pringado” para hacer todo lo que se les antojara a ellos.
—No pienso ir a ese chiquero, que es un asco Tere. ¿Por qué yo? La verdad es que ya me tenéis cansado de tanto abuso.
—¡Ah, claro! El señorito “bueno para nada”, encima de que está aquí como un rey sin dar ni un palo al agua, todavía va y se queja —contestó ella sin hacerle mucho caso.
Ese hermano no le había traído más que dolores de cabeza y ella, de tonta, le prometió a la madre en su lecho de muerte ver que el chico no se metiera en líos. Pero no sirvió de mucho: Braulio era lo que se llama un “pinta”. Se apareció un día con una chica toda tatuada, de nombre Tatiana, diciendo que se habían casado, y se acomodaron en su casa como si tal cosa. Teresa soportó lo que pudo, hasta que el marido le anunció muy serio que eligiera entre él y su hermano. Braulio y la chica tatuada se buscaron un piso y se marcharon, pero aquel matrimonio duró menos que un suspiro, porque Tere había juzgado mal a Tatiana, que resultó ser muy emprendedora e instaló un pequeño estudio de tatuajes que prosperó y dio buen dinero. La chica se cansó de ver a Braulio todo el día en pijama durmiendo y toda la noche de juerga, y lo echó de casa.
El asunto se puso serio cuando él decidió limpiar la casa de su exesposa y lo montó todo en un camión, tan campante. No había llegado a la esquina cuando fue detenido por la policía, y Tere mucho tuvo que rogarle a Tatiana para que retirara la denuncia del robo. Así que la hermana no tuvo más remedio que llevarlo de nuevo a su casa y, la verdad, con Fabián todo el día molesto por lo del cuñado aunado a la guerra que daban los tres hijos que tenían, la pobre mujer estaba más que harta.
Braulio, con 27 años, era un mocetón grande y se podía decir que hasta guapo. Su breve matrimonio con Tatiana ya lo había olvidado. A fin de cuentas, ella se lo perdía, que por ahí había muchas pirraditas por él.
Molesto y de muy mal humor por el madrugón, se montó en la camioneta y tomó rumbo al campo. Dejando la carretera atrás, el vehículo se bamboleaba por el accidentado camino de tierra. Aquí y allá se veían casas campestres, que iban desde acomodados chalés a casuchas de tablas y cartones bordeadas de miseria por donde correteaban chiquillos medio desnudos. “Mira que mi hermana tiene antojos, y todo por la comunión de mierda del baboso de mi sobrino”. Caviló Braulio y entre la maleza divisó la chabola de don Ventura, estacionándose frente a ella. Un corro de perros que le acechaban ladrando y enseñando los dientes le impedía bajarse del coche. Braulio nunca había visto una jauría como aquella. Calculó que serían unos treinta animales. Estos solo se tranquilizaron cuando el anciano los hizo callar con un gesto. Braulio pensó en lo bueno que sería silenciar a su hermana tan fácilmente, y sonrió para sí. El viejo se acercó a él y lo invitó a la casa.
En pocas palabras el chico informó al macilento anciano del pedido de Teresa. Don Ventura sonrió ampliamente, mostrando un solo diente amarillento que campeaba solitario en su boca y dijo:
—¡Ah, sí! ¡Cómo no! Claro, la señora del señor Fabián, la recuerdo. Ella me encarga todos los años un cerdo para las fiestas ¿Y a qué viene este pedido en Mayo?
Braulio, tendiendo su mano al hombre, se presentó:
—Yo soy el hermano de Teresa, y ella preferiría un animal entero, destrizado con sus chorizos y morcillas, para la comunión del niño.
—¡Claro, claro! Ellos son gente importante y ten-drán muchos invitados, y una comunión es una comu-nión, ¿no es verdad? Bueno, joven, venga conmigo al corral para que elija usted mismo al puerco.
Braulio siguió al anciano a través de pasadizos estrechos y malolientes, hasta llegar a la puerta de los corrales. Don Ventura se detuvo y lanzo un silbido penetrante. A los pocos momentos la puerta se abrió y apareció una chica que traía un cerdo enorme.
—¡Qué le parece! —dijo el viejo mientras palmeaba los traseros del animal. Braulio no atinaba a responder, completamente fascinado por la aparición de la mujer más bella que hubiera visto en su vida. La chica, de unos veinte años, alta y esbelta, tenía un cutis de terciopelo, donde dos inmensos ojos verdes le miraban enmarcados por pestañas largas y oscuras. Se movía con la gracia de una pantera, haciendo ondular un hermoso cabello largo y suavemente rizado que caía por su espalda como una cascada. Don Ventura notó su interés y cogiendo a la chica de la mano la puso frente a él excusándose.
—Me tiene que disculpar, es que yo no tengo buenos modales. Esta es mi hija Circe. Tuve otros hijos, pero se murieron o se fueron, solo me queda ella.
La chica, con una sonrisa, le tendió una mano fina y encantadora que él retuvo entre las suyas. Braulio estaba atónito. ¿Cómo era posible que aquella belleza estuviera a cargo de los cerdos? Sin embargo, se veía tan limpia y cuidada… Como si toda la podredumbre en la que se desenvolvía no pudiera tocarla. Braulio acordó con el viejo el precio y la fecha de entrega del animal sin poder quitar los ojos de Circe que, ocupada en sus quehaceres, fijaba de vez en cuando en él su fascinante mirada. “Volveré por ti”, se prometió a sí mismo un Braulio enamorado antes de partir.
Toda la familia de Braulio, con cierta desconfianza, observaba lo cambiado que parecía. Era el primero en levantarse para preparar el desayuno para los niños y llevarlos al colegio, y hacía cualquier mandado sin rechistar, lo que representaba un alivio para Tere, que estaba encantada con el hermano, y como cosa rara presumía ahora frente a las amistades con comentarios como “¡Braulio es como una bendición para mí! No solo me ayuda con los hijos y la compra, sino que hasta está buscando algún trabajo. Si saben de algo, ¿me avisarán? El pobre se lo agradecerá”. Y aunque Fabián era escéptico en cuanto al cambio del cuñado, el matrimonio vivía en santa paz. Pero, en realidad, el fogoso Braulio hacía todos los días el camino a casa de don Ventura para ver a su amada Circe. Por supuesto que aquello era un secreto. Qué diría su hermana si le contara que estaba rendido de amor por la chica de los cerdos.