Las Llamas De Andora

Prólogo: Imperio de Imperios.

Oriente de Andora, entra Arab y Ofer, Bab'ab'Abil.

El crepúsculo bañaba las inmensas tierras de Bab'Ab'Abil, entre Arab y Ofer, en lo que alguna vez fue, la llanura de Uh'darah, el cielo aunque oscurecido por el crepúsculo, tenía ciertos matices dorados, debido al y las piedras preciosas en la cumbre de la gran Torre: la espada de los Shamain o lanza de las dimensiones la llamaban.

En su cumbre, Emperador Ak'Rashata observaba desde lo alto de la Torre, la joya arquitectónica que había mandado construir hacía quinientos años. Erguido en su cúspide, con una postura imponente, la figura del emperador era una visión majestuosa y aterradora a la vez: era un dragón humanoide de ojos azules, profundos como el océano, y escamas dorada como el oro más refinado, brillante como el sol al mediodía. Cada destello de su piel irradiaba la grandeza y el poder que había amasado a lo largo de los milenios.

Su mirada se perdía en la vastedad de su imperio, cuyas fronteras se extendían por casi toda la profundidad de Oriente. A lo lejos, en el horizonte, se alzaban las murallas de su gloriosa ciudad: Parah' Abil. Como testigo de los incontables reinos y naciones que había sometido. Desde los desiertos del sur hasta los fértiles valles del norte, Ak'Rashata había conquistado territorios enteros, expandiendo su dominio con una habilidad militar y política inigualable. Pero, a pesar de todos sus éxitos, su sed de poder no estaba saciada.

Aún quedaban dos grandes obstáculos en su camino hacia la supremacía absoluta de Oriente: las naciones de Lian'Ti, una civilización tan antigua como formidable, gobernada por dragones, y los brutales Tyran'khan, señores de la guerra del norte, también gobernados por los mismos. Ambas naciones eran poderosas en su propio derecho, y se encontraban inmersas en un conflicto perpetuo que Ak'Rashata había aprendido a observar con paciencia.

El Imperio de Lian'Ti, con sus vastas tierras y una historia forjada en sabiduría milenaria, era una fortaleza casi impenetrable. Sus gobernantes, astutos y sagaces, habían detectado cada intento de infiltración de los espías enviados desde Bab'Ab'Abil, frustrando cualquier posibilidad de subyugación discreta. La capital de Lian'Ti, la poderosa Hait'nos, resplandecía con la exquisitez de sus sedas de jaspe, sus delicadas cerámicas y el valioso paladio, un metal raro que solo se extraía de las montañas más sagradas. Ak'Rashata sabía que esas riquezas algún día pertenecerían a su imperio, pero, por ahora, esas tierras debían esperar.

Más al norte, los Tyran'khan ofrecían una resistencia igual de feroz, comandados por el temido Khazan, Vashim'Kub'lai. Aquel draconiano, era un titán entre los suyos, había frustrado todos los intentos de expansión de Ak'Rashata en la región de Yinta'naranah, con su brutalidad y táctica implacable. Los Tyran'khan, orgullosos y bárbaros, habían transformado la guerra en una forma de vida. Cada conflicto con ellos había sido un derramamiento de sangre sin fin, y el propio Ak'Rashata reconocía que, por ahora, ni su poder ni su vasto ejército podían someter a Vashim'Kub'lai, por ahora.

El Draco Majistus o dragón dorado del imperio dejó escapar un suspiro. Extendió su brazo hacia el horizonte, más allá del interminable desierto que separaba su tierra de aquellas regiones distantes. Podía imaginar los campos de batalla que se extendían entre Lian'Ti y Tyran'khan. Aquellas dos potencias, gobernados por el dragón blanco y el negro eran como dos titanes que luchaban por dominar una sola montaña, seguían enfrentadas en una guerra brutal.

"No se cazan dos dragones con un solo tiro", murmuró para sí, sonriendo con la certeza de quien comprende la verdadera naturaleza del poder."

Sabía que, tarde o temprano, uno de esos dragones caería. Quizás el dragón blanco de Lian'Ti prevaleciera sobre su adversario, o quizás el dragón oscuro de los Tyran'khan se alzaria como vencedor. O tal vez ambos perecerían en su mutua destrucción. Fuera cual fuera el desenlace, Ak'Rashata estaba seguro de que su momento llegaría. El caos que asolaba esas tierras solo serviría para debilitar a sus enemigos, y cuando el momento fuera propicio, él, el dragón dorado, descendería sobre ellas con todo el poder de Bab'Ab'Abil, reclamando lo que le pertenecía por derecho.

Asintió para sí mismo, satisfecho. Los gobernadores de aquellas regiones tendrían que esperar. Sus espías ya le habían informado de los asedios implacables, los interminables conflictos y la inestabilidad que se cernía sobre Lian'Ti y Tyran'khan. A su tiempo, esos reinos caerían ante él, como lo habían hecho tantos otros.

"Pronto", pensó mientras su mirada seguía fija en el horizonte, "pronto todos me pertenecerán."

Las tierras en Oriente, y en el mundo entero. Habian pertenecido, en un pasado remoto, a un imperio que había gobernado a las estrellas y la gran expansión. Oh bueno, eso era lo que había escuchado, según su padre, un humano que lo había adoptado desde que era una cría, este le había contado que todos los habitantes del continente de Andora y aquellos perdidos en la gran expansión de las estrellas, conformaban un Imperio antiguo, uno poderoso que había gobernado tierras de una vastedad que era imposible imaginar. Sonrió, ya había pasado 3000 años de aquello.

Su padre siempre le contaba, que aquel imperio había dominado un antiguo poder, un poder conocido como tecnología. Él no sabía exactamente lo que era, pero su padre siempre le había contado que ese poder, podía moldear los cimientos del mundo. Y con ese poder podría incluso gobernar imperios enteros. Y que el Antiguo imperio de imperios, había dominado ese poder. Incluso más, con ese poder, aquel Imperio perdido había gobernado las grandes esferas en la gran expansión y más allá, en algo que su padre llamaba Galaxias.

Asintió, su padre Anrrofer, solía contarle que aquel imperio de imperios, cuyo nombre desconocía. Dominaba sobre pastas cantidades de galaxias, y que en cada una de esas galaxias habían cúmulos llamados sistemas solares, y que dentro de esos sistemas solares habían esferas mundiales, o mundos, como él los llamaba.




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