Las luces de febrero

Mamá en acción

Jay
La arena de la playa se colaba entre mis dedos y me permití disfrutar un 
rato de esa agradable sensación que, junto con el sol calentándome la piel, 
me adormecía. 
—¿Os apetece jugar? —preguntó Fred. 
Eché una ojeada a mi izquierda. Ty había decidido acompañarnos —o 
mamá lo había obligado, aún no estaba muy seguro—. Tumbarse sobre la 
toalla con cuarenta litros de crema solar encima le parecía una experiencia 
costera más que suficiente. No estaba muy por la labor de ponerse de pie, y 
yo no me atrevía a dejarlo solo. 
—Nosotros pasaremos —dije—. Pero te animamos desde aquí, ¿eh? 
—Así me gusta. 
No era que Ty no pudiera quedarse solo… Con catorce años, ya era muy 
capaz de cuidar de sí mismo. Sin embargo, yo temía que huyera de la playa 
y, sobre todo, de mi amigo. La actitud alegre y sonriente de Fred le estaba 
poniendo de los nervios. 
Eché una ojeada a mi hermano pequeño y, tras dudar unos segundos, me 
tumbé en la toalla para quedar a su altura. Ty me miró de reojo y luego 
volvió la cabeza hacia el cielo. Al llevar gafas de sol, no estaba seguro de si 
tenía los ojos abiertos o cerrados. 
—¿Tienes hambre? —pregunté. 
—No. 
—¿Sed?

—No. 
—¿Necesitas…? 
—No tengo cinco años —intervino de malas maneras—. Vete a jugar con 
el gorila, si es lo que te apetece. 
—Oye, no llames así a Fred, que es muy buen chico. 
—¿Quién dijo que ser gorila te hace malo? 
—Sabes perfectamente a qué me refiero —protesté—. No le faltes al 
respeto a la gente que intenta ser amable contigo. 
Ty suspiró de forma larga y pesada, dejando claro lo poco que le 
interesaba aquella conversación. Me pasé una mano por la cara. Sí, estaba 
en esa edad un poco insoportable. 
Mejor a los catorce que a los treinta. 
—¿Quieres ir en un barquito de esos con pedales? —propuse—. Los 
alquilan ahí delante. 
—Qué pereza. 
—Pues venga, vamos. 
—¿No me has oído? 
—Papá ha dicho que hicieras un poco de ejercicio, y mamá, que te diera 
el sol. O eso o juegas al vóley con Fred, tú eliges. 
Ty exhaló otro suspiro eterno y echó la cabeza atrás. Le llevó unos 
segundos, pero al final se levantó y arrastró los pies tras de mí. Mis amigos, 
que seguían jugando, nos saludaron con la mano al vernos pasar. Fue Diana 
quien se animó a acercarse. 
—¿Vais a los hidropedales? —preguntó con entusiasmo—. ¡Ay, me 
encantan! 
—Vente, entonces, porque… no creo que este vaya a pedalear mucho. 
Ty se cruzó de brazos ante mi acusación, pero no la negó. 
No se me escapó la mirada agria que nos mandó Bev, pero por lo menos 
decidió no criticarnos. Lila, en cambio, estaba encantada de que su novia se 
estuviera integrando por fin. Fred era el único al que todo se la pelaba por 
completo y continuaba jugando. 
El señor de los hidropedales respondió con cara de aburrimiento a las 
preguntas de seguridad de Ty y al terminar señaló la cartilla de precios. No 
era demasiado caro, así que alquilamos uno para dos horas que no creí que 
fuéramos a completar. Más que nada, porque mientras sacábamos el trasto 
de la arena, Ty ya tenía cara de cansancio.

Entonces, justo cuando estábamos a punto de lanzarlo al agua, un grito de 
guerra nos interrumpió: 
—¡¡¡DI!!! 
Diana dio un respingo y levantó la cabeza. También lo hizo media playa, 
claro. Un chico se nos acercaba por la arena con una gran sonrisa, 
esquivando turistas y ganándose más de un insulto cuando saltaba por 
encima de ellos. 
—Ah, es mi hermano —comentó ella. 
Espera…, yo conocía esa cara. También esa camisa horrible de fondo 
rosa y dibujos de la cara de Keanu Reeves. 
No podía ser. 
Va a ser que sí. 
En cuanto Nolan se detuvo a nuestro lado, me contempló con sorpresa. 
—Ah, hola a ti también. ¡No me digáis que sois amigos! 
—Sí —contestó su hermana por mí, y lo miró de arriba abajo—. 
Nolan…, ¿no te dije que echaras esa camisa a lavar? 
—¿Cuál? 
—La que llevas puesta. Ya prácticamente puede andar sola. 
—Bah, serás exagerada. —Nolan hizo una pausa al darse cuenta de la 
existencia de Ty. Con alegría, empezó a revolverle el pelo con una mano. 
Mi hermano casi le arañó los ojos—. ¡Y tú debes ser el pequeñajo de la 
familia! 
—¿Pequeñaj…? 
—Es mi hermano pequeño, sí —interrumpí antes de que se liaran a 
discutir—. Tyler, este es Nolan. Se encarga de cuidar a la abuela por las 
mañanas. 
—Pues vale. 
No parecía muy interesado en el tema y no se molestó en disimularlo. 
Nolan enarcó las cejas, sorprendido, pero no añadió nada más. Al contrario: 
vio lo que estábamos haciendo y empezó a frotarse las manos con 
entusiasmo. 
—¡Ah, me apunto! 
Y, antes de que nadie pudiera decirle algo, dio tal empujón al hidropedal 
que lo alejó varios metros de la orilla. 
Alarmado —y un poco en shock por la fuerza bruta que tenía el colega—, 
me apresuré a meterme en el agua para escalar y que la barquita no se fuera sin nosotros. Fui el primero en subirme después de él, que ya pedaleaba 
como un lunático. Me quedé un poco atrás para echar una mano a Diana y a 
Ty, aunque el segundo pasó de aceptarla. 
—¡Jay! —chilló Nolan entre gestos frenéticos—. ¡Ven, vamos! ¡Tengo 
ganas de pedalear! 
—Sí, sí… 
—Es muy entusiasta —explicó Diana, un poco avergonzada. 
Eché una miradita a Ty, que ya se había sentado al fondo del hidropedal y 
nos daba la espalda. No pude quejarme del hermano de Diana porque, 
honestamente, el mío también tenía lo suyo. 
Fui al asiento que había junto a Nolan y me acomodé un poco mejor a su 
lado. Después coloqué los pies en los pedales. Él apenas podía contener la 
impaciencia. 
—¿Vamos? —preguntó. 
—Sí, vam… 
—¡Genial! 
Y así empezó a pedalear con tanto vigor que, para seguirle el ritmo, tuve 
que echarle todo mi esfuerzo. Lo peor de todo era que, mientras que yo 
sudaba y enrojecía por momentos, Nolan iba hablando con nuestros dos 
acompañantes con toda la tranquilidad del mundo. 
—Frena un poco —le indicó Diana al cabo de unos segundos. 
—¿Por qué? A Jay le gusta así. 
—Jay está a punto de morir de un infarto —aseguré en voz baja. 
Frené un poco y, aunque él también lo hizo, seguía yendo con tanta 
fuerza que el hidropedal se desviaba todo el rato hacia la derecha. 
Finalmente me rendí a la evidencia y decidí que era mejor dejar que 
giráramos en círculos. 
—¡Grumetes! —chilló Nolan, estirando un brazo hacia la derecha—. Si 
miran por este lado, podrán gozar de unas privilegiadas vistas a la costa de 
nuestra bonita ciudad. Y si se fijan mejor, podrán espiar a los pijos que 
viven por aquí. Busquen ventanas que no estén tintadas, a ver qué hacen en 
sus mundillos de oro y diamantes. 
—¿Siempre es tan gracioso? —preguntó Ty con cara de póquer. 
Nolan soltó una risita y me miró. 
—Ya veo que la simpatía viene de familia. 
—Si crees que yo soy antipático, con Ty no te queda nada…



#11054 en Novela romántica

En el texto hay: amor, amistad, baloncesto

Editado: 04.01.2024

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