Las luces de febrero

Problemas de un viernes por la tarde

Ellie 
Para mucha gente joven, el viernes equivale a felicidad pura y dura. Es el 
día en el que puedes hacer lo que te da la gana, salir con los amigos, 
olvidarte de las responsabilidades… El día en el que parece que el fin de 
semana es eterno, porque el sábado está demasiado cerca del lunes y el 
domingo parece una cuenta atrás hasta volver al trabajo. 
Para mí también era un buen día. Podría decir, incluso, que mi favorito de 
la semana. Y no se debía a que no tuviera entrenamiento, ni clases, ni 
responsabilidades… Era porque podía hacer exactamente lo que yo quería. 
Me da miedo preguntar. 
Y lo que quería era… ¡seguir escrupulosamente con mi rutina especial de 
los viernes! 
Fascinante
7.00 Despertarme y apagar la alarma del móvil. Ni un segundo más, ni un 
segundo menos, que eso era de vagos. 
7.00-7.05 Pausa para lavarme la cara y hacer pis. 
7.05-7.15 Hora del café mañanero. Sin azúcar y con leche de avena de la 
marca que me gustaba, por supuesto. 
7.15-9.00 Ejercicio. Cardio. 
9.00-9.15 Ducha fría. 
9.15-10.00 Desayuno. Algo que no superara las 400 calorías, 
acompañado de mi batido proteico para compensar el ejercicio. 
10.00-10.05 Segunda y última pausa para un pis (luego tendría que apañarme cuando pudiera). 
10.05-10.30 Hacer el planning de la semana siguiente. 
10.30-11.00 Crisis existencial por lo que me depara el futuro. 
11.00-13.00 Internet. Probablemente, cotillear universidades 
especializadas en baloncesto. 
13.00-14.00 Almuerzo. 
14.00-16.00 Siesta más que merecida. 
16.00-17.00 Segunda ronda de ejercicio, esta vez en el lago
16.00-17.00 Comprarle las malditas velas a Ty, que hace diez años que te 
las pide. 
17.00-17.30 Llegar de alguna forma al gimnasio. 
17.30-19.00 Entrenamiento. 
19.00-19.30 Volver de alguna forma a casa. 
19.30-20.00 Ducha larga. 
20.00-21.00 Cena. Sin carbohidratos. 
21.00-21.30 Cotilleo pertinente en Omega. 
21.30-22.00 Segunda crisis existencial por lo que me depara el futuro. 
22.00-23.00 Capítulo de la serie que esté viendo. 
23.00 Hora de dormir. 
Perfectamente planeado, sí. Por eso me molestó tanto ver la letra fea de 
mi hermano, indicando que comprara las velas de Ty. Sabía que me 
molestaba profundamente que tocaran mis cosas; aun así, lo hacía de vez en 
cuando para echarme alguna bronca. 
Estaba en medio de mi planning para el día siguiente cuando oí un 
portazo. En otro momento quizá lo habría ignorado, pero me jodió 
profundamente que alguien me interrumpiera, así que me asomé por la 
ventana para ver qué había sucedido. Papá no podía ser porque estaba en el 
patio de atrás. Mamá tampoco, ya que había acompañado a Ty a no sé qué. 
Solo quedaba una opción. 
Y, efectivamente, se trataba del mancillador de agendas. 
Me asomé con disimulo, intentando ver lo que fuera que hacía, y me 
sorprendió identificar a otra persona con él. Una cabezota pelirroja, 
concretamente. ¿Qué puñetas hacía hablando con Víctor? Abrí un poco la 
ventana para intentar oír lo que decían, pero no hubo suerte, así que me 
asomé un poco más. 
¿Asistiremos a un nuevo episodio de muertes estúpidas? Pronto lo descubriremos. 

Asomada sí que oía algo, y también los veía mejor. Jay estaba sentado en 
las escaleras de la entrada mientras que Víctor permanecía de pie delante de 
él, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón suelto. Por sus 
caras, parecía una conversación bastante tranquila. 
—¿En serio? —preguntó el pelirrojo con una sonrisa. 
—Sí, pero no puedo hacer mucho más. 
Víctor empezó a reírse y se balanceó sobre las puntas de los pies, como 
siempre que se distraía. 
Mira cómo lo conoce. 
—¿Y te parece una buena idea? —preguntó este, divertido. 
—¿Y yo qué sé? Es rápida, por lo menos… 
—Bueno, eso está por verse. 
—Gracias por tanta ayuda. 
—No me has pedido ayuda, solo te has puesto a quejarte. Pareces tu 
hermana. 
—No seas cruel. 
—¡Oye! —se me escapó, olvidando que estaba en modo oculto—. 
¡Compararte conmigo es un privilegio, no una crueldad! 
Ambos alzaron la vista, sorprendidos. Bueno, Víctor estaba 
sorprendido…, Jay parecía más bien irritado. 
—¡Es una conversación privada! —recalcó mi hermano. 
—Las conversaciones privadas se tienen a escondidas, no en el portal de 
casa. 
—¿Puedes irte de una vez, cotilla? 
—¡¿«Cotilla»?! 
Tanteé sobre la mesa hasta encontrar el vaso de agua que había subido un 
rato antes y, sin dudarlo, lancé el contenido hacia abajo. Mis habilidades — 
cualquiera que pudiera tener— empezaban y terminaban con el baloncesto, 
así que el agua siquiera llegó a salpicar a nadie. Ambos se quedaron 
mirando el charquito antes de volver a mirarme. 
—Vaya puntería —comentó Víctor—. Espero que en los partidos no 
dependamos de ti. 
—Mi puntería es perfecta, idiota. Además, ¿qué haces tú ahí? ¿No tienes 
casa propia? 
—Está hablando conmigo —me aclaró Jay.

—No le he dado permiso para hablar con mi hermano. 
—¡Ni lo necesita! 
—Seguro que hoy no has entrenado —le dije a Víctor—. Deja de perder 
el tiempo y vete a practicar. 
—¡Practicamos cada día! 
—No. Practicamos cinco días a la semana. ¡Si quieres que no hagamos el 
ridículo, tendrás que espabilar! 
—¡Déjanos en paz! —saltó Jay, ofendido—. Que tú solo tengas vida para 
entrenar no significa que los demás tengan que hacer lo mismo, ¿te enteras? 
Oh, él sí que se iba a enterar. 
En cuanto me aparté de la ventana, él adivinó lo que pretendía hacer yo. 
Bajé las escaleras, furiosa, y me lo encontré en el marco de la entrada. 
Ambos teníamos los puños en las caderas, el ceño fruncido y los ojos 
castaños lanzando chispas. Mirar fijamente a Jay era un poco raro, porque 
siempre me sentía como si estuviera viendo una copia de mí con el pelo 
más corto. 
Víctor, por cierto, seguía en el marco de la puerta con cara de no saber 
dónde meterse. 
—Eh… —intentó decir. 
—¿De qué vas? —espeté a mi hermano, pasando del zanahorio. 
—¿Y tú? ¿Por qué tienes que meterte en todo lo que hacen los demás? 
—¡Porque lo hacéis todo mal! 
—¡Como si tú hicieras algo bien! 
—Em… —siguió Víctor, incómodo. 
—¡Por lo menos no soy un inútil! —espeté—. ¡¡¡Y que sea la última vez 
que tocas mi agenda!!! 
—¡Solo te apunté una cosa, histérica del control! 
—Quizá debería irme… —sugirió nuestro amigo, dando un paso hacia 
atrás. 
—¿«Histérica»? —Repetí las palabras de Jay en tono agudo—. ¡No soy 
una histérica! 
—Sí que lo eres. 
—¡No lo soy! 
—¡Pues peor! Una obsesa. 
—¡No es verdad! 
—¡Lo eres! Si quieres hacer ejercicio, te obsesionas con hacerlo de manera perfecta. Si tienes que comer, te obsesionas con que todo esté 
perfectamente equilibrado. Si alguien te hace algo mínimamente malo, te 
obsesionas con odiarlo. 
—P-pues… ¡al menos no soy un friki sin amigos! 
—¿Que yo no tengo amigos? —repitió con una mano en el pecho—. 
¡Tengo más que tú! 
—Oh, sí, la loca de los tatuajes y las otras que pasan de ti. ¡Qué gran vida 
social! 
—¡Mejor eso que no tenerla! 
—¡Mejor no tenerla que ser un puñetero dependiente emocional del resto 
del mundo! 
—¡Mejor ser eso que odiar a todo el mundo! 
—¡Yo no odio a nadie! 
—¡Anda que no! ¿Y Víctor? 
—¡Víctor me la pela! 
El aludido no se mostró muy afectado. De hecho, parecía harto de oírnos 
discutir. Me gustaría decir que era la primera vez que presenciaba una de 
nuestras escenas, pero estaría mintiendo; lo había hecho durante años. 
—¿Y Rebeca? —insistió Jay. 
—¡Rebeca… también me la pela! 
—¡Oye! —saltó Víctor, ofendido. 
Podía decirle lo que quisiera, pero cuando hablaba de su melliza se ponía 
a la defensiva enseguida. 
—¿Y Livvie qué? —prosiguió mi hermano. 
—Livvie también me… —Vale, ni yo podía mentir tanto—. ¡Yo no estoy 
obsesionada con ella! 
—¡Hablas más de ella que de Ty! ¿Cuándo coño vas a admitir que echas 
de menos ese grupo de amigos? 
Abrí la boca, avergonzada, y me volví hacia Víctor. Él continuaba 
retrocediendo como si quisiera escapar, pero mi mirada lo dejó clavado en 
el sitio. 
—¡Dile que no estoy obsesionada! —le exigí. 
—Creo que debería irm… 
—¡QUE SE LO DIGAS! 
—¡ADMITE QUE LO ESTÁS! —me exigió Jay, por su parte. 
—¡NO ES SOLO POR ELLA! —salté—. ¡Mi odio se reparte entre ella, Rebeca y Víctor! 
—Pero ¿se puede saber qué he hecho yo? —preguntó el último. 
—¡Entonces, lo admites! —exclamó Jay—. ¡Eres una mentirosa, hace un 
momento lo negabas! 
—¡No es el mismo tipo de desprecio! Además, ¡estoy muy por encima de 
odiar a la gente irrelevante! 
—Entonces ¿qué haces aquí? ¿Por qué no sigues en tu habitación? 
—¡Porque me has ofendido! 
—¡Y para echar a Víctor! 
—¡No intentaba echarlo! Estaba… ¡a punto de invitarlo a entrar! 
—Sí, claro. 
Muy airada, fui directa hacia él. Estaba tan confuso que tardó en 
reaccionar y, justo cuando iba a retroceder de nuevo, lo enganché de la 
mano y lo arrastré al interior de la casa. Jay nos seguía de cerca. 
—¿Lo ves? —espeté, señalando a Víctor—. Dejo que entre. De hecho, 
¡ahora me apetece que lo haga! ¡Víctor, amigui, vamos al salón! 
¿Amigui? Vamos cuesta abajo y sin frenos, ¿eh? 
El pobre parpadeó, confuso; aun así, se dejó guiar sin decir nada. Incluso 
dejó que lo sentara en uno de los sofás. Se quedó ahí plantado, mirándonos 
como si no supiera dónde meterse. 
—¡Mira! —exigí a mi hermano, que nos había seguido; y señalé a Víctor 
como si fuera una representación de mi grandeza moral—. Cero obsesiones, 
cero rencores. 
—Pero… ¿en serio te piensas que esto arregla algo? 
—¡Pues sí, porque tenemos una relación maravillosa! ¿A que sí, Víctor? 
—Eh…, bueno… 
Sin esperar que respondiera, me senté en su regazo y me puse su brazo 
alrededor del cuello de una forma un poco agresiva. Él se tensó con 
perplejidad, pero no se movió. 
Aunque quisiera, lo estás ahogando tanto que no podría hacerlo. 
—¿Ves como tenemos una buena relación? —espeté a Jay, irritada—. 
¡Está encantado! 
—Parece más acojonado que encantado, la verdad. 
—¡No está acojonado! —Me volví hacia él—. ¿Estás acojonado? 
—No, no… 
—¿Ves? ¡Deja de inventarte cosas!



#11054 en Novela romántica

En el texto hay: amor, amistad, baloncesto

Editado: 04.01.2024

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