Las luces de febrero

Clases especiales

Jay 
Me desperté sobresaltado. Como si de un fantasma se tratara, vi a mi 
hermano pequeño de pie a mi lado. Me estaba dando toquecitos en la 
mejilla con un dedo. 
—Despierta —decía con su habitual tono monótono—. Venga, arriba. 
—¿Qué…? 
—Mamá dice que hoy toca día familiar. 
—¿Y tiene que empezar ahora? Son las… 
—Ocho de la mañana, sí. Buenos días. 
La idea de volver a tumbarme era muy tentadora, pero sabía que Ty no 
saldría de esa habitación hasta que cumpliera —al pie de la letra— todo lo 
que mamá le había pedido. Lo único que me hacía gracia era pensar en la 
reacción de Ellie, que seguramente sería peor que la mía. Pero visualizarla 
me hizo sentir un poquito peor, porque todavía seguía con nuestra discusión 
en la cabeza. 
—Ya voy —murmuré. 
—Bien. 
—No te irás hasta que me levante, ¿verdad? 
—Ajá. 
—¿No puedes ir a por Ellie? 
—Mamá dice que está muy cansada por el entrenamiento y que no la 
molestemos. 
Muy bien. Ella no, pero yo sí. Un muy bonito doble estándar.

A ver, llevaban razón en lo de que yo no tenía un trabajo o algo que 
estudiar que me mantuviera ocupado, pero recordármelo todo el rato me 
hundía un poco en la miseria. 
Así me gusta, empezando la mañana con alegría. 
Me vestí en completo silencio mientras Ty se sentaba en la cama y 
miraba por la ventana. Tras ponerme una camiseta y unos pantalones 
aleatorios, me coloqué las gafas de sol y me volví hacia mi hermano. 
—Listo —anuncié. 
—Al fin. 
Ese era uno de los raros días en los que mamá podía pasar tiempo con 
nosotros. Eran los favoritos de Ty, por supuesto. Y los de papá, porque 
quería decir que podía centrarse en sus cosas mientras nosotros nos 
marchábamos con ella. Procuré no preguntar por qué él no nos acompañaba. 
Después de la discusión que tuvieron a raíz de haber olvidado la cita con el 
dentista, no estaba muy seguro de cómo habían quedado las cosas. 
Mamá quiso conducir y Ty se sentó a su lado, así que me instalé en el 
asiento trasero, con la cabeza apoyada en la ventanilla. La noche anterior 
me había ido a dormir a las tantas —culpa de una serie a la que me había 
enganchado— y no tenía ganas de hacer nada. Y mucho menos, antes de 
desayunar. Uf…, tenía mucha hambre. 
—¿Vamos a comer algo? —pregunté. 
—Por supuesto —anunció mamá con una gran sonrisa—. He pensado en 
el sitio ese de las mesas en forma de vehículos. 
Mientras que yo sonreía con amplitud, Ty puso los ojos en blanco. Le 
gustaba fingir que detestaba esas cosas, para hacerse el mayor. 
Mamá aparcó el coche unos quince minutos más tarde. La cafetería en 
cuestión estaba en la carretera que nos conducía al centro de la ciudad, así 
que era bastante habitual dejarnos caer por ahí. De pequeños, papá solía 
llevarnos a desayunar allí todos los sábados. Pese a que todos habíamos 
crecido yendo a ese lugar, siempre parecía que se les olvidaba que Ty ya no 
tenía cinco años. Para su suerte o desgracia, la dueña seguía pellizcándole 
las mejillas nada más verlo. A mamá y papá les hacía mucha gracia. A 
Ty…, bueno, no tanta. 
Nos haremos los sorprendidos. 
Nada más entrar en el local, me invadió el olor a tocino recién pasado por 
la parrilla, a queso fundido, a la madera de las mesas y la barra… y el ruido de la gente hablando a todo volumen. Era lo único que nunca me había 
gustado del lugar. Odiaba los sitios con tanto ruido. 
—¡Señora Ross! —exclamó la dueña cuando nos vio. Siempre se paseaba 
con una gran sonrisa—. Bienvenidos, bienvenidos… ¿Queréis una mesa 
junto a la ventanita? 
La última palabra la pronunció estrujándole la mejilla a Ty, que tenía cara 
de querer saltar por la ventanita. 
—Sería perfecto —dijo mamá, tan educada como de costumbre. 
Una vez sentados, abrí el menú, pese a querer lo mismo de siempre: un 
sándwich de carne con queso bien fundido por encima. Ty solía cambiar 
según el día y la dieta que estuviera siguiendo, y mamá acostumbraba a 
pedirse unas tortitas aleatorias porque todas le gustaban. 
Qué fácil es la vida del conformista medio. 
La dueña de la cafetería nos atendió con su alegría habitual y un rato más 
tarde nos trajo las bebidas: dos cafés solos para mí y para mamá, y un té 
matcha para Ty. 
Apenas había dado el primer sorbo cuando mamá preguntó: 
—Bueno…, ¿y qué tal todo, chicos? 
Era la típica pregunta que nos hacía cada vez que volvía de un viaje 
largo, y para la que ninguno de los dos tenía una respuesta demasiado clara. 
Intercambiamos una mirada rápida y, casi a la vez, nos encogimos de 
hombros. 
—Como siempre —murmuré. 
—Oh, vamos, alguna novedad habrá. 
—Me he suscrito a un nuevo canal de autoayuda —explicó Ty. 
—¿En serio? ¿Y de qué trata exactamente? 
Mientras Ty se ponía a parlotear sobre todas las ventajas que tendría una 
vez cumpliera con todos los pasos que su nuevo maestro le imponía, yo 
desconecté porque nos trajeron la comida. Mamá era la única que 
escuchaba cada palabra y asentía con toda su buena intención. Siempre supe 
que Ty estaba así de aferrado a ella porque era la única de todos nosotros 
que mostraba interés por sus cosas y no se burlaba de ellas. Papá tampoco 
lo hacía, pero su temperamento siempre hizo que se llevara mejor con Ellie. 
—Suena muy interesante —aseguró cuando Ty finalizó su discurso. 
Ty esbozó una pequeña sonrisa y pinchó los huevos revueltos que le 
habían traído. Fue el momento perfecto para que mamá dirigiera su objetivo hacia mí. 
—¿Y tú, Jay? 
—¿Eh? Pues no hay mucho que contar… No hago muchas cosas. 
—La abuela me ha contado que la visitas a menudo. Eso ya es hacer 
algo, Jay. Algo muy bonito, además. 
—Si tú lo dices… 
Ese fue el momento exacto en el que mamá supo que yo no estaba bien. 
Tampoco habría podido ocultarlo mucho tiempo, así que… mejor quitárselo 
de encima cuanto antes. 
Por suerte, no quiso indagar. Lo agradecí, porque, honestamente, ni 
siquiera yo mismo estaba muy seguro de qué me sucedía. Mejor mantenerlo 
sin nombre o sería imposible seguir fingiendo que no existía. 
—Bueno —añadió ella—, quería desayunar con vosotros para hablar de 
un tema que… no es mi favorito, pero es importante. —De nuevo, Ty y yo 
intercambiamos una mirada silenciosa. Mamá continuó hablando como si 
nada—. ¿Creéis que paso mucho tiempo fuera de casa? 
—A ver…, es tu trabajo —dije, confuso. 
—Ya sé que es mi trabajo, pero… ¿os gustaría que pasara más tiempo 
con vosotros?, ¿creéis que me ausento demasiado? 
De nuevo, ninguno de los dos supo qué decir. Ty la contemplaba con el 
ceño fruncido y el tenedor a medio camino de la boca. Detestaba no tener la 
respuesta para absolutamente todo lo que se le planteaba. 
—Estoy seguro de que a todos nos encantaría pasar más tiempo contigo 
—dije al final—, pero entendemos que haces lo que puedes. 
Ignoro qué respuesta buscaba exactamente mamá, pero no era esa. Forzó 
una sonrisa que no alcanzó sus ojos, bajó la mirada hacia el plato y así 
permaneció unos segundos. Me supo fatal que no se me ocurriera otra frase 
para ayudarla, y por una vez deseé que Ellie estuviera ahí, porque habría 
sido la única con el valor suficiente para preguntárselo directamente. 
—¿Estás bien, mamá? —preguntó Ty en voz baja. 
—Claro que sí —dijo ella, volviendo a su actitud normal—. Es que mi 
actividad favorita del mundo es hacer preguntas incómodas. 
Pese a que los tres sonreímos con la broma mala, ninguno pareció 
demasiado sincero. 
Ahora absorto, me centré en mi plato y me di cuenta de que se me había 
quitado un poco el hambre. Podía entender a papá, pero también a mamá.



#11054 en Novela romántica

En el texto hay: amor, amistad, baloncesto

Editado: 04.01.2024

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