Las luces de febrero

Nuestro tío el roquero

Jay 
No puedo explicar con palabras la alegría de tío Mike cuando le dije que 
iría a su concierto con unos amigos. Estaba fuera de sí. Estaba 
entusiasmado. Estaba… histérico, básicamente. Y yo me sentía hundido, de 
nuevo, por mi conversación con Ellie. 
Pero no quería que eso me impidiera disfrutar del concierto, así que me 
miré al espejo, me di una charla motivacional a mí mismo —en la que papá 
aportó bastante, debo admitir— y me arreglé un poco. 
Y ahora me encontraba en una furgoneta con toda la banda y con tía Sue. 
Teníamos que pasar por casa de Nolan para recogerlo, tanto a él como a mis 
amigas. No estaba muy seguro de cuántas veces había dicho que no hacía 
falta, que ya iríamos nosotros a nuestro ritmo. Tío Mike no quiso oír hablar 
de ello, así que ahí estábamos. 
Admito que me sentía nervioso. Especialmente cuando vi que los tres nos 
esperaban en la callejuela de Nolan y Di. El primero vestía su camisa 
blanca con cisnes azules fumando, como el primer día. La segunda, un 
vestido negro y corto, y Lila, unos pantalones anchos y un top que tenía que 
estar cortándole la respiración. En otra ocasión no me habría fijado tanto en 
sus ropas, pero en esa sí. Y solo para saber que yo me había arreglado 
demasiado. Llevaba unos vaqueros y una camisa blanca. Mala idea. 
—¡Subid, patitos! —exclamó Lauren al abrir la parte trasera de la 
furgoneta. 
Era el único que estaba ahí atrás, aparte de tío Mike, así que nos apartamos un poco para dejarles espacio. Nolan vino directo a sentarse a mi 
lado, mientras que mis dos amigas se sentaron en el lado opuesto, junto a 
mi tío. 
—Qué pasada —murmuró Lila, mirando alrededor—. ¿Estos son los 
instrumentos del concierto? 
—Algunos —comentó el de los piercings, que conducía—. Otros están 
ya en el recinto. 
—Mi guitarra siempre va conmigo —añadió Lauren. 
Di estiró el brazo para tocar el instrumento, y su dueña le dio un 
golpecito en el dorso de la mano. Avergonzada, volvió a su lugar. 
Nolan era el único que no había dicho nada, y eso resultaba muy raro. Le 
eché una ojeadita desconfiada. 
—¿No vas a hacer ningún comentario? 
—¿Cómo cuál? 
—No sé. De mi ropa, por ejemplo. 
—Podría, pero estoy pensando por dónde quiero empezar. 
Todos nos estaban observando con curiosidad. Tía Sue, desde el asiento 
del copiloto, la que más. 
—¿Qué rollo raro tienen estos dos? —le preguntó a tío Mike. 
—¿Y yo qué sé? No le pregunto tantas cosas. 
—Pues muy mal. 
—No es ningún rollo raro —mascullé—. Es un… acuerdo. 
—¿Qué le pasa a tu familia con hacer acuerdos raros? —protestó ella, 
divertida—. Tus padres hicieron uno y lo siguiente que supe era que iban a 
casarse. Espero que no sigáis sus pasos, que sois muy jóvenes. 
Mientras yo me quedaba pálido, Nolan empezó a reírse con 
despreocupación. Intentó cogerme la mano, pero la aparté de golpe. Incluso 
me arrastré un poco más lejos de él, dejando claro lo que pensaba de aquella 
declaración. Pese a que continuó mirándome, no dijo nada más. 
Llegamos al recinto diez minutos antes de que el concierto empezara. Por 
lo que tenía entendido, no era tiempo suficiente como para prepararse. A 
nadie pareció importarle. Según tío Mike, «Un roquero siempre llega un 
poco tarde y su público lo entiende». Yo no estaba tan de acuerdo, pero no 
quise mencionar nada. 
Nos había conseguido entradas en la grada, pero Nolan quiso cambiarlas 
por unas que nos permitieran acceder a la pista. La perspectiva de meterme en la masa de gente saltarina no se ajustaba a mi escenario ideal, pero 
supuse que lo hacía, precisamente, por eso. Lo confirmé nada más me guiñó 
un ojo. 
Hay que reconocer que me cae bien. 
Como todo el mundo ya estaba presente, tuvimos que abrirnos paso entre 
la gente para llegar a algún lugar mínimamente aceptable. Fue tarea de Lila, 
que le alcanzó la mano a su novia y empezó a apartar a la gente. Nolan me 
ofreció una mano, pero la rechacé y las seguí sin más. Él se encogió de 
hombros, poco afectado. 
Una vez en una zona relativamente cercana al escenario, Nolan intentó 
decirme algo que no acabé de entender. Tuve que acercarle la oreja para 
oírlo. 
—¡Quiero que nos cambiemos las camisas! —repitió. 
Lo entendí, pero a la vez no quise hacerlo y lo miré con confusión. 
—¿Ahora? 
—¡Sí! 
—¿A-aquí…? 
—¿Qué más da? ¡Todo el mundo está centrado en el escenario! 
—¡Me da…! 
—Vergüenza, lo sé —dijo con diversión—. ¡Por eso hay que hacerlo! ¿O 
ya vas a echarte atrás? 
Quise decir que sí. Y la parte racional de mi cerebro lo reconocía como lo 
más prudente. 
No sé si fue por la discusión de esa tarde o porque, simplemente, no me 
apetecía seguir poniéndome límites. La única conclusión que saqué fue que, 
de pronto, me dejó de apetecer negarme a todo. Determinado, empecé a 
desabrocharme botones de la camisa blanca. 
Nolan enarcó una ceja, con interés. Estaba seguro de que una parte de él 
se pensaba que no iba a aceptar, pero se equivocaba. Acabé de liberarme de 
los botones bajo su atenta mirada. Me puse un poco nervioso, pero 
curiosamente no me desagradaba del todo. Entonces, él se quitó la suya y 
me la ofreció. Los cisnes fumadores me juzgaron un poco con la mirada. 
—También puedes quedarte sin camisa —comentó Nolan con diversión. 
—No te pases. 
Empezó a reírse a la vez que se ponía mi camisa. No pegaba nada con sus 
pantalones desgastados y su pelo rubio y enmarañado, pero no pareció importarle. A mí tampoco me iba demasiado la de los cisnes, aunque 
tampoco me molestó especialmente. 
—¿Ya está? —pregunté. 
—Por ahora, sí. 
—¡Qué guapo, Jay! —exclamó Lila entonces, con una gran sonrisa—. 
¡Los colores te quedan superbién! 
—Son cisnes fumando, Lila. 
—¿Y quién dice que no puedan tener un color bonito? 
De mientras, Di le pasó un brazo por encima de los hombros a su 
hermano y le dijo algo al oído. Nolan escuchó con atención y esbozó media 
sonrisa de despreocupación. Cuando su mirada fue a cruzarse con la mía, yo 
la aparté con rapidez. 
Por suerte, justo en ese momento empezó el concierto. Estiré el cuello 
para ver mejor a la banda de mi tío, que apareció en el escenario sin 
siquiera anunciarse. No necesitaban ni teloneros. Fueron directos al grano. 
Y al público no debió de importarle, porque se pusieron a gritar como locos. 
Ver a tanta gente y tan distinta gritando por tío Mike me resultó un poco 
raro, pero a la vez divertido. 
De pie en medio del escenario, ni siquiera se molestó en presentarse. 
Simplemente pilló el micrófono, le quitó el pie de una patada y se puso a 
dar saltitos. El batería empezó a tocar casi a la vez, y pronto se les unió 
Lauren con el bajo. Tío Mike profirió gritos que parecían de agonía, pero 
que, al parecer, formaban parte de una canción; el público se volvió loco 
cantando. 
Y… así empezó el concierto. 
Nunca había estado en uno, así que la sensación fue un poco rara. Me 
sorprendía que la gente se implicara tanto. Gritaban, reían, lloraban, 
cantaban a todo el volumen que sus pobres pulmones les permitían…, 
incluso había un grupito cerca de la valla con camisetas de la banda. Nunca 
había visto algo así. Me hizo sentir orgulloso de tío Mike, y a la vez 
fascinado por el fenómeno en sí. 
Mientras estaba admirando lo que sucedía alrededor, Nolan me dio un 
codazo y empezó a reírse. 
—¡Parece que estés en medio de un museo, tío! 
—¡Que no me llames…! —Me detuve a mí mismo y puse los ojos en 
blanco—. Voy un momento al baño.



#11054 en Novela romántica

En el texto hay: amor, amistad, baloncesto

Editado: 04.01.2024

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