Ellie
Amanecí con pocas ganas de vivir. Tras el partido del día anterior, lo único
que me apetecía era hundirme en la cama y no salir de ella jamás. Pero
también tenía hambre, así que bajé a desayunar.
Muy profundo.
Ty estaba en el patio de atrás con mis tíos, Mike y Sue. Parecía que
intentaba enseñarles a hacer yoga y, aunque el primero se lo tomaba en
serio, la segunda estaba tumbada en su esterilla con las gafas de sol puestas.
Mamá y papá sí que se encontraban en la cocina, y me recibieron con un
desayuno recién hecho. No se me pasó por alto la sonrisita que se
dedicaron. Vaya, vaya. Sí que había funcionado el plan, después de tanta
tontería.
—Buenos días —dije, arrastrándome hasta el primer taburete que
encontré.
—Buenos días, campeona —exclamó mamá—. ¡Ya has jugado tu primer
partido! ¿Qué se siente?
—Humillación.
—¡Ellie!
—A ver, fue humillante.
—No fue para tanto —aseguró papá enseguida—. Fue un primer partido,
que pocas veces sale bien.
No estaba completamente de acuerdo con esa explicación, aun así no
quise ponerme en su contra. En lugar de eso, me estiré para alcanzar los cereales. En el proceso me sentí un poco observada. Y es que papá y mamá
me miraban desde un rincón de la cocina de forma un poco terrorífica.
—¿He hecho algo mal? —pregunté.
Lo único que se me ocurría era que se hubieran arrepentido de dejarme la
casa para la fiesta, pero enseguida lo descarté. No sonreirían tanto, ¿no?
Nunca se sabe.
—Tenemos algo para ti —comentó papá, arqueando las cejas una y otra
vez.
—¿Para mí?
—Ajá. —Mamá asintió—. Ha llegado hace un ratito.
Sin más preámbulos, se colocaron ante mí en la isla y mamá me dejó una
carta junto al bol de leche. Llevaba mi nombre. No recordaba haber
recibido jamás una carta a mi nombre. ¿Se suponía que eso eran malas
noticias?
—¿La habéis abierto? —pregunté.
—¡Claro que no! —Papá pareció muy ofendido por la acusación—. Es
tuya, Ellie.
—Ah…, ¿y qué…?
Me quedé callada en cuanto reconocí la insignia. La universidad. Joder.
Se me había olvidado por completo.
—¿Qué…? —repetí.
—Ábrela, vamos. —Mamá daba saltitos en el sitio, entusiasmada—.
¡Tengo un buen presentimiento!
—¿Quieres que te dejemos sola? —preguntó papá.
—No, no…, es solo que… —Intenté centrarme otra vez. Me había
quedado en blanco—. Vale, sí. Habrá que abrirla.
Con la precisión de un cirujano —y con los nervios de mis padres a flor
de piel—, me dispuse a despegar el sobrecito. No tenía ninguna prisa,
porque, al contrario que mamá, mi sensación era que no habría buenas
noticias. Me había inscrito en más universidades, sí, pero por ahora ninguna
me había respondido. Esta era la que más me interesaba. No me apetecía
llevarme un disgusto tan temprano.
Pero ya la tenía medio abierta, así que no me dio tiempo a echarme atrás.
Terminé de despegar el sobre y saqué la carta. Estaba impresa y con la
firma oficial. Tragué saliva. Y, claro, me puse a leer.
Papá y mamá me observaban con los ojos muy abiertos. Cada vez que yo hacía un pequeño movimiento, ellos daban un respingo. Si no hubiera
estado tan nerviosa, quizá me habría reído.
—¿Y bien? —preguntó mamá en un tono chillón—. ¿Qué dice?
Papá no decía nada, pero solo le faltaba tirarse de los pelos a sí mismo.
Tragué saliva por enésima vez y giré la carta para enseñársela.
—Me han… aceptado.
Me sorprendió el poco tiempo que necesitaron para procesarlo. Mientras
yo continuaba en shock, ellos ya habían asumido la noticia y lo celebraban.
Papá empezó a leer la carta con una gran sonrisa y mamá rodeó la isla para
lanzarse sobre mí. Fue de las primeras veces que, cuando me dio uno de sus
abrazos asfixiantes, no me quejé en absoluto.
—¡Lo sabía, lo sabía! —gritaba, encantada—. ¡Enhorabuena, cariño!
¡¡¡Ay, qué bien!!!
Iba a decirle que se apartara, pero papá se acercó justo en ese momento.
Si pensaba que mamá estrujaba fuerte, no era nada en comparación con
papá. Él sí que te ahogaba sin piedad. Nos apretó con tanta fuerza que
incluso logró levantarnos a ambas del suelo. Yo empecé a retorcerme
mientras mamá se reía.
—¡Papá! —protesté.
—¡Jack! —chilló ella de repente— ¡¡¡Que arrugas la carta!!!
—¿Eh?
—¡Quita, quita!
Alarmado, nos soltó de golpe y mamá le quitó la carta de la mano.
Empezó a hablar de que la iba a enmarcar o no sé qué, y salió corriendo
para repartir la noticia por la casa. La observé con una sonrisa, aunque sin
reaccionar del todo.
—Bueno, pues lo has conseguido.
Las palabras de papá me hicieron mirarlo de nuevo. Me sonreía de una
forma muy especial. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan orgulloso de
mí.
—Sí…, eso parece —murmuré.
—¡Deberías estar mucho más contenta, Ellie! ¡Es la universidad que
querías!
—Sí, es que…, no sé…
Ante mi perplejidad, papá se rio y me ofreció una mano. Se la choqué
con ganas, como siempre habíamos hecho cuando era pequeña. Él las mantuvo unidas unos segundos de más.
Y, justo cuando parecía que iba a decirme algo, dio un respingo y
contempló la puerta de la cocina.
—Pero ¿se puede saber qué te ha pasado?
Yo también me giré, más por curiosidad que por preocupación. En cuanto
vi a mi hermano mayor, se me escapó una carcajada que intenté esconder
con la palma de la mano. Tenía un golpe azulado en la frente, raspones en la
mandíbula y la nariz, y los codos y las rodillas en carne viva. Por sus ojeras,
deduje que todo había ocurrido la noche anterior.
Jay enrojeció bajo nuestra atenta mirada.
—Em…, es una larga historia. Mejor que no hagáis muchas preguntas.
Aproveché el momento de distracción para subir a mi habitación.
Todavía llevaba el sobre vacío en la mano. Me dejé caer sobre la cama y lo
contemplé sin poder creerlo. Tantos años de esfuerzo, de sacrificar mi vida
social, de levantarme temprano, de entrenar hasta que me dolían los
músculos… y había funcionado. Me habían aceptado.
Quería sonreír, pero no me salía. Tan solo deseaba contárselo a la única
persona que sabía que lo entendería más que nadie.
Me asomé a la ventana para ver la de Víctor. Como era de día, tenía las
cortinas echadas y no sabía si se encontraba en su habitación. Habría que
intentarlo de otra manera.
El grupo del equipo había estado muy activo toda la mañana. Había
empezado cuando Eddie compartió un meme sobre lo malos que éramos y
Marco empezó a insultarlo; desde entonces no se habían callado. La
conversación no me interesaba especialmente, pero me llamó la atención
que Víctor no hubiera dicho nada. Después de todo, solía ser el primero en
involucrarse en todas las movidas del grupo.
Abrí su chat privado y, tras observar la pantalla unos instantes, me animé
a escribirle: