Las malas semillas

3

Aquel verano pasó más rápido que cualquier otro. Catherine y John se volvieron inseparables. El muchacho solía ir como una sombra tras la pequeña niña rubia, siempre prestándole atención, observándola cuando ella se distraía, e intentando descifrar lo que había dentro de su mente. Cathy hablaba de libros y de sus sueños solamente con John porque con el resto de la gente todavía era una niña muy reservada. Casi siempre acompañaba a John con las tareas que le asignaban y le ayudaba en lo que podía. Lo que más le gustaba a Cathy era acompañarlo a las caballerizas, pero la niña se mantenía alejada. Los caballos en especial se sentían intimidados con su presencia, pero el muchacho los domaba rápidamente.

—Hoy me he enterado de algo —dijo Cathy una tarde.

—¿Qué cosa? —John cepillaba la crin de un caballo azabache y la miraba de reojo. Ella parecía nerviosa.

—De quién es tu padre…

John siguió realizando sus tareas y fingió no inmutarse.

—Tu padre era el tío Stephen… —susurró ella.

Catherine no entendía el extraño comportamiento de su tía Annie contra John ni por qué no se le permitía dormir en la mansión. Incluso los sirvientes tenían sus casas alrededor de ésta, sin embargo, John se mantenía desterrado en una casa en medio del bosque, como si fuera un animal salvaje. Alguna explicación debía haber y muchas razones, se decía cuando se encontraba la mirada de desprecio que Annie le dedicaba a John cada vez que se lo topaba. Ellie se encargaba de alimentarlo y de llevarlo por el buen camino y Annie se encargaba de mantenerlo alejado ca Catherine, cosa que no le funcionaba mucho.

—¿Eso te molesta? —dijo John, apenas mirándola.

—Por supuesto que no, John, no seas tonto. Eso sólo me hace odiar a Annie por tratarte así. Tú deberías ser el dueño de la Cumbre Amarilla y no ella.

John se giró para mirarla. En sus ojos había cansancio.

—Soy un bastardo, Catherine, eso es lo que soy. Sólo un hijo legitimo puede heredar la Cumbre Amarilla y como ellos nunca lo tuvieron la propiedad se la quedará el estado. Pero no quiero seguir hablando de eso.

Esa noche Cathy le preguntó a Ellie sobre la historia de John. La mujer le contó que nunca supieron quién era su madre, sólo que cuando él era apenas un bebé lo había entregado en las puertas de la mansión para que el tío Stephen se hiciera cargo de él. Annie lo aceptó en la casa, pero no podía mirarlo porque al hacerlo recordaba la traición de un esposo al cual ella amaba profundamente, pero en cuanto el tío Stephen murió, Annie desterró al muchacho a la casa del molino, sin embargo, había permitido que se quedara a trabajar y lo dejaba comer en la cocina con los demás sirvientes, aunque John prefería hacerlo en la comodidad de su lóbrega casa.

—Si tu tía fuera mala, como dices, ella lo hubiera echado a la calle para que se muriera de hambre, en cambio le dio un techo donde vivir y un trabajo que le da de comer. Ahora duerme, niña Cathy y no guardes rencor —dijo Ellie mientras la arropaba.

Al final del verano, Catherine tuvo que asistir a la escuela y descubrió la pintura. Con el tiempo se dio cuenta que tenía talento para ello y Annie la inscribió en algunos cursos por las tardes con el fin de distraer a su sobrina con la muerte de su madre y de John.

John no iba a clases, por supuesto. Su lugar estaba en la Cumbre Amarilla, con sus tareas de siempre. Una tarde, mientras ambos estaban en el puente de los lirios arrojando piedras en el río Anagallis, Catherine cometió la imprudencia de preguntarle a John si sabía leer. Ante la insolente pregunta, el muchacho enrojeció violentamente y apartó el rostro con desdén.

—¿Acaso eres estúpida? —le espetó, para después arrojar la piedra que guardaba en la mano al río. El agua se la tragó y él se comenzó a alejar de ella a paso veloz.

La niña corrió tras él y logró atraparlo antes de que John pudiera abandonar el puente.

—Lo siento, ¿podrías perdonarme, por favor? —y le dedicó la mirada más afectiva que tenía.

El muchacho tardó apenas unos segundos en perdonarla por completo. Asintió secamente y se negó a hablar de nuevo.

—Sé que no puedes venir conmigo a la escuela, pero… yo puedo enseñarte unas cuantas cosas. Estoy aprendiendo literatura y francés. También tengo clase de pintura y es lo que más me gusta. Puedo enseñarte, si quieres.




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