Todos tenían que aprender alguna vez y el día que Catherine tuvo que hacerlo fue cuando se dio cuenta de la injuria que le había hecho a John. Había sido una herida profunda, aunque no letal, pero lo que en verdad la perturbaba era que en realidad ella había querido empuñar el cuchillo una vez más y hundirlo en su corazón hasta acabar con su vida.
—¿Todo está bien, Catherine? —la cuestionó su tía cuando la joven le preguntó si podía partir a Nigella antes de que se acabara la semana.
Ambas estaban tomando el té en el porche porque esa tarde Annie se sentía lo suficientemente fuerte como para tomar aire fresco.
—Sí, tía, es sólo que quiero familiarizarme con el entorno antes de que comiencen las clases.
—¿El muchacho ya sabe que te vas? —inquirió Annie, recelosa.
El golpe le quitó el aliento a la joven.
—Por supuesto —replicó lacónicamente.
—¿Cómo lo tomó?
—Lo ha tomado mal, obviamente, pero al final entendió que era lo mejor para mí —contestó, intentando sonreír y no darle más preocupaciones a su tía.
—Me da gusto.
Cathy sonrió y sus lágrimas se derramaron en el té.
La siguiente noche estuvo llena de pesadillas que atormentaron a Catherine y cuando amaneció el día fue todavía peor. Mientras desayunaba en la cocina con Ellie, John apareció para entregar unos costales de verdura.
—Tardaste mucho, muchacho y… Pero, ¿qué te pasó en la cara? —Ellie se levantó de su asiento para inspeccionarlo.
—No es nada —dijo él, apartando el rostro. La herida comenzaba a cicatrizar, pero aún se veía como una media luna de sangre.
Catherine bajó la mirada. Ni siquiera podía enfrenarse a sus ojos.
—Siéntate para que te cure eso, muchacho. Está mal y muy infectado.
—Tengo trabajo que hacer.
—No te lo he preguntado y ten, desayuna con nosotras.
Pero John miró a Catherine con una mezcla de odio y anhelo para luego dejar los costales en la cocina y desaparecer.
—Tiene el diablo adentro, eso es lo que le pasa —exclamó Ellie en cuanto John las dejó solas.
Pero Catherine, quien había perdido el apetito, le confesó a Ellie que pronto se marcharía a Nigella unos años y aquello era la razón del comportamiento huraño de John.
—Te irás mucho tiempo, niña y Nigella queda demasiado lejos —dijo Ellie con ojos anegados—. Al menos vendrás en vacaciones, ¿no es así?
—Sí, por supuesto —respondió ella, pero en el fondo de su corazón sabía que eso no iba a ocurrir. Si de algo estaba segura era de que se mantendría alejada de John todo lo que pudiera para no hacerle más daño.
—El chico se morirá de tristeza… —susurró Ellie, tan bajo que creyó que Cathy no la podría oír, pero se había equivocado.
Esa semana fue rápida y confusa para Cathy. Sentía que estaba atrapada en un sueño dentro de un sueño y entumecida por la nieve. Antes de partir y acosada por las constantes pesadillas, había pintado un cuadro con un páramo congelado y blanco. Lucía tan real que le dio la impresión de poder atravesar la pintura y viajar al otro lado.
Al final, Catherine le obsequió el cuadro a su tía, quien se sorprendió de sobremanera con ella.
—Te ha quedado muy realista, Catherine… incluso los detalles con la nieve son perfectos —le dijo—. Creí que en tus clases aún no veías paisajes nevados.
—No, aún no.
La primera vez que Catherine conoció la nieve y el mar fue en sus sueños. La pesadilla que más la acosaba era la de ella siendo enterrada bajo quince pies de nieve blanca en un lóbrego bosque. Mientras eso pasaba, por su mente se mezclaban recuerdos de su madre muerta en Ipomoea y de John, así como de personas que al despertar olvidaba sus rostros y sus nombres, pero parecían ser importantes porque cuando abría los ojos sentía que algo le faltaba y su corazón se rompía al no poder averiguarlo.