Las malas semillas

15

Todo rastro de dolor desapareció del corazón de John cuando lo primero que vio al despertar al día siguiente fue a Catherine durmiendo sobre su pecho. Ambos se habían abrazado por la noche y curado las heridas del pasado con besos y palabras de amor.

Unos minutos después la pálida luz del sol se introdujo a chorros sobre la dorada muchacha. Aquello dejó a John abrumado y ofuscado al contemplar tal belleza. La cabeza le explotó y todas sus ideas salieron flotando junto con las partículas de polvo que nadaban en la corriente de aire. Cathy era más hermosa de lo que John recordaba y aquello lo dejó absorto y sin aliento.

 De pronto, de sus labios rojos emergió un suspiro y sus cejas doradas se fruncieron un poco, dándole un gesto de preocupación. Cathy tembló y luego despertó bruscamente, desorientada y temblando.

—¿John? La… la nieve me está matando y… mi hermana…

John la apremió para que ella volviera a recostarse, pero Cathy no obedecía y sus ojos veían sin verlo realmente, sino que parecían buscar algo que no podía encontrar.

—Tranquila, Cathy —dijo él, tomándola entre sus brazos—. Era sólo una pesadilla.

John la contempló con amarga preocupación, pero ella lo miraba como si fuera un fantasma. Al despertar Cathy había dejado su conciencia del otro lado, por lo que todavía podía sentir el frío helado y blanco y la terrible sensación de pérdida.

En el otro mundo John no existía, ni existiría jamás, por lo que cuando Cathy se logró recuperar del paroxismo y volver a la realidad, se arrojó sus brazos.

—Si esto es un sueño, entonces no quiero despertar jamás —susurró ella entre su pecho con fervor—. Dime que tú también me amas o de lo contrario podría morir en este mismo momento.

El dolor era palpable entre los dos seres.

—Te amo, Cathy… siempre te he amado —dijo John. Entonces se acercó lentamente hacia ella y depositó un beso en sus labios. Ella emitió un silencioso sollozo, pero había nacido una sonrisa en su cara y sus ojos chispearon con todas las luces del mundo.

Un solitario azulejo cantó cerca de la ventana, revoloteando por la casa del júbilo. Ella volvió a echarse a sus brazos, apretujándose contra él, mientras que John se mordía el labio y le acariciaba el cabello con expresión desolada.

—Supuse que las pesadillas se acabarían con el pasar de los años —dijo él.

—Supongo que no. Incluso se han hecho más frecuentes y me toma más tiempo volver a la realidad. Tal vez un día ya no despierte…

—No digas eso, Catherine —se molestó John—. Odio que hables así.

—Lo lamento.

Ambos guardaron silencio durante lo que pareció una eternidad, sumergidos en sus propios y tortuosos pensamientos.

—Todo este tiempo sin ti ha sido como vivir sin respirar… —dijo John rompiendo el mutismo—. No vuelvas a irte de mi lado, Cathy…, por favor. Yo no… yo no lo soportaría.

Catherine le cubrió la boca con una mano temblorosa. El dolor de su viejo amigo le destrozó el corazón.

—Siempre estaremos juntos, te lo prometo —exclamó ella, acariciando la pálida mejilla del muchacho.

La cicatriz, blanca y alargada era claramente visible ante los rayos del sol. Parecía haber sido ayer cuando Catherine lo había herido y abandonado. Pero en el corazón se sentía como toda una vida.

—Todas las noches sueño con otro hogar en donde sólo existe nieve y me arrastro y vago sin rumbo para encontrarte —le confesó Cathy—. Es un mundo helado, John, y lo es más porque tú no estás en él. Y tengo miedo… No sabes lo doloroso que era para mí el despertar en Nigella de tan horribles pesadillas y saber que te encontrabas muy lejos de mi lado. Algunas… algunas veces temía que tú no fueras real. Temía volverme loca y estar enviando cartas a alguien que ni siquiera existía…

—Cathy, mírame, mírame y escúchame, por favor —suplicó él, tomándole el rostro entre las manos. Sus ojos ardían con un hermoso fuego azul y su frente se encontraba arrugada por la preocupación. Catherine deseó poder borrar cualquier rastro de inquietud con sus labios—. Te amo. He cambiado, Cathy. Ahora soy un hombre diferente y te prometo, por el Cielo y el Infierno, que mataré a la persona que intente separarnos de nuevo.




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